Una de las incertidumbres más profundas de esta elección recaía si ese poder oculto, que está en las sombras en las cárceles, como son los grupos criminales ligados al narcotráfico, iban a participar del comicio de manera violenta, como lo habían hecho en 2021, cuando a la mañana temprano balearon escuelas.
Ante esta situación tensa, que se erigía en la previa de los comicios, el gobierno dispuso un operativo de seguridad especial, con más de 6000 efectivos de la policía de Santa Fe para custodiar escuelas y puntos clave.
El clima de violencia que se vive en Rosario dio una tregua este domingo. No se produjeron incidentes, y los operativos de seguridad dieron sus resultados, pero sobre todo, las bandas criminales no decidieron jugar esta vez. Ya lo habían hecho el 24 de junio pasado, cuando hicieron una exhibición de poder al mostrar en el partido de despedida de Maximiliano Rodríguez una bandera de más de 40 metros, que contenía tres caricaturas de líderes de Los Monos, con la leyenda: “Nosotros estamos más allá de todos”.
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El gobierno de Santa Fe informó que no se produjeron incidentes de importancia durante este domingo. La llamada “mafia” hizo sí su irrupción, como ya lo viene haciendo, en una interna gremial, como es la de Uocra, en la que una sede del sindicato en Rosario, que fue blanco de un ataque a balazos. Los agresores dejaron un cartel, con un mensaje dirigido al secretario general de ese gremio Carlos Vergara, exinterventor de la Uocra de La Plata, luego de que fuera detenido Juan Pablo “Pata” Medina.
La seguridad aparece como una sombra en las campañas electorales desde hace tiempo en Santa Fe. En Rosario la penumbra cubre el problema de la violencia y el narcotráfico y en el resto de la provincia, sobre todo en los principales centros urbanos, como Santa Fe, la inseguridad. En ese eje coinciden todas las encuestas, que traslucen la principal preocupación de la población. Es un rubro de problemas antiguos. Por lo menos llevan una década. Nada parece nuevo.
Los gobiernos pasan, también los signos políticos que ejercen el poder, y esa inquietud o “flagelo”, como se lo caratula, sigue en pie. Porque las soluciones no aparecen y los eslóganes que ensayan los publicistas en años impares se difuminan luego en la cruda realidad, con historias atravesadas por un dolor profundo, en el que se entremezclan escenarios nuevos, que la política no consigue descifrar, más allá de la complicidad de los actores del Estado, como la Policía.
Como el fracaso es transversal a todas las fuerzas políticas que transitaron por el poder, tanto nacional como provincial, nadie tampoco puede jactarse de guardar un trofeo que marque una victoria sobre el llamado crimen organizado o desorganizado.
Los rostros que aparecen en la publicidad electoral de esta campaña mostraron el rictus de ese fracaso. Miradas punzantes, serias. Se esfumaron las sonrisas de los carteles. Caras más naturales, lavadas, sin el desvarío del clásico Photoshop, buscan mostrar ese estado de preocupación y hasta de bronca, que es generalizado entre los que miran los afiches. Ya nadie se anima a sonreír. Ninguno puede mostrar un cielo despejado y celeste, como en la campaña que lo llevó a la victoria a Hermes Binner en 2007. A nadie se le ocurriría hoy un eslogan como “paz y orden”, como propuso el actual gobernador en 2019. En el horizonte se yerguen más que nada tormentas.
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La propia crisis asumió un rol cancelatorio del vuelo proselitista de las campañas, en medio de un descreimiento creciente, a la par de la bronca, que está latente con la nueva expresión en el ausentismo, como ya se vio en otras provincias.
Desde 2014 en Rosario se aplicó un solo plan que descansó en el envío de gendarmes como redentores de una solución que tiene otros costados, más allá de la seguridad pública. Se intentó replicar sin éxito el programa de Sergio Berni cuando en abril de 2014 apareció un ejército de gendarmes, que secuestraron en seis meses sólo 6,9 kilos de cocaína, pero generaron una sensación profunda de seguridad. Ocho veces se intentó replicar esa idea, incluso, con Patricia Bullrich en 2016, y ahora con Aníbal Fernández. Nunca en ese periodo se reformó la policía, uno de los motores del engranaje de la mafia, desde que en 2008 intentaron armar el primer cartel con Esteban Alvarado y Luis Medina como principales socios.