Entrevista a Félix Maradiaga: “Daniel Ortega está estableciendo en Nicaragua una especie de Corea del Norte tropicalizada”

Cuando se habla de dictaduras latinoamericanas, la versión contemporánea se asienta en ese Triángulo de las Bermudas que forman Cuba, Venezuela y Nicaragua, donde las democracias y los derechos se van a pique. Pero opositores como Félix Maradiaga, que pasó dos años en la terrorífica cárcel nicaragüense del Chipote, la siguen remando.

Politólogo, activista por los derechos humanos y aspirante a presidente en las fantasmales elecciones de 2021, Maradiaga no llegó siquiera a emitir su voto. Como muchos otros candidatos, fue detenido meses antes y enviado al calabozo. Allí estaba cuando se enteró en noviembre de la anunciada victoria de Ortega, que fue reelecto sin rivales de verdad, todos detenidos o desterrados.

Maradiaga integró luego el contingente de 222 disidentes nicaragüenses que el régimen de Ortega y su mujer, la vicepresidenta Rosario Murillo, despachó a Estados Unidos a principios de 2023. Fueron desterrados y privados de su ciudadanía, como si jamás hubieran existido. Ahora vive en Florida y desde ahí dirige la Fundación para la Libertad de Nicaragua, que creó en 2011 para promover ideas de libertad y fortalecer las capacidades de la sociedad civil nicaragüense.

De visita en Buenos Aires, describió su calvario y el de su país, que avanza en la pendiente absolutista de la mano del dúo Ortega-Murillo, cuyo sistema represivo sofocó la revuelta de 2018 recurriendo a su experiencia y a modelos extranjeros para Nicaragua.­ “Daniel Ortega está estableciendo una especie de Corea del Norte tropicalizada”, dijo Maradiaga a LA NACION.

-La persecución que ejercieron contra usted parece el ejemplo perfecto de cómo se profundizó la dictadura: fue hostigado, prohibido, arrestado y exiliado…

-Ya en junio de 2018 se abrió una causa penal en mi contra acusándome de ser un supuesto autor intelectual de las protestas de ese año y de lo que el régimen denominó un intento de golpe de Estado. Obviamente no tuve nada que ver y se cerró el centro de pensamiento que estaba bajo mi cargo, el Instituto de Estudios Estratégicos. Como resultado de esa persecución política y de un intento de asesinato en 2018 fui forzado al exilio, pero regresé en 2019. Tan pronto regresé fui sometido a un régimen de monitoreo policial especial que restringió mi movilidad por el país. Por eso en 2021, particularmente el 8 de junio, cuando me citaron a la Fiscalía, yo ya sabía de que sería casi seguramente un arresto. Efectivamente fui arrestado y puesto en una cárcel de máxima seguridad durante 611 días en condiciones sumamente inhumanas.

-¿Cómo fue su paso por la cárcel?

-Estuve en interrogatorios permanentes, nunca se me permitió acceso a ningún abogado. De hecho, el abogado que trató de defenderme fue también encarcelado simplemente por querer darme mi derecho a la defensa. Nunca tuve acceso a llamadas telefónicas con mi familia, ni siquiera ningún tipo de lectura. Hubo una campaña internacional que mi esposa impulsó que se llamaba “Una Biblia para Félix”, dado que en base a mi fe católica pedí como derecho fundamental al menos el acceso a una Biblia. La gran presión internacional llevó a que en el mes de febrero de este año junto a otros 221 pesos políticos fuéramos forzados a abordar un avión y enviados deportados a Estados Unidos en condición de apátridas.

-Se está viendo otra escalada, esta vez contra las universidades y la Iglesia. ¿Qué significa eso?

-Efectivamente, después de que el régimen logró neutralizar a los partidos de oposición y a los principales movimientos sociales expulsándolos del país, declarándolos ilegales, encarcelando a sus dirigentes, y además de eso cerrar medios de comunicación, la única institución nacional que quedaba de pie con independencia y con capacidad de poder llevar una voz de derechos humanos fue la Iglesia Católica. Y la Iglesia se convirtió entonces en el nuevo objetivo a destruir de parte de la dictadura de Ortega. Se cerraron 28 universidades en total y más recientemente la Universidad Centroamericana (UCA), que es una universidad privada jesuita que existe desde hace 60 años y que había sido una institución muy característica por ser un bastión del pensamiento libre, del pensamiento autónomo y además de eso un dolor de cabeza para las dictaduras.

-Y luego lo completó con una arremetida legal…

-No le bastó a Ortega cerrar la universidad, sino que además de eso declaró ilícita la personería jurídica de la Compañía de Jesús, dejándolos en este momento en completa indefensión jurídica. Además de los jesuitas hay 77 religiosos que han sido expulsados de Nicaragua, y hay cinco sacerdotes en la cárcel. Hay una persecución religiosa que ha llevado al cierre de el seminario católico en la capital, ha llevado también al congelamiento de las cuentas bancarias de sacerdotes a título individual y de varias de las diócesis de Nicaragua. Pero además de eso está la expulsión o cierre de 12 órdenes religiosas que estaban establecidas en Nicaragua. Esa es la lamentable situación con relación a la Iglesia, y también ha habido una prohibición de actos públicos de fe. Hay personas, laicas, que han estado presas por participar en estas actividades. Por ejemplo, el periodista Víctor Ticay, que ha sido condenado y encarcelado por documentar desde el punto de vista periodístico una actividad religiosa.

-¿Por qué la Iglesia ha sido históricamente a la vez tan fuerte y tan perseguida en América Central?

-Yo creo que la Iglesia Católica ante la ausencia de instituciones fuertes en materia de derechos humanos, de libertad de expresión, se convirtió en la institución que alzó la voz en los momentos de mayor autoritarismo, sea una dictadura de derecha, como fue la de Somoza en Nicaragua, o las otras dictaduras militares de América Central durante los años 70. Ortega y Murillo saben que esa actitud autónoma y fuerte de la Iglesia es un peligro enorme para los planes de consolidación y de radicalización de su dictadura, y por eso es que la persiguieron.

-Hay un tema muy relevante para América Latina, que son los vínculos del régimen con otros gobiernos autoritarios, como el ruso o el iraní. ¿Cuán estrechos son esos lazos?

-Aquí hay tres conceptos fundamentales. El primero es que el Frente Sandinista tiene profundos vínculos con movimientos terroristas de los 70. El sandinismo nace entrenándose en campos de lo que hoy se conoce como Palestina. Ha tenido una relación histórica por ejemplo con movimientos subversivos vinculados a [Muammar] Khadafy y a la Organización para la Liberación de Palestina (OLP). Entonces cuando Ortega llega al poder empieza a recurrir a estos movimientos radicales. Ese el primer punto, las raíces históricas con grupos terroristas. Segundo, en los años 80 el Frente Sandinista buscó un patrocinador de su modelo político, que fue la Unión Soviética. Al regreso del sandinismo al poder (2007) Ortega ha buscado un patrocinador que obviamente ante la inexistencia de la Unión Soviética pensaba que podía ser Venezuela o Rusia, y ninguno de esos dos pudo hacerlo por razones obvias. Por tanto, ha lanzado su mirada a China como un patrocinador de su modelo dictatorial. Lo tercero es que tenemos documentación de lo que podríamos llamar un aprendizaje de prácticas represivas de la dictadura. Por ejemplo, toda la persecución religiosa y el sistema de culto a la personalidad, el endiosamiento en las escuelas engrandeciendo la imagen de Ortega y su familia, son casi copias de lo que se ve en Corea del Norte. Aunque parezca una exageración, hemos llegado a concluir, con evidencia para afirmarlo, que Daniel Ortega está estableciendo una especie de Corea del Norte tropicalizada. Todo esto hace que la dictadura de Ortega sea un serio problema para la seguridad y la estabilidad de América Central.

-¿Y cómo encaja la relación con Rusia?

-Rusia es un modelo de inspiración para Ortega, pero Rusia demostró, ante la guerra en Ucrania, ser un oso de papel que realmente no era la potencia mundial que aspiraba a ser. Entonces lo que estamos viendo es que frente a Rusia hay una especie de nostalgia, hay una íntima relación política, hay una gran lealtad de Ortega. Pero en términos económicos y en términos prácticos el verdadero patrocinador del modelo es China.

-¿Por qué sigue el enamoramiento de cierta parte de la opinión pública latinoamericana con regímenes supuestamente revolucionarios como el sandinismo?

-Bueno, yo creo que América Latina ha tenido una relación muy compleja con Estados Unidos, y de alguna manera existía esta noción de que el enemigo de mi enemigo es mi amigo. La revolución sandinista recibió mucho respaldo de parte de la prensa mundial antinorteamericana y de parte de los movimientos intelectuales que tenían mucho resentimiento con Estados Unidos. Eso hizo que no se tratara al Frente Sandinista con la suficiente objetividad y con el suficiente pragmatismo. Se idealizó el sandinismo y eso llevó a que no se evaluara en su justa proporción las luces y sombras. Y una de las sombras más terribles es la falta de compromiso histórico con los derechos humanos. Las graves violaciones a los derechos humanos que estamos viendo hoy no comenzaron en el 2018, hay décadas de historia del sandinismo en ese sentido.

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