En la semana del 14 al 21 de agosto, luego de las PASO, al concretarse la devaluación que llevaría el dólar oficial mayorista a los $350 y el paralelo a los $730 actuales (+40% vs. el 14 de julio), y contra lo que intuitivamente podría suponerse, el consumo de bienes básicos en las grandes cadenas de supermercados no solo no cayó, sino que además creció vertiginosamente: +27% interanual. Hasta entonces, sus ventas subían 7% promedio en el año.
Dicho de otro modo: la magnitud de lo que les compraron sus clientes se multiplicó por 4. El dato, que en otro contexto sería una novedad para celebrar, en el actual bien podríamos tratarlo como un aleph que quizá nos permita vislumbrar algo del inescrutable futuro que nos está esperando agazapado y amenazante.
En uno de sus cuentos más memorables, Jorge Luis Borges imaginó esa idea tan magnética del aleph: la existencia de “uno de los puntos del espacio que contiene todos los puntos” y que abarca, “sin confundirse, todos los lugares del orbe, vistos desde todos los ángulos”. En retrospectiva, muchos creyeron ver en la imaginación borgeana la profecía cumplida tanto de internet como del smartphone.
Resulta una inevitable tentación concluir velozmente utilizando las categorías del pasado y dar por cerrado así el proceso de análisis. Dado que el fenómeno inflacionario se acelera y los consumidores aconsejan “no dejes para mañana lo que podés comprar hoy”, porque “los pesos ahora sí que queman”, estamos viendo un típico comportamiento argentino: correr y cubrirse. Es un acto reflejo que está incorporado en la argentinidad porque ya se sabe que acá, como lo demuestra la historia, el que se duerme pierde.
Eso es cierto y, obviamente, una parte de la explicación. Consultoras económicas de renombre y prestigio, como Ecolatina, Econviews y EcoGo, prevén una inflación para agosto que se ubicaría entre el 11% y el 13%. Hacia adelante el panorama no es más promisorio. Ya habríamos pasado de un régimen de 6/7% promedio mensual a uno de doble dígito prácticamente garantizado para los próximos meses. Ecolatina proyecta una inflación anual del 153% en su escenario base, y del 174% en el pesimista. Todo eso ocurre sobre un mercado de consumo de productos básicos que al concluir el año podría ser un 12% más chico que 12 años atrás y acercarse a una contracción del 25% per cápita en el mismo período. En palabras simples: eso equivale a un signo menos gigante en alimentos, bebidas e higiene.
El interrogante adicional que vale la pena explorar sería el siguiente: ¿es lo único, o existen mensajes más profundos que están ocultos detrás de lo que al fin y al cabo podríamos tratar como un número más entre los tantos que genera diariamente esta economía insólita y laberíntica?
Bajo la hipótesis de base de que este momento es único porque los seres humanos venimos de atravesar un poderoso trauma colectivo inédito durante dos años, soslayar el componente emocional que motivó esa conducta podría hacernos perder de vista algo que está ahí, frente a nuestros ojos.
En su ensayo Lo inaudito, el filósofo francés Francois Jullien desarrolla una idea que tensiona el saber generalizado. Afirma que si bien el diccionario define lo inaudito como lo extraordinario, aquello que causa asombro, sorpresa y extrañeza por aparecer frente a nosotros repentinamente, en realidad hay que pensarlo al revés. Afirma que lo inaudito es aquello que de pronto aparece, sí, pero no porque no estaba, sino porque al haber estado siempre ahí quedaba fuera de nuestra percepción. “Inaudito porque lo tengo ante los ojos, pero por el hecho mismo de que lo tengo continuamente expuesto ante los ojos ya no se lo percibe. Lo inaudito no designa lo extraordinario, sino lo no integrado de nuestra experiencia. No es lo excepcional, lo que saldría de lo común o del hábito, lo increíble o lo asombroso, sino lo que no se deja clasificar por la mente en el marco constituido de su pensamiento”. Por eso propone tomar distancia para poder corrernos de nuestra manera habitual de mirar e interpretar los acontecimientos y así poder ver lo que, por habitual, asumimos como dado y obvio, y entonces ya no logramos registrar.
Un golpe sobre la herida
Volviendo al dato de la consultora Scentia, a ese 27% de incremento en las compras de productos básicos en una semana podríamos tratarlo en el sentido habitual del término inaudito: sorpresivo, asombroso. Pero si lo vemos bajo el concepto de inaudito que nos enseña Jullien es que hace sentido el atrevimiento de tomarlo, al menos coyunturalmente, como un aleph. Ese punto que contiene todos los puntos lo que nos está permitiendo ver es aquello que está frente a nuestros ojos, pero que, por tenerlo tan a la vista, por haberlo naturalizado, no logramos apreciar en su verdadera dimensión: la gente salió corriendo a comprar aceite, fideos, azúcar, café o papel higiénico en los supermercados (donde hoy encuentra precios cuidados, congelados o acordados, y por ende sustancialmente más baratos) no solo porque tiene memoria inflacionaria y se cubre, sino también porque, esta vez, el proceso se desarrolla sobre una configuración social endeble, dolida, angustiada, quebradiza, que está viviendo a flor de piel y en alerta permanente.
En un contexto de agotamiento emocional, donde no entra una dosis más de volatilidad e incertidumbre, donde se anhelan calma, tranquilidad y una mínima previsibilidad, se recibió otro golpe contundente sobre la herida abierta.
¿Qué es lo que afloró entonces? Uno de los mecanismos defensivos más básicos, instintivos y primitivos, tanto de los seres humanos como de los animales: el miedo. Y hoy la gente tiene miedo, mucho miedo. Y por eso reacciona así: de manera extrema. Dominada por las emociones, corre. No puede concebir racionalmente de qué se trata el futuro, no logra imaginarlo, pero sí puede anticiparlo en sus sentimientos más íntimos. Hay un temor creciente a lo que vendrá. No sabe ni qué es ni cómo es ni cuándo llegará, pero lo intuye peligroso, lo huele mal.
El consumo estaría pasando así de una deformación de primer orden como la que veníamos teniendo hasta ahora cuando, frente al malestar reinante, ofició a modo de ansiolítico para tapar la angustia, a una de segundo orden. Ahora estaría tocando otra fibra primitiva vinculada con el miedo: la pulsión de acumular y guardar en el presente, previendo y temiendo la escasez futura. Recordemos que el Homo sapiens si algo tiene inscripto en su memoria genética desde tiempos inmemoriales es la condición de “cazador-recolector” como mecanismo de supervivencia.
Esta distorsión del patrón de consumo no anula la primera, sino que incluso podría potenciarla. Algunos harán stock de fideos, yerba, carne o pollo, y otros, de recitales, películas de cine, partidos de fútbol u obras de teatro. El patrón defensivo es transversal; los medios utilizados, heterogéneos. Reflejos de una estructura social cada vez más dual. ¿Hasta cuándo? Hasta que llegue la anunciada restricción.
Hay una conciencia generalizada y profunda, quizá como nunca antes, de la gravedad de la situación. Está instalado en el inconsciente colectivo que “se viene algo”. Y ese “algo” se presume disruptivo y de consecuencias imprevisibles. En ese marco, el resultado electoral, totalmente abierto, introdujo más incertidumbre, no menos. Es vox populi que “puede pasar cualquier cosa”.
Siendo así, la planificación estratégica del futuro próximo requiere trabajar indefectiblemente sobre el diseño y análisis de distintos escenarios. Ya fuera en una gran empresa, una pyme o una start up. Incluso a nivel personal y familiar. Quien presume certezas peca de ingenuidad o, simplemente, miente.
En el horizonte afloran múltiples “días D”. El 23 de octubre, el 20 de noviembre, el 11 de diciembre o cuando se anuncie el nuevo plan económico que contendrá lo que los ciudadanos prevén como “un ajuste inevitable”. Ya se florean entre nosotros fantasmas económicos de todo tipo que regresaron del pasado incrementando el temor. La historia nunca está escrita, pero negar su presencia es un acto de distracción que podría resultar temerario.
Vocación de cambio
La vocación mayoritaria hoy es de cambio, porque “esto así no va más”. Cada día que pasa, las evidencias económicas, sociales, culturales y morales lo dejan más claro. La sensación de un fin de época y la demanda de “dar vuelta la página” es profundamente transversal a las distintas edades, clases sociales y geografías. Se desea, además, que ese cambio sea “contundente”. Pero en simultáneo, se sabe que el cambio deseado puede ser “conflictivo” y por eso se pide “que sea cuidado”. La dureza y la sutileza no son necesariamente una conjunción habitual. Pueden encontrarse juntas, por supuesto. Los grandes líderes lo han demostrado, sabiendo abrevar de ambas fuentes.
Ese es el tipo de liderazgo que está esperando y buscando casi con desesperación esta sociedad postrauma, lastimada, sufrida, plagada de carencias y vulnerabilidades a la que siguen golpeando como a un boxeador arrinconado. Alguien que, como dicen, piden y esperan, “nos saque de acá”, pudiendo “tener un rumbo y mantenerlo” para “dejar de estar a la deriva”.
Dada la fragilidad del material sobre el que tendrá que actuar ese misterioso alguien, para tener éxito debería poder articular la precisión de un cirujano con la capacidad de persuasión de un profeta. Es decir, ser capaz de ejecutar con frialdad y templanza en el marco de la extrema complejidad que nos espera, mientras, en simultáneo, conduce a los ciudadanos con calidez y sensatez (buen juicio, prudencia, madurez) hacia ese “otro lugar” que desconocen tanto como anhelan.
Como siempre, el futuro es una posibilidad. Esta vez, como nunca, es, además, un insondable misterio.