Hartos de los turistas, los vecinos se van del centro de Madrid: “Hemos perdido”

MADRID.- Jordi Gordon ha alertado durante casi una década de que los vecinos del centro de Madrid corren peligro de extinción. Antes de la pandemia, su asociación SOS Malasaña había llenado de pancartas amarillas los balcones de ese barrio colindante con la Gran Vía y Gordon aparecía a menudo en medios de comunicación, bien reconocible por su frondosa melena de canas y sus gafas de pasta. Pero ahora es la propia SOS Malasaña la que parece a punto de extinguirse. La cuenta solo ha tuiteado ocho veces en todo 2023 y por el barrio parece que han desaparecido los carteles de siempre.

Gordon, de 67 años, responde negando que vayan a torcer el brazo. “Estamos en un momento de impasse”, explica, pero advierte de que “las asociaciones se apagan si no hay apoyo y relevo”.

Lo que está pasando en el centro de Madrid según Gordon y los líderes vecinales de otras asociaciones es que se acerca el pronóstico apocalíptico de SOS Malasaña. Los vecinos de toda la vida se van a otros barrios porque se sienten asediados por los turistas y los negocios que giran en torno a ellos.

Son vecinos como Enrique Moreno, que hace año y medio vendió su departamento de La Latina, cansado de las molestias de un departamento de Airbnb en la planta de arriba. Se marchó con su pareja y sus hijos un poco más al sur, al distrito de Arganzuela, una zona fuera del radar turístico. Antes de irse, estuvo un tiempo en una asociación vecinal, Cavas La Latina, pero vio que a pesar de las denuncias, el dueño del departamento turístico era “intocable”. No podía soportar más “el suplicio”.

La frase que lo resume todo es ‘hemos perdido’. ¿Quién puede con Airbnb o con la asociación de hosteleros?”, dice, y recurre con sarcasmo a la palabra mágica que define estos tiempos en la región de la capital: “¡Tenemos libertad, tío!”.

La moral ha caído. Durante los primeros meses tras el confinamiento en la pandemia la vida en el centro fue brevemente placentera, a pesar del drama sanitario. Estos madrileños descubrieron que sus barrios podían ser más habitables. Pero el turismo ha vuelto con fuerza y este verano boreal está al borde de batir los récords de 2019. El alcalde José Luis Martínez-Almeida ha celebrado el retorno diciendo que “Madrid está de moda”.

Y su concejala de Turismo, Almudena Maíllo, celebró los últimos datos conocidos de viajeros: “La gran apuesta del Ayuntamiento de Madrid por la industria turística ha permitido al sector salir de la crisis por la pandemia fortalecida y con buenas expectativas de crecimiento”.

Números dudosos

Esa apuesta ha conllevado el olvido de los derechos de los moradores, según las asociaciones. Allá por donde preguntes en el distrito Centro encuentras a vecinos que conocen a alguien que se ha largado o piensa hacerlo. “La huida ha empezado”, advierte Merche Sayalero, de 73 años, residente en Lavapiés que se crio en el barrio y ha vivido aquí casi toda su vida.

Esta primavera boreal fue ella la que decidió que había llegado el momento de largarse. Puso su vivienda en venta y recibió tres visitas, una de un inversor claramente dispuesto a destinar su inmueble al turismo. Al final reculó. Le indignó pensar que la estaban echando de su barrio. “Fui al de la agencia y le pedí que retirara el anuncio. Casi se echa a llorar”, cuenta. No se arrepiente. “Quedarse en este barrio se ha convertido en un acto de militancia”.

Las seis asociaciones vecinales consultadas para este reportaje han puesto en duda los datos del padrón municipal que muestran que la población se ha estabilizado en torno a los 140.000 habitantes desde 2019. Son escépticos porque es vox populi que muchos caseros que viven fuera del distrito se empadronaron aquí después de la entrada en vigor de Madrid Central para disfrutar de los permisos de entrada y estacionamiento, dice Manolo Osuna, portavoz de la asociación La Corrala. Cada empadronado en el centro tiene derecho a acceder con su vehículo y recibe al mes 20 pases para amigos y conocidos.

Varios residentes han visto a turistas que estacionan sus autos particulares en la puerta de sus casas para sacar del baúl las típicas valijas de ruedas, afirma Víctor Rey, presidente de la asociación Sol Barrio de las Letras.

Esa sospecha sobre el padrón se ve reforzada por el fuerte aumento de empadronados que se dio en torno a la entrada en vigor de las restricciones de Madrid Central, en noviembre de 2018. Centro tenía 131.884 habitantes el 1 de julio de 2018. Solo un año más tarde la cifra había crecido a 138.552. Pero los últimos datos muestran que la curva vuelve a ser descendente: en julio del año pasado residían 140.853 vecinos en Centro y el 1 de enero el número descendió a 139.687.

“Es que esos números no son reales. Cada vez hay menos vecinos”, repone Osuna, “yo soy una persona que antes entraba a un bar y conocía al 90% de los que estaban dentro. Ahora no reconozco a casi nadie”.

Otro que se marcha es Enrique García, de 48 años, que ha aguantado muchos años de incordio en la calle Huertas. Ya ha vendido su departamento y en octubre entregará las llaves para mudarse a Andalucía con su mujer y tres hijos pequeños: “No quiero que se críen aquí. No es bueno para ellos”.

A la desmoralización ha contribuido una gestión municipal que los ha decepcionado. Todas las asociaciones denuncian que se incumplen sistemáticamente las normas contra la apertura de bares en zonas de protección acústica, las que regulan las terrazas de los bares o las de los departamentos turísticos. Sienten que el Ayuntamiento de José Luis Martínez-Almeida los ningunea. A diferencia de sus predecesores, el alcalde no se ha reunido con las asociaciones del distrito centro y ha delegado en el concejal del distrito el diálogo. Alberto Ruiz-Gallardón, Ana Botella y Manuela Carmena sí habían recibido a los representantes vecinales, según varias asociaciones consultadas. Las asociaciones sí se han reunido con los concejales de distrito Centro o de áreas de Gobierno, pero se quejan de que los intereses empresariales son prioritarios.

“Es una derrota democrática”, dice Gordon. “Almeida ha demostrado su falta de sensibilidad”. Carmena creó el puesto de comisionada vecinal para Malasaña, pero Almeida no le dio continuidad.

23.30 y las terrazas siguen puestas ! @seguragc ¿Lo de cumplir los horarios para cuando? pic.twitter.com/gFWxMloqtM

— AVCavas (La Latina) (@AVCavas) July 31, 2023

El Ayuntamiento contesta que esta legislatura revisará las restricciones de ruidos en el centro conocidas como ZPAE, que entre otras cosas limitan el número de bares. La delegación de Borja Carabante, que controla urbanismo, movilidad y medio ambiente, responde que los inspectores actúan cuando los vecinos reclaman. “Se pone una denuncia y se hace una inspección en función del tema de que se trate”, dice su portavoz, que añade que no han detectado que los departamentos turísticos causen más ruido.

Los vecinos discrepan. A menudo los departamentos turísticos albergan fiestas de todo tipo, desde rodajes de películas porno hasta despedidas de soltero.

El centro se ha convertido en un gran hotel. Un vistazo al mapa de la web Inside Airbnb muestra que el distrito tiene 10.198 de los 23.594 anuncios en toda la ciudad. El mapa con sus localizaciones muestra que apenas hay calles que se libren. Las asociaciones estiman que el 95% son ilegales porque no cumplen la obligación municipal de tener un acceso independiente a la calle, de modo que los turistas pasan por las zonas comunes como la escalera.

A esto se añade que se van los comercios de siempre, sustituidos por bares y más bares. El negocio de la hostelería ha superado el bache de la pandemia. Ya hay más empresas de este tipo en el centro que en enero de 2020: hemos pasado de 3.209 a 3.248.

Las batallas legales son largas y extenuantes. Los vecinos de un bloque junto a la calle Mayor llevan luchando desde 2018 contra un departamento en la cuarta planta. La dueña ha recibido dos órdenes de cierre pero las ha recurrido y ahora litiga en los juzgados.

Los vecinos cubrieron la fachada de pancartas que señalaban con flechas a la propiedad incumplidora, pero las retiraron de sus balcones porque la dueña les amenazó por violar la protección de datos. Todos dieron marcha atrás menos los vecinos de abajo, los que más sufren las molestias, que no se amedrentaron. Pero a pesar de la humillante pancarta, siguen llegando inquilinos.

Por Fernando Peinado

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