Elecciones en Tucumán: Famaillá, la cuna del nepotismo con una gestión excéntrica de los mellizos Orellana

FAMAILLÁ, Tucumán.- José Orellana abre la puerta de su casa y lo abordan vecinos para pedirle ayuda. Dinero, medicamentos, ropa y alimentos. Saluda a casi todos por su nombre o apodo. De pie, en la vereda, firma papeles del municipio que le acerca un secretario. “Te firmo todo menos la renuncia”, le advierte con una sonrisa. Todos celebran la broma. “¿Dónde está la camioneta?”, ordena, como si estuviera apurado. “Líder, ¿cómo estamos para el domingo?”, le pregunta alguien al paso. “Hoy y mañana vamos a estar laburando todo el día”, dice cauteloso, ya a bordo del vehículo. Es viernes y rige la veda electoral. El teléfono del intendente suena sin parar. En el WhatsApp aparecen 3871 mensajes sin responder y 141 llamadas perdidas.

La maquinaria electoral que hizo invencible al peronismo en Tucumán

Orellana tiene 59 años y está por terminar su tercer mandato como jefe comunal de Famaillá. Alterna el poder desde 1991 con Enrique, su hermano mellizo. José competirá ahora por una banca de legislador y Enrique, si gana, comenzará su cuarto período. Son peronistas y nunca perdieron una elección. En 15 de los 19 municipios tucumanos, el intendente actual apuesta a dejar el domingo a un familiar como su sucesor. Pasa con el oficialismo, pero también con la oposición. Son todos casos de vínculo directo: hijos, esposa, hermanos y hasta padres. Pero el caso de Famaillá es único.

“Frena acá”, le ordena José a Walter, el chofer de la Chevrolet SV40 que está curtida por la campaña. El intendente se baja en la panadería Rosaura saluda a los empleados con un beso y se pide un té con leche. Necesita parar. La noche anterior tuvo una caravana de cierre de campaña que atravesó varios municipios y que se extendió hasta la madrugada. “Vos me hablas de alternancia, nepotismo. El que vota es el que decide. La habilidad está en saber mantenerse. Somos como los futbolistas: mientras hagamos goles…”, argumenta en la charla con LA NACION.

Hijos de un cortador de caña, José y Enrique fueron lustrazapatos y comerciantes en la feria persa hasta que desembarcaron en la función pública, hace más de tres décadas. Cuando uno es intendente, el otro es legislador, concejal o diputado nacional. “Somos un mismo cerebro: Enrique es el lado derecho: más pensador, el estratega. Yo soy el izquierdo: el más flexible, el que hace, carismático. Nos amamos”, define José, a quien todos llaman “líder”. Hasta su hermano.

El poder rotativo tuvo un ligero desvío en 2015, cuando ninguno de los dos quedó al frente de la intendencia. La candidata ese año fue Patricia Lizárraga, esposa de Enrique. El experimento duró solo un mandato: en 2019 José venció en las urnas a su cuñada, que ahora comparte otra vez la lista con ellos. Delicias de un pueblo de casi 25.000 habitantes que está a 40 kilómetros de la capital provincial.

Los Orellana jugaron con Julio Miranda, después con José Alperovich y fueron de los que presionaron para que Juan Manzur y Osvaldo Jaldo sellen una alianza que no divida al PJ local. Se quejan del sistema de acoples: “Les juntamos votos para ellos”. Una ironía: aquí en Famaillá todos los concejales responden a ellos y cuentan con 16 colectoras, seis más que sus rivales, entre los que se identifica Juan Salim, referente local de La Cámpora. La relación con el gobernador se tensó porque esta vez ellos no son la “lista oficial” y cuentan con menos recursos para la competencia interna. “Una campaña a legislador puede costar 200 millones de pesos”, dice José mientras cruza números y tachones en una servilleta de papel. “Pero no me quejó: nosotros tenemos lo nuestro: la intendencia, la banca en la Legislatura y a la senadora nacional”, se jacta José de su influencia. La senadora es Sandra Mendoza, su esposa o “la jefa”, que tiene mandato en la cámara que lidera Cristina Kirchner hasta 2027. Dejó de ser un doble comando; ahora es triple.

De los próceres a los superhéroes

“¿Lo ves a ese? Es Gary, que ahora está rengo porque luchó con un oso en el circo”, relata José durante la recorrida en camioneta por las calles de Famaillá. Dice una pared: “Cumpliendo sueños. Mellizos Orellana”. En un alto interviene Sergio, un asesor de Buenos Aires que trabaja para ambos. “Es el sueño americano, pero acá en Tucumán”, los endulza, antes de enumerar las obras públicas en marcha y las celebraciones culturales que ya son un clásico, como la Fiesta de la Empanada o la del Mellizo, que se festeja los 9 de julio y en la que “los más parecidos” se llevan el premio mayor.

En la entrada al pueblo, se recuestan a un costado de la ruta 38 los logros más excéntricos de la gestión: una réplica del Cabildo, la Pirámide de Mayo y la Casa Histórica de Tucumán, todo grande pero junto, como para que pueda entrar en una misma foto. Convive con las esculturas de los próceres una de Messi esculpida por Bruno Salica y Ángel Moreno como reconocimiento por el Mundial. Los mellizos apuran otra de Ezequiel Palacios, el tucumano que integró el plantel campeón. Apiñado, todo desplegado en cien metros de un paseo adoquinado, aparecen las estatuas de los superhéroes más populares: Hulk, el Hombre Araña y Superman. “Debemos ser variados: tenemos historia, pero también diversión. Es como un bar, no podes solo servir pizza y hamburguesas”, justifica el intendente el toque del comic americano entre tanta cultura criolla. Del otro lado de la ruta, casi olvidado, emerge una réplica de la “mano de Dios”, con Maradona cubierto en tierra y hojas en el medio de un mercado de artesanos que está vacío.

Después de una larga recorrida, José muestra orgulloso una de las últimas réplicas: “el mini Vaticano”. Es una sala velatoria a cielo abierto, circular como la Plaza de San Pedro y con una escultura del papa Francisco. Está a la vuelta del cementerio municipal y lleva el sello de la gestión: “Mellizos Orellana”.

No todo es turismo y cultura. Van por más. José se recibió de abogado hace 10 años, con 49. Enrique siguió sus pasos y terminó la carrera en la Universidad de San Pablo ni bien se salió de la pandemia. Apuestan ahora a las grandes obras: pavimentación de calles, tendido de cloacas y un parque industrial que generaría 1800 empleos. “No podemos entrar todos en el Estado”, explica José sobre el proyecto estrella, donde se avanza a ritmo de machete en la construcción de una sede universitaria, una terminal de ómnibus y una fábrica en donde se congelará fruta de exportación. Es un proyecto privado-estatal que se desarrolla sobre tierras expropiadas por el gobierno provincial.

El mellizo que ahora le toca ser intendente no pierde la chispa ante una consulta incómoda. Pesa sobre él una condena de tres años de prisión por abusar sexualmente de una empleada dentro del Congreso Nacional, cuando era diputado, en 2016. Como el veredicto no quedó aún firme, se mantiene en el cargo. “Creo en la presunción de inocencia. Me denunciaron cuando había cierto fervor por estos temas. Con esa musiquita del feminismo me hicieron campaña en contra en 2019 y gané la intendencia igual”, se defiende, y contraataca: “La gente sabe quién soy y lo que hago por ellos”.

Walter le acerca un teléfono: “Es Enrique”. Los mellizos se encuentran en un restaurant concurrido. Saludan mesa por mesa, como si la campaña no hubiera terminado. Piden empanadas para todos. Enrique se va apurado a cerrar un acuerdo para fiscalizar los votos, pero antes posa para la foto: “Estamos abrazados desde antes de nacer”.

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