Es licenciado en Economía por la Universidad de Buenos Aires (UBA), con estudios de posgrado en el Instituto Di Tella; fue director ejecutivo por Argentina y Haití en el BID, jefe de Gabinete del Ministerio de Economía (2002-2003) y economista jefe de la UIA (1999-2002); este año publicó el libro Más allá del liberalismo y el populismo (Sudamericana)
“El principal problema de la Argentina va más allá de cuestiones aisladas, es de toda la organización de la economía”, afirma el economista Federico Poli, al analizar la coyuntura y el escenario de mediano plazo. Exdirector ejecutivo por Argentina y Haití en el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), el actual titular de la consultora Sistémica advierte sobre los riesgos y las consecuencias del péndulo entre populismo y liberalismo e insiste en la necesidad de crear marcos regulatorios que impulsen la inversión.
“Cuando mirás los números de la economía argentina, lo que salta a la vista es que el nudo gordiano hoy es el peso del sector público, los 15 puntos de gasto público corriente que en términos del PBI se le inyectaron a la economía en la gestión Kirchner. Y hay que desdogmatizar el debate, porque esto es algo que históricamente dijeron los liberales y lo repiten como un mantra hace 50 años. Pero eso sigue ahí y generó una serie de problemas”, dice el economista, autor del libro Más allá del liberalismo y el populismo (Sudamericana), en diálogo con LA NACION.
–¿Cuáles son esos problemas?
–El primero es que no hay capacidad de financiar eso. Por un lado, usaste la deuda, la llevaste a un límite, la reestructuraste, pero no tenés más acceso al crédito externo o local. Recurriste a la emisión monetaria, que generó el desborde que vemos hoy y estos niveles de inflación que determinan la inestabilidad de la economía, y que entró en un esquema de represión financiera, con controles de capitales permanentes que genera tasas de interés que no son las de mercado. Hay problemas con desequilibrios asociados al mercado cambiario con brecha de 100% y atraso cambiario. Y, con los mejores términos de intercambio desde la posguerra, no hay dólares en el Banco Central. A eso se le suma todo el tema de los subsidios, que generan un problema fiscal, externo y de provisión de los servicios públicos básicos para que una economía funcione: de nuevo se atrasaron las tarifas, que hoy deben estar cubriendo un 35% del costo de producirlos. Eso es lo que se denomina una economía populista, no en el sentido peyorativo, sino desde la caracterización que hicieron economistas como (Aldo) Ferrer, (Marcelo) Diamand o (Rogelio) Frigerio.
–Mencionó las ideas “liberales” y sus “dogmas”. ¿Por qué? ¿A qué se refiere?
–Quiero decir que haber planteado ese diagnóstico en la crisis de 2001 para mí era, a todas luces, un diagnóstico equivocado, porque el centro del problema estaba vinculado a la competitividad y a un esquema cambiario que generaba ese problema. Incluso ese planteo contrafáctico, de quienes dicen que habría que haber aguantado un poco más con la convertibilidad y, luego, con los buenos precios de las materias primas, no hubieras tenido los problemas de 2000/2001, es erróneo, porque podías tener equilibrio externo, pero eso no resolvía el problema de competitividad y cambiario que afectaba al sector productivo e industrial. Y también se equivocan aquellos que planteaban que el problema era la necesidad de un ajuste fiscal, cuando en realidad había un gasto público de entre 25% y 27% de gasto público sobre el PBI y no había un gran nivel de transferencias. No había política social. Estabas en el otro extremo. El alto desempleo no tenía protección. Y ahora te fuiste al otro lado, porque está todo el gran problema de los subsidios y el sobreempleo público, provincial y municipal. Es un círculo vicioso de la pobreza.
–¿Por qué?
–Este nivel de gasto público, además, te genera un nivel de impuestos que es el más alto de la región, es aberrante y destruye el proceso inversor. Y como no está esa dinámica de inversión privada para generar empleo genuino, ese faltante se cubre con trasferencias sociales y empleo público y eso determina que se necesiten más recursos. Además del desborde macroeconómico, es otra ronda que baja la inversión y retroalimenta cada vez más este círculo vicioso.
–¿Qué análisis hace de la dinámica del mercado laboral?
–No hay generación de empleo privado formal, y lo que explica el bajo nivel de desocupación es mucho empleo público y empleo informal. La falta de dinamismo del proceso inversor en la Argentina determina justamente eso, que haya salarios de miseria y baja productividad. Y vuelvo a la respuesta del principio: el problema de la Argentina es de régimen y de sistema. Otra de las características de lo que uno denomina populismo es esta incertidumbre regulatoria y fiscal.
–¿En qué aspectos lo percibe?
–En que los marcos regulatorios en los cuales se invierte no tienen ningún enforcement, igual que el sistema impositivo. En todo el mundo, esa estructura es algo demasiado importante como para estar cambiándola todos los años como se hace en la Argentina, donde hay un impuesto nuevo o un intento de impuesto nuevo cada año. Y esa es una característica contraria a la inversión, con contratos que se rompen y con falta de apego a la institucionalidad, pero a niveles del paroxismo. Y hablo de paroxismo populista, porque creo que el populismo en los 70 estaba determinado más que nada por la interferencia en el funcionamiento de los mercados, los controles de capitales y de precios. Eso existía. Pero el gasto público era tal que generaba, en muchos casos de modo ineficiente, bienes y servicios. El sector público proveía educación, seguridad, salud y jubilación, y vos tenías dentro de la estructura del gasto a todas las empresas públicas que generaban esos bienes. Hoy el peso del gasto público es superior al 40% del PBI, y no provee ninguno de esos bienes de modo eficiente, por lo que hay que recurrir al sector privado. Mientras que gran parte del gasto son transferencias, que cuando se mira a nivel geográfico es apabullante: cinco jurisdicciones generan el 75% de la riqueza de la Argentina y, por el régimen de coparticipación, permiten que el resto de la geografía pueda vivir con las transferencias.
–¿Cómo analiza el rol de Massa?
–Es lo mejor que podía dar esta alianza gobernante, en términos de conducción económica. También dije, cuando comenzó y había lanzado el dólar soja y una señal fiscal, que estaba ausente el régimen cambiario y la distorsión que había en la materia, y que si no se tocaba eso y no se afrontaba esa cuestión, tal vez no inmediatamente, pero sí poco tiempo después iba a tener problemas. Y los está teniendo. Me parece que Massa fue muy hábil en ganar tiempo, pero cuando asumió faltaba mucho para la entrega del poder; es un año electoral en el que habrá mucha turbulencia. Ahora se están viendo los límites de esa estrategia de ganar tiempo, pero, ¿para qué? Es un escenario donde la restricción de dólares, dado el golpe de gracia que significó la sequía, determinó que habrá un año recesivo, con la caída por el agro, que se estima en tres puntos, más el arrastre estadístico, que implica una caída de más de un punto, y el impacto de la falta de insumos en el sector industrial, que ya está y que se va a agudizar, porque para llegar sin devaluar van a tener que ser más restrictivos.
–Hablaba de baja productividad, ¿cómo se trabaja en ese tema?
–Al final del día, la productividad, si no lo explica todo lo explica casi todo, como dice una famosa frase de Krugman. La productividad está asociada a la inversión física y a la inversión en capital humano, y por eso yo hablaba de la necesidad de salir del círculo vicioso en el que los niveles de inversión, en el largo plazo, no logran ni reponer el capital que se va amortizando. El desafío del próximo gobierno es recuperar el equilibrio macro y hacer un fuerte proceso de inversión simultáneamente. Hay que pensar en simultáneo la macroeconomía con una dimensión productiva. Cuando el nuevo gobierno cuando asuma y anuncie una política de vuelta al equilibrio macro tendrá que mandar una ley de inversión con un marco regulatorio nuevo, y ya conversado con inversores, para que en tres o seis meses puedas tener adjudicados y en marcha proyectos en la Argentina. Es lo que hizo (Arturo) Frondizi en 1958.
–El Gobierno que llegó en 2015 apostó por la ‘lluvia’ de inversiones y no funcionó. ¿Qué pasó?
–Hubo un mal enfoque en el que se decantó el presidente Macri, que primero atomizó la toma de decisiones, y después, a quien le dio mayor relevancia en el manejo de la economía fue al presidente del Banco Central (Federico Sturzenegger), que creía que con artilugios monetarios y desentendiéndose del déficit fiscal se podía bajar la inflación, financiando ese desequilibrio con deuda. Así armó la bicicleta financiera, con atraso del tipo de cambio y tasas de interés altísimas en términos reales, que generó un desastre a nivel de la producción y terminó con el país teniendo que recurrir al FMI. A los desafíos enormes que tenía salir del esquema populista se le añadió un mal enfoque que agravó los problemas, sumó nuevos y terminó como terminó.
–¿Y qué escenario se abre ahora hacia adelante?
–Es un escenario de muchas posibilidades. La disputa hegemónica entre China y Estados Unidos trae un montón de problemas para el mundo, pero también oportunidades. Todo el proceso de relocalización de producción de China a Occidente, que la Casa Blanca ha denominado nearshoring o friendshoring, abre una oportunidad muy importante para profundizar el proceso de industrialización del país, pero acá eso pasó sin que la clase política registrara o dijera nada del lanzamiento de la Alianza para la Prosperidad Económica en las Américas, que hizo (Joe) Biden en la Cumbre de las Américas a mediados del año pasado. Acaban de seleccionar a once países para empezar a discutir cómo eso se hará efectivo, y en ese listado no están ni la Argentina ni Brasil. Sin dudas, cuando se le presta atención a estas cosas, con un cambio de administración, se abren posibilidades. Se está hablando de que en el marco de esta alianza Estados Unidos pueda dar fast track, para que haya productos ingresen al mercado estadounidense sin aranceles, por ejemplo. Estados Unidos está mirando a la región y el tango se baila de a dos. Está el desafío de sentarse, plantear: ‘Esto nos interesaría’ y ver cómo se puede avanzar. No es que seamos prioridad para Estados Unidos, pero estamos nuevamente dentro del tablero y me parece que hay que atenderlo.
–¿Cuánto pesa lo económico y cuánto lo político en ese proceso?
–Sin dudas tiene que haber un ordenamiento muy fuerte de la política. Sin una alianza política que, además, dé horizonte a las reformas… Acá los cambios que hay que hacer son profundos en lo regulatorio. Falta una reforma en el régimen laboral, una reforma del sistema impositivo que sea pro-inversión, pro-exportaciones y pro-empleo, en línea con lo que se hizo en 2017. Se había avanzado y tres años después se dio marcha atrás. Por eso, se necesita una mayoría calificada que respalde estas reformas y forme parte de un gobierno de coalición amplio. Y hay un clima de fin de ciclo en los actores políticos que hay que aprovecharlo. Hay una oportunidad, y el riesgo es consolidar este modelo de elevado gasto público, baja productividad y bajos salarios, que es la decadencia de esta última década en Argentina.