La originalidad del gobierno del Frente de Todos lo lleva a romper récords día tras día. La última singularidad, nunca vista en tal magnitud en 40 años de democracia, roza lo inverosímil. La mayoría de las facciones oficialistas acusa al Presidente de todos o casi todos los problemas políticos y económicos pasados, actuales y por venir. Le quemaron los fusibles.
A contramano de la estrategia comunicacional más elemental, que indica minimizar errores y potenciar logros (aunque sean inverosímiles), tanto desde el massismo como desde el cristicamporismo se encargan por estas horas de subrayar las fallas de gestión de Alberto Fernández y hasta de acusarlo de operaciones que atentarían contra su propio gobierno. Según esa narrativa, el renunciado jefe de asesores Antonio Aracre pagó por una filtración que no habría cometido él, sino su jefe. El Presidente. Nada menos.
¡Ah, pero Aracre!
“A Antonio lo entregó Alberto, como hizo con otros. ¿O alguno de los que debió irse se fue bien y agradecido?”, deslizan con insidia los enemigos íntimos de Fernández.
Desde el entorno más cercano al Presidente rechazan las acusaciones y deslizan la posibilidad de que todo haya surgido de sectores cercanos al ministro de Economía, ante el fracaso en los objetivos que debía alcanzar: estabilizar las principales variables, como el tipo de cambio y los precios. Contraataque feroz. Aunque la portavoz presidencial ironice sobre la interna “encarnizada”, con una foto sin más epígrafe que su interpretación y ninguna información. “Cuando no hay soluciones para los problemas de la gente, la política se habla a sí misma para tratar de eludir su responsabilidad. No hay que dar muchas vueltas, todo empezó con el 7,7% de inflación de marzo y se disparó con el salto de $20 en la cotización del dólar blue en solo dos días hábiles. El resto es sarasa”, afirma una de las personas que más cerca suele estar de Fernández.
“De qué pueden acusarlo a Alberto si Sergio tiene toda la botonera, como él reclamó. Antes, cuando los resultados económicos no se daban el culpable era el ministro de Economía, Martín Guzmán, y ahora, cuando la inflación y los precios no encuentran techo, la culpa es de Alberto y no de Economía. No es serio. Con el kilo de yerba a 700 mangos no hay Aracre que valga”, se enoja otro estrecho colaborador presidencial.
El ida y vuelta era imparable ayer mientras la cotización del dólar tocaba los $440, una suba del 10% en solo cuatro rondas de los mercados.
“Alberto aprovechó para esmerilarlo a Sergio desde que se conoció el dato de inflación de marzo porque no quiere que sea candidato presidencial. No fue Aracre, sino él el que empezó a instalar la idea de que podía haber otras políticas y hasta otro ministro. El plan del jefe de asesores no lo hizo circular su autor”, respondían desde el Palacio de Hacienda.
El retuit de Malena Galmarini (titular de la empresa estatal de agua y esposa del ministro) a un posteo que afirmaba que Massa se quedaría hasta el final del Gobierno, porque el final llegaría si él se fuera, sirvió a los fieles que le quedan a Fernández para justificar sospechas, lo mismo que a los cristi-massi-camporistas para reafirmar sus acusaciones, así como la debilidad del Presidente.
“Hace ya demasiado que el massismo viene aterrorizando y extorsionando en privado y ante factores de poder y formadores de opinión con la idea de que si Sergio se va el Gobierno no dura 48 horas. Ahora Malena lo hizo público. Buscan excusas y meter miedo para no hacerse cargo de los malos resultados”, argumentan con extrema crudeza y poco cariño en la Casa Rosada.
Del otro lado, vuelve una pelota recargada: “Alberto dejó filtrar las propuestas económicas de Aracre para instalar que Massa estaba fracasando y que si se iba tenía otra solución a mano, lo que agravó todo y explica el salto del dólar”, sostienen en el entorno de Massa. El afecto societario hace mucho que está roto, a pesar de las fotos, las visitas y los llamados telefónicos entre Presidente y ministro que se publicitan. Nada que vaya, precisamente, a calmar las angustias ciudadanas y a generar confianza en los operadores económicos.
Palabras y hechos en contra
Frente a este cúmulo de palabras hirientes que hacen circular de un lado y otro del oficialismo, los hechos no aportan motivos para la pacificación. Todo lo contrario. A la suba imparable de precios se le sumó la reciente disparada de los dólares paralelos, a pesar del lanzamiento de la nueva cotización a $300 para exportadores que no solo no está reportando beneficios sino más costos que los que ya estaban previstos.
Ahí no terminan las malas señales y las cuestionadas políticas: “El Banco Central tardó una semana en subir la tasa de interés después de que se conoció el índice de inflación. Y, en medio de otra corrida contra el peso, no se les ocurrió mejor cosa que profundizar la interna ¿Qué esperaban que pasara?”, se preguntó retóricamente un economista consultado por oficialistas y opositores.
La escalada de la disputa da lugar hasta a versiones que las partes hace circular y de cuya veracidad cabe dudar, pero que tienen visos de verosimilitud, a pesar de la complejidad temática que encierran, cercanas a una visión conspiranoica de la vida, y que tanto cerca de Fernández como del exjefe de asesores las niegan.
“En la salida de Aracre también influyó la cuestión internacional. Justo cuando Estados Unidos hacía depender como nunca su apoyo financiero de que el Gobierno diera garantías para sus intereses estratégicos, el jefe de asesores del Presidente operaba a favor de los chinos”, lanzan desde el kirchnerismo puro y duro, tras recordar que Aracre había sido el CEO de una compañía de capitales chinos. A tales niveles llega la desconfianza y la paradoja, que de la mano de Massa el cristicamporismo queda del lado norteamericano del mundo. Aunque usted no lo crea.
Al margen de los dardos verbales que se arrojan, siempre bajo la condición del anonimato, también abundan anticipos de acciones por parte del cristicamporismo que, aunque no se cumplan, con su difusión apuntan a seguir socavando la imagen de Fernández.
El objetivo de máxima (y de Máximo) no es solo hacerlo responsable de todos los yerros de su gestión, para los cual le sobran méritos aunque no pueda adjudicársele exclusividad en los resultados obtenidos.
¿Golpe de Estado partidario?
En lo inmediato se proponen lograr la renuncia al intento de reelección, que el Presidente posterga para desesperación de sus enemigo. Así desde el cristicamporismo hicieron correr la amenaza de que en la reunión del Consejo del Partido Justicialista por celebrarse este viernes una consejera muy identificada con Cristina Kirchner pediría la renovación de autoridades, que es lo mismo que hacer renunciar a Fernández a la presidencia del PJ. Un golpe de Estado partidario. El rumor tenía hasta anoche más destino de amenaza que probabilidades de concreción. Sobran los toreros de salón, que se van en amagues.
El embate desembozado contra el Presidente sólo puede hallar algún paralelismo con el que los frepasistas de la Alianza le dedicaban a Fernando de la Rúa en sus estertores, aunque, a diferencia de ahora, los ataques provenían entonces de sectores minoritarios del oficialismo. Hoy en la Casa Rosada ruegan que se cumpla el axioma marxista: que la historia solo se repita como farsa.
No obstante, las analogías (siempre imperfectas) interpelan a los actores y observadores, ante el deterioro creciente de la situación socioeconómica, la fragilidad financiera y la descomposición interna del oficialismo. Una degradación que se extiende mucho más allá de la figura de Fernández y que apenas encuentra algún punto de apoyo en el exterior, de la mano del gobierno de EE.UU. y del FMI, empeñados en evitar un colapso que traería más inestabilidad en la región y negativos efectos geopolíticos para su intereses.
La incertidumbre sobre el futuro político-electoral del FDT lleva a sus principales dirigentes a poner en duda aún las certezas que se albergaban hasta hace nada sobre la posibilidad de retener el bastión kirchnerista bonaerense. Las condiciones objetivas y subjetivas se alinean en el rubro de las amenazas.
El hermetismo de Cristina Kirchner y el juego de misterio que mantiene sobre su propio futuro y respecto de las candidaturas que promovería agregan una cuota sustancial de preocupación como para exasperar a los suyos y precipitan disputas en una espiral descendente.
Acto cristinista en duda
“El operativo clamor, por ahora, queda reducido a nosotros, los dirigentes. Y para peor ella no da señales de estar dispuesta a subirse. Es cada vez más probable que haya que desactivar el acto en la 9 de Julio, para el 25 de mayo. O, al menos, que no contemos con la presencia de Cristina ahí. Deberíamos garantizarle algo que es hoy impensable: un millón de personas. Si no, no se va a exponer a que comparen su acto con la plaza del “Sí se puede” que hizo Macri ahí en 2019, con casi medio palo de gente”, afirma uno de los pocos interlocutores de la vicepresidenta que tiene confianza como para cuestionarle alguna afirmación sin temor a no entrar más a su despacho.
Desde el cristinismo agregan que a esos motivos que la hacen dudar de exponerse a un operativo clamor acotado hay que incorporar la variable familiar. “En la casa tiene mucha demanda para que no sea candidata a nada”, explican quienes conocen algo de su intimidad. Aunque dejan abierta la puerta a las sorpresas.
Las indefiniciones de “la jefa”, la pendiente que transita el Gobierno y la falta de candidatos competitivos precipitó disputas aun en espacios cerrados, como La Cámpora.
Cristina Kirchner en los tramos altos de la boleta (aunque prácticamente descartada en el renglón presidencial) es una demanda sin certezas de éxito, mientras Massa, que sigue siendo el candidato mayor por descarte, empieza a perder brillo. Así, sin convicción ni entusiasmo alguno, asoma en ese espacio la perspectiva de una PASO en la que competirían el ya lanzado Daniel Scioli y el semilanzado en proceso de aceleración Eduardo Wado de Pedro. Pero todo dependerá de la jefa.
Camporistas divididos
“Hasta la interna camporista está a full, aunque no se haga tan pública y se disimule. Sobre todo porque Cristina contiene y el temor al llano sostiene. Pero hoy hay dos Cámporas. Una, la de Máximo, cada vez más cuestionado, que es muy superestructural. La otra, la del Cuervo (Andrés Larroque), que fue el primero en plantear la necesidad de una renovación generacional y una reconexión con la militancia”, explican desde ese sector.
Las diferencias solo van in crescendo y el hijo de la vicepresidenta empieza a sentir el rigor de la pérdida de centralidad y capacidad de convocatoria. A la independencia que siempre mostró respecto de él el gobernador Axel Kicillof, se le suman los intendentes peronistas, que se lo demostraron hace poco: apenas un puñado asistió a su última convocatoria. Al heredero familiar (pero no necesariamente político) lo perturba, además, que al apoyo que siempre le dio su madre a Kicillof ahora se le agregue el respaldo a los emprendimientos de Larroque. Ambos solo responden a ella.
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El lugar del hijo Máximo en la política, dicen, es una de los grandes dilemas de la vicepresidenta. Por eso, algunos especulan con que el apellido Kirchner podría estar en la boleta bonaerense, quizá para una senaduría nacional, aunque no necesariamente llevar el nombre propio de Cristina. En todo caso, son escenarios de supervivencia y no metas triunfales para lo que alguna vez fue el Frente para la Victoria.
La profundización de las peleas internas y el acelerado deterioro de las variables económicas amenaza con convertirse en un círculo vicioso con destino de espiral descendente.
Hoy, para la mayoría del oficialismo, la culpa de todo es del Presidente. El riesgo es que con el paso del tiempo ese resulte un salvoconducto flojo de papeles.