Al principio fueron unas tímidas cinco hectáreas, como para probar. Dado que las cosas marcharon bien, luego fueron 15 más y, a los dos o tres años, ya se animó a cosechar y logró su propia semilla. Gracias a esta buena experiencia, hoy posee 200 hectáreas de Panicum coloratum (mijo perenne) y quiere seguir aumentando la superficie sembrada.
“Empecé con la producción de mijo forrajero perenne en 2007, con semillas que me facilitó el municipio de Puán porque ellos tenían como objetivo probar si este era un cultivo viable en nuestra zona”, explica Sandro Grand, productor ganadero de raza Hereford de La Margarita, un establecimiento ubicado en el límite con la provincia de La Pampa, a 13 kilómetros de Jacinto Arauz y a 25 de la localidad bonaerense de Villa Iris. El campo comparte ambas provincias.
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Grand cuenta que para esa primera siembra se preparó la tierra de manera convencional y que al principio fue necesario tener “mucha paciencia” porque la emergencia era muy escasa pero, al dejar que las plantas semillaran, logró que el mijo cubriera todo el potrero. Luego incorporó la siembra directa y al usar la semilla de su propia producción, obtuvo mejores resultados y más rápido.
“Esta especie forrajera es un cultivo muy noble, adaptable y resistente a las enfermedades, no lo atacan los insectos y su único enemigo son las malezas, pero como es una pastura megatérmica se controlan muy fácilmente”, describe el productor, cuya prioridad es obtener semillas y comercializarlas.
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“La cosecha se realiza en diciembre, cuando la planta está totalmente verde y una vez finalizada esta labor se utiliza para alimento de las vacas que aprovechan este cultivo desde enero hasta las primeras heladas, y luego lo siguen comiendo seco”, agrega.
Resistente al frío y menor consumo de agua
El mijo perenne es una gramínea nativa del continente africano que crece en primavera y verano, y se adapta a zonas templadas, cálidas y tropicales. Se caracteriza por su resistencia a la falta de agua y, en la región pampeana semiárida, rebrota desde septiembre con la ventaja de que las heladas tardías no la afectan de forma grave.
“La principal característica de esta forrajera es su resistencia a la sequía y a las heladas, este último aspecto particularmente marcado en el cultivar ‘verde’, que es la variedad más difundida en la región, cuyas plantas conservan algunas hojas durante gran parte del invierno y no se ha registrado mortandad incluso con heladas muy fuertes”, remarca Susana Paredes, ingeniera en Producción Agropecuaria y perteneciente a la Agencia de Extensión Rural INTA de Guatraché, en La Pampa.
“Como recurso forrajero el mijo perenne ofrece un alto potencial de producción, con un promedio de 3500 kilos de materia seca por hectárea, pudiendo llegar hasta 4000 o 5000 kilos, de buena calidad y palatabilidad, aún mediante su uso diferido en el invierno que alcanza a cubrir los requerimientos de una vaca de cría seca o recién preñada. Durante la primavera, momento de mayor calidad, en recrías e invernadas es posible lograr aumentos de peso vivo diario de hasta 700 gramos”, añade la experta.
Justamente por las innumerables cualidades de esta especie, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) declaró al 2023 como el Año Internacional del Mijo. El objetivo es fomentar la producción sostenible de este cultivo y destacar su potencial para ofrecer nuevas oportunidades de mercado para productores y consumidores.
El mijo puede crecer en tierras áridas con una cantidad mínima de insumos (requiere la mitad de agua que el trigo, por ejemplo) y es resiliente a crisis climáticas como la sequía que ha afectado a la Argentina, con lo cual contribuye también a la seguridad alimentaria.
“En los últimos años, la superficie de mijo perenne en el sudeste pampeano va aumentando por su buena adaptabilidad a las condiciones de clima y suelo de la región, además resulta muy interesante incluirlo en la cadena forrajera por su producción y calidad”, resume Paredes, al tiempo que enfatiza que la dupla mijo-pasto llorón se presenta como la mejor opción en la zona.
“La incorporación de estas especies permitiría disminuir el uso de la suplementación en el invierno, reduciendo así los costos de alimentación, y pueden integrar sistemas de cría o de invernada sin perder niveles productivos. Además, un tema clave: contribuyen a la estabilidad de los suelos, mejorando su fertilidad física (estructura, porosidad, aireación, infiltración), química y biológica por el incremento de materia orgánica”, explica la especialista.
Con respecto al forraje en general, el productor detalla que en su campo también tiene “algo” de pasto llorón y de agropiro, pero que no le dan tan buenos resultados como el mijo perenne. Como verdeos de inviernos siembra avena, vicia y cebada forrajera, y de verano unas pocas hectáreas de sorgo porque “el bache estival” lo cubre el Panicum coloratum.
“Estoy muy conforme con la producción de mijo porque obtuve buenos resultados. Tanto en cosecha como en alimento para los animales, es muy sencillo el control de malezas y una vez implantado tiene un bajo costo de mantenimiento. Con este cultivo logramos algo clave: tener alimento verde para las vacas en verano, período en que están amamantando y en servicio, por lo que requieren pasto de buena calidad nutricional”, finaliza Grand.