Emigraron a Canadá, invirtieron sus ahorros y crearon un exitoso negocio con “clásicos de la Argentina”

La historia de los marplatenses Santiago Issazadeh y María Eugenia Coedo -ambos de 45 años- comenzó en 1996, cuando estudiaban cocina. Ahora llevan 12 años instalados en Québec (Canadá), donde en 2012 abrieron la pastelería Bec Sucre, en la que invirtieron US$30.000, los ahorros que les quedaban después de comprar una casa. Empezaron vendiendo cinco docenas de medialunas y 10 alfajores por día, y hoy están en 40 docenas y 100 unidades, y el doble los fines de semana.

La pareja vivía y trabajaba en gastronomía en Mar del Plata. Y, antes de la crisis de 2001, se fueron a Miami. Issazadeh tenía una tía que los entusiasmó, les dijo que “se gana bien” y, “de curiosos” se fueron. “Fue antes de la gran crisis, sin saber lo que se venía -cuenta él-. Nos pusimos a trabajar en restaurantes, en una panadería argentina”. Estuvieron allí siete años y allí nacieron sus dos hijas mayores, de 20 y 18 años ahora.

En el 2007 decidieron volver a la Argentina. “No es fácil regresar, ves todo distinto. El que insistí fui yo, extrañaba. Abrimos un restaurante en playa Grande y nos fue muy bien. No nos fuimos nunca por necesidad, pero mi esposa no estaba convencida de quedarse”.

Otra vez la “curiosidad” los llevó a indagar por Canadá. En una lista de trabajadores que necesitaba el país apareció la categoría “panaderos”. Como Issazadeh tenía el título, los trámites se los facilitaron. “Llegamos en 2011 con residencia permanente que es lo que, normalmente, cuesta conseguir. Todo fue gracias al oficio”.

Él empezó a trabajar en un restaurante y Coedo se puso a estudiar francés. Al año compraron una casa en un barrio alejado del centro. “Un día cerca de donde vivíamos encontramos un local en alquiler y María Eugenia empezó con la idea de poner algo nuestro, de crecer por nosotros mismos”, cuentan.

Les habían quedado US$30.000 de ahorros y lo usaron: “Fue la primera vez en mi vida que me quedé sin un peso de respaldo, nada. Todo fue al negocio”.

Aunque el nombre Bec Sucre (“pico dulce” en francés, la forma en que “llaman a los golosos”) no remite a la Argentina, arrancaron con “casi todo argentino, panes, facturas, medialunas, alfajores de maicena, de chocolate, santafesinos”. También sumaron productos como muffins y croissants grandes que son parte de la cultura de consumo del lugar.

“Al mes y medio ya ganaba lo mismo que en el restaurante donde trabajaba, y al año, bastante más -añaden-”. Las ventas se fueron duplicando casi mensualmente hasta el quinto año. Ahora siguen creciendo, pero más lentamente.

En el lugar trabajan cinco personas más, además de ellos dos y sus hijas (tienen también un varón de dos años): “Hasta el día de hoy seguimos explicando los productos argentinos porque tenemos clientes nuevos, los empleados canadienses cuentan que son ‘clásicos de la Argentina’, es lindo escucharlos”.

“Las medialunas siempre fueron mi ‘fuerte’ -describe Issazadeh-. A los 18 años las hacía en el garaje de la casa de mis viejos y vendía en el barrio, donde me iba bien. Acá, a medida que la gente se fue interesando sumamos rogel de dulce de leche, prepizzas, tartas, galletitas. Trabajamos sin conservantes, algo que los clientes valoran mucho”.

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