CÓRDOBA.- De profesión fotógrafa, Mariel Benítez llegó a París de la mano del amor. Hoy, con su pareja, son dueños de siete locales de venta de empanadas; fabrican 60.000 por mes. Producen todo, desde la masa a los rellenos y nada se vende congelado. Además, tienen algunos postres argentinos y una suerte de “almacén” con ítems icónicos. Emplean a 45 personas. Llegaron a tener una cava con 80 referencias de vinos argentinos, pero los problemas para importar los hicieron abandonar.
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Hace 11 años Benítez se fue de la Argentina; primero estuvo viajando un año y en Nueva Zelanda conoció a quien se convertiría después en su esposo, Francois. Tenían amigos en común y se encontraron cuando a ambos -por casualidad- le restaban dos meses para que caducaran sus visas de trabajo.
“Cada uno tenía sus planes para seguir viaje y estuvimos seis meses separados -cuenta Benítez a LA NACION-. Nunca me fui a México como lo tenía planeado y él me fue a buscar a la Argentina. Intentamos vivir en la Argentina, pero estuvimos seis meses y Francois no tenía visa de trabajo. Estábamos súper enamorados, pero él necesitaba trabajar”.
En ese momento, en Francia salió la Visa Working Holiday para los argentinos que, aunque era un acuerdo de los dos países, demoró más en la Argentina. Benítez no tenía pasaporte de la Unión Europea, pero sacó esa visa, llegó a París y nunca más se fue.
“Si bien París es ciudad de moda y de artistas, pensé que necesitaba contactos para empezar a trabajar como fotógrafa -dice-. Sentí como muy ambicioso intentar trabajar de lo mío. Francois, quien había estudiado Administración Hotelera, abrió su restaurante francés. Después del año nos casamos y un día, en el barrio de Montmartre vimos un local chico y él me sugirió que abriera una casa de té o de empanadas. ‘Algo tranquilo’, para que pudiera ocuparme porque, la verdad, es que yo ‘caminaba por las paredes’ por las ganas de hacer algo”.
Así nació “La Porteña”, que fue el primer local en 2014 y en el que arrancaron con una “llave” de 20.000 euros. “De a poco, con el tiempo, logramos abrir siete restaurantes con distintos nombres. Tenemos una cocina central y seguimos haciendo todo en el día a día, no hay nada congelado, todo es fresco”, detalla Benítez.
La decisión de que cada espacio tenga un nombre diferente es porque no quisieron que se asociara a una cadena, ya que, en Francia, se “valora lo único”. La seguidilla incluyó a “Casero, Fulano, Belgrano, Caballito, Mengano y Pepita, la pistolera”.
En “La Porteña”, Benítez se ocupaba de todo. El local tiene 20 metros cuadrados y allí cocinaba desde la masa a los rellenos. “Era todo artesanal y, de repente, no daba abasto. Fue una buena sorpresa y por eso nos animamos a más”, menciona. El segundo, “Casero”, fue al frente del restaurante de su esposo porque, como no se veían nunca, la idea fue convertirse en vecinos para, al menos, encontrarse más seguido durante el día.
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Llegaron a tener la “cava más grande de Francia de vinos argentinos, con 80 referencias” pero fue “difícil de sobrellevar por los problemas con las exportaciones” desde la Argentina; sí cuentan con una suerte de almacén con productos como dulce de leche y yerbas.
Benítez señala que hace unos cinco años hubo una “explosión con muchísimas empanaderías” en Francia. Con la pandemia del Covid-19 “no sobrevivieron muchas”. “Nosotros pudimos sobrellevar el problema; no nos dejó tantas secuelas y seguimos adelante”, agrega.
Producen unas 60.000 empanadas por mes, de 11 variedades de sabores. “Siempre hay uno del día que es para despuntar la creatividad”, explica. La mitad de las variedades lleva carne y el resto no. Todas las recetas son de Benítez. La unidad para llevar cuesta 3,50 euros y 4,50 euros para comer en el lugar.