Empezaron amasando en el comedor de su casa: hoy tienen 34 locales y exportan a Miami

Rosario De Notta, “Rochi”, aprendió a hacer ravioles caseros cuando trabajaba en un restaurante y estudiaba Gastronomía. Más adelante, ingresó en Administración de Empresas. Tenía 20 años y la intención de armar un emprendimiento propio. Gracias a su experiencia culinaria, le propuso a su marido, Martín Bonorino, “el Chino”, crear Rochino, una fábrica de pastas y comidas congeladas.

“Arrancamos con la pastelina de la abuela de Chino, en el comedor de la casa de mi vieja, y empezamos a hacer ravioles”, recuerda De Notta. Hacían todo a mano y congelaban el excedente, por si no lo vendían. “Decíamos ‘por lo menos no los tenemos que tirar’”, agrega.

Puso un freezer en su cuarto, al lado de la cama. Amasaban en la mesa del comedor, que estaba pensada para una familia de 10 hermanos. “Ofrecíamos venderles a los conocidos: las madres de nuestros amigos o a algunos de mis hermanos mayores que estuvieran casados. Arrancamos así, de la nada”, comenta.

Compraban las verduras en el mercado, elaboraban las pastas y las repartían de casa en casa con su auto. Aún recuerda la inversión inicial como un hecho casi insólito y divertido: “No me voy a olvidar nunca. Yo tenía $100, que en esa época eran como 100 dólares”, cuenta respecto de los inicios en el año 2000.

Tomaron prestadas las procesadoras y otros elementos a la abuela y la mamá del Chino. Con los $100 compraron, en un mayorista, una horma de jamón, una de queso, un pack de 10 kilos de harina, un maple de huevos. Empezaron a probar recetas y a vender. “Hoy no te comprás ni un caramelo, pero en ese entonces tenía otro valor, aunque también era muy poco”, recalca.

Todo lo que vendían lo usaban para reinvertir en el emprendimiento. A la gente le gustaba y Rochino fue creciendo poco a poco. Si bien al principio se especializaron en pastas, pronto se dieron cuenta de que en el verano la gente no consumía tanto. “Empezamos a hacer pizzas. Después agregamos salsas para las pastas, porque mucha gente pedía salsas hechas. Ahora tenemos milanesas, tartas, empanadas”, explica De Notta.

Un negocio en expansión

De los 23 años que tiene el emprendimiento, los primeros 10 los pasaron cocinando en una casa. Gracias a la tenacidad y a los pasos constantes, además de agregar nuevos productos para amoldarse a las necesidades de los consumidores, lograron abrir dos fábricas: una para los productos convencionales y otra de comida libre de gluten.

Pero antes de esto, el primer salto grande fue comprar una raviolera industrial en 2007. “Eso nos ayudó un montón. Sabíamos que a mano podíamos hacer 30 planchas de ravioles por hora. Y éramos solo nosotros dos. Por más que amasáramos todo el día, no íbamos a llevar adelante una producción mayor”, detalla la emprendedora.

Esta herramienta, esencial para su trabajo, les costó $10.000 en aquel entonces. Para ellos seguía siendo una inversión muy grande, pero lograron costearla gracias a la ayuda de un hermano de De Notta. “Fue realmente un salto cuántico en capacidad de producción”, agrega.

La cronología es la siguiente: Rochino se inauguró en el 2000. Siete años después, gracias a la raviolera, pudieron incrementar la producción. Y 10 años después de la apertura abrieron su primer local. Hoy tienen 34 franquicias en Buenos Aires. “Nos dimos cuenta de que a la gente le empezó a quedar incómodo el delivery, porque, por ejemplo, nosotros repartíamos en CABA los jueves a la mañana, y muchas veces no había nadie para recibirlo. Ahí el Chino me dijo que teníamos que abrir un local”, cuenta.

Ella aceptó. Llamaron a un amigo arquitecto que los ayudó con el diseño. Compraron las heladeras verticales para exhibir los productos. Empezó a funcionar. Las ventas aumentaban y un día le propusieron abrir una franquicia. Hicieron cuentas, analizaron los números, averiguaron cómo repartir la ganancia, y, finalmente, abrieron un segundo local. De ahí en más, la expansión no frenó. “Lo que tiene de bueno es que esto beneficia a la persona que lo pone y a la fábrica”, opina.

Además de los locales, De Notta cuenta que, hace tres años, Rochino inauguró una fábrica de comida libre de gluten que hoy produce 50.000 artículos mensuales. “Le ponemos muchas pilas, siempre pensando en ideas nuevas más allá de lo monetario”, agrega. En la otra fábrica, la producción alcanza los 120.000 artículos por mes.

En 2022 lograron exportar a Miami, gracias al contacto con una persona que lleva alimentos argentinos a Estados Unidos: “Fue una muy buena experiencia, pero hace rato que no lo hacemos. Porque cuando ves los costos en pesos argentinos, no es negocio exportar hoy al dólar oficial. Esa es la verdad”, sostiene la empresaria.

Aun así, no abandonan la idea de llevar sus productos a otros países. De hecho, De Notta explica que recibieron propuestas de México, Perú y otros lugares. “Lo que pasa es que tanto trámite y trabajo para la rentabilidad bajísima que deja… No tiene mucho sentido”, se lamenta.

El futuro, lleno de proyectos: “Para mí, la clave del negocio es la mejora continua, sacar nuevos productos, ocuparnos también de alimentación de nicho. Ampliar la gama de nuestros productos y la calidad de la producción. Siempre buscamos mejorar”, concluye la emprendedora.

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