Javier Milei imaginó su campaña como un experimento de destrucción. Le salió tan bien que la dinámica del caos desatada a partir de su triunfo en las PASO lo arrastró a él mismo a un terreno de confusión. A su alrededor se gesta un proyecto de gobierno a las apuradas, mientras explora cómo volver viables las propuestas utópicas con las que captó la atención de una sociedad lastimada.
La semana que pasó fue un despertar de la resaca electoral. Milei no pensaba hace un mes que pudiera ser presidente este año. Cuando eso se volvió posible –hasta muy probable – lo embriagó la euforia. Hoy, según describen fuentes que lo han tratado, está más irritable de lo habitual por el peso que se cierne sobre sus hombros.
El escrutinio público de sus palabras actuales y pasadas, las contradicciones a las que se expone a la hora de explicar su plan económico, las críticas abiertas de instituciones nacionales y globales y las sospechas de que ahora el sistema político lo va a “enfrentar en serio” han sacudido su esquema proselitista. Al favorito inesperado lo aqueja el síndrome del desorden en el que se revuelven sus dos rivales principales, Patricia Bullrich y Sergio Massa: el próximo gobierno se construye en un mar de desconfianza y confusión.
Milei decidió irse con su hermana Karina a Estados Unidos el jueves a la noche. Lo dejó saber cuando ya estaba allá. Las especulaciones de que iba a atender a financistas se desinflaron rápido. Se habló también de un plan para encontrarse con Donald Trump. Pero la versión oficial fue que el viaje respondió a “cuestiones personales”, una generalidad reñida con la transparencia aconsejable sobre la actividad de un aspirante serio a presidir el país.
Las gestiones económicas las hacían en su nombre Darío Epstein y Juan Napoli en Nueva York. Lejos de la fantasía de que iban a negociar los fondos para dolarizar la economía argentina fueron a escuchar opiniones de unos 70 inversores, en su mayoría argentinos. Durante cinco horas intercambiaron diagnósticos y recibieron preguntas. Según una fuente presente en la charla, se plantearon inquietudes no solo por los planes económicos sino también sobre la estabilidad emocional del candidato.
Los delegados habrán podido comprobar un dato que fastidió especialmente a Milei: el impacto del artículo de The Economist, el medio más influyente en el mundo de las inversiones, en el que se califica al referente libertario como “un riesgo para la democracia”, se lo describe como “autoritario” y se establecen severas críticas técnicas sobre sus planes de dolarización y achicamiento del Estado. Las conclusiones de la biblia liberal que se edita en Londres surgen de una entrevista personal de tres horas con Milei.
Fue un dedo en la llaga horas después del show de la contradicción al que se expuso el candidato y que además dejó a la luz las tensiones irresueltas en su grupo de trabajo. Un mismo día Epstein dijo que no iban a “dolarizar si no hay dólares” y Napoli, que la idea de dinamitar el Banco Central era en sentido figurado. El asesor Carlos Rodríguez –una suerte de decano de los economistas mileístas– intervino en público para desacreditar el plan de dolarización de Emilio Ocampo, que hasta nuevo aviso es el favorito de Milei. El candidato habló después en un foro en el hotel Alvear y confirmó que va a dolarizar, que cambiará los pesos “a precio de mercado” y que va en serio con la promesa de cerrar el Banco Central. Aclaró que no tiene uno sino cinco planes alternativos para dolarizar.
“No se puede cuestionar la promesa estrella. Estamos en campaña”, explica un integrante de La Libertad Avanza. Hasta agosto Milei era el rockero que cosecha aplausos mientras rompe la guitarra en el escenario. Ahora lo asalta una intriga: ¿le alcanza con el ruido de estática o la sociedad quiere oír alguna melodía?
A los grandes empresarios las ambigüedades económicas los tiene incómodos. En los foros de debate que se multiplican en todo el país en este tiempo bisagra reciben con honores y atenciones por momentos exageradas a los delegados de Milei. Suelen encontrarse con posiciones racionales en Diana Mondino, Epstein o Napoli, entre otros, pero después se extravían en el desconcierto cuando escuchan al candidato.
Milei se aferra a un estilo radial de conducción y muchos de sus activistas públicos caminan la cancha con autonomía, a riesgo de ser desmentidos con el paso de unas pocas horas. Es la lógica de un proyecto de poder aluvional.
Los representantes de Milei se internan en el pantano de “la casta política”. Su baqueano Guillermo Francos ya tomó contacto con dirigentes del peronismo y visitó en su casa a al menos una figura que está en la mesa chica de Bullrich.
La cosecha por ahora es un cúmulo de señales curiosas: lo que ofrecen los libertarios es una suerte de bendición que excluye del eje del mal a quienes se avengan a ayudarlos. Fue notorio el tono amigable de Milei con los caciques del sindicalismo peronista después de haberse reunido con Gerardo Martínez y de haber recibido un guiño público de Luis Barrionuevo, que podría reclamar el Oscar honorario por su desempeño en la casta.
El gran temor de los libertarios es una reacción de los aparatos políticos que pueda afectarlo en octubre, después del fervor institucional con que los fiscales peronistas cuidaron los votos de quien se presentaba como su verdugo. Confían en que “la ola violeta es imparable”, pero los carcome la ansiedad natural de quien camina por tierras desconocidas.
Las dudas de Bullrich
Bullrich todavía no puede aprovechar los flancos que deja Milei. “Todavía nuestra campaña es un caos”, se lamenta un dirigente que milita con pasión al lado de la candidata desde hace más de un año.
El lanzamiento de Carlos Melconian como vocero económico le devolvió el alma al cuerpo a algunos dirigentes de Juntos por el Cambio que veían todo perdido desde el decepcionante resultado de agosto. Celebran que haya podido rivalizar con Milei y que empiecen a circular por TikTok ediciones de las frases tribuneras con las que Melconian refuta las promesas de los libertarios.
Pero el ánimo pesimista está lejos de revertirse. “Patricia todavía no volvió a su centro. Quedó aturdida y necesita reaccionar, volver a ser ella misma, reencontrarse con lo que la llevó a la posibilidad de ser presidenta”, resume un dirigente que apostó por ella desde el inicio de la interna con Horacio Rodríguez Larreta. Otro caudillo con fuerte peso territorial añade: “Ella es emoción y no racionalidad. Tiene que dejarse de explicar proyectos y salir a la calle. Vayamos por el banderazo, por el sí se puede”.
Son habituales entre quienes la quieren los reclamos de un ordenamiento general de la campaña. Juntos por el Cambio es en estas horas una comunidad de figuras sin rumbo; caras conocidas sin asignación en una campaña que se puso cuesta arriba. Los reajustes de funciones de la última semana apuntan a corregir ese problema central de diseño electoral, aunque abundan las dudas: “Patricia quiere decidir todo ella. No puede ser candidata y jefa de campaña, porque entonces se aísla y termina rodeada de los que le dicen todo que sí”, dice un candidato de Juntos por el Cambio que se juega su destino en octubre.
Detrás de esas descripciones subyace el conflicto irresuelto con Mauricio Macri, justamente quien más capital político invirtió en impulsar su candidatura como freno a las intenciones de Larreta. El clima es delicado entre ellos y repercute en el comando de la ganadora de la interna, integrado en gran medida por macristas de pura cepa.
Del lado de Bullrich reprochan al expresidente por lo que argumentan fue un discurso desafortunado después de las PASO, cuando felicitó a Milei y lo ubicó dentro de los persiguen “el cambio que necesita la Argentina”.
Cerca de Macri dicen que desde el lunes, cuando regrese a la Argentina, empezará a intervenir en la campaña decididamente en favor de Bullrich y que hará “todo lo necesario para que Juntos por el Cambio vuelva al gobierno”. Pero transmiten desazón por lo que consideran un “trato injusto” de la candidata.
“Ella tiene que dejar de pensar que yo voy a ser Cristina y ella, Alberto. No hay una disputa de liderazgo”, es una frase que le atribuye a Macri una fuente que conversó con él. “Es irónico que estemos con el mismo cuento de Larreta en 2020, cuando se empeñó en jubilar a Mauricio. Ella hoy, por mucho que le pese, lo necesita y le tiene que dar un rol”, agrega un exministro del Pro.
Bullrich visitó a Macri en su casa de Acassuso el sábado de la semana pasada. Fue un diálogo sin estridencias pero de una frialdad mayor a la acostumbrada en ellos. Horas después la candidata dijo en una entrevista en TN: “Hemos estado siempre presos en Juntos por el Cambio de qué iba a hacer Macri y tenemos que liberar a todo Juntos por el Cambio y que Mauricio se acomode como él crea que se debe acomodar”. La frase desató un oleaje que el bullrichismo intentó detener, con el argumento de que había sido improvisada y que no tenía un sentido agresivo. Poco ayudó a traer calma la intervención del candidato Nicolás Massot en LN+, en la que sugirió un doble juego de Macri con Milei: “No puede decir que es todo lo mismo y nos vamos a jugar un torneo de cartas”.
El sueño del resurgir cambiemita pasa sobre todo por no perder el voto propio (que de ocurrir podría entronizar a Milei en primera vuelta) y lograr una recuperación en tres distritos clave: Santa Fe, Córdoba y Mendoza. El número mágico que, creen, los metería en el ballottage es 32%. Implicaría sostener los apoyos de agosto y sumar algo así como 1 millón de votos adicionales. Un Everest, dadas las circunstancias.
El karma de Massa
Así como las contradicciones de Milei no son consuelo para Bullirch, los descalabros de JxC no tranquilizan a Massa. El ministro quedó como un llanero solitario que galopa en el campo minado de las traiciones peronistas.
Logró abroquelar en una foto y una promesa de apoyo a los gobernadores del Norte, un territorio donde se le escaparon a Unión por la Patria más de 1 millón de votos respecto de las elecciones provinciales de este mismo año.
Los niveles de presión alcanzaron cimas apoteósicas, describen en dos provincias cuyos líderes se sumaron a la foto del relanzamiento en Tucumán. La chispa de la épica enciende mejor con fondos públicos. El riojano Ricardo Quintela llegó al paroxismo de amenazar con una renuncia si gana Milei. En un Zoom con varios de sus colegas quiso arrastrarlos a un pronunciamiento conjunto en el mismo sentido. Fracasó.
Massa se recuesta en la lógica de meter “miedo a perder derechos” y abroquelar el aparato. Con la inflación en dos dígitos mensuales parecen agotarse las opciones. La promesa de terminar con el impuesto a las ganancias pareció, como dirían en España, un brindis al sol. Analiza mandar un proyecto de ley al Congreso, pero allí nadie parece dispuesto a votar nada hasta que florezca un nuevo gobierno.
Aunque intente resurgir desde el Norte, el candidato-ministro sabe que su suerte se juega en Buenos Aires. Allí se están moviendo las placas tectónicas. Axel Kicillof sorprendió esta semana con una reflexión sobre la representación política en esta era de desencanto: “Están pasando cosas complicadas y novedosas. No vamos a entusiasmar demasiado solo con un discurso y una propuesta nostálgica. No es justo que vivamos de quienes ya hicieron una banda de rock. Vamos a tener que componer una nueva canción, no una que sepamos todos. Va a haber que componer, muchachos”. Quedó flotando en el aire una incógnita: ¿está el gobernador proyectando un disco solista en caso de confirmar la reelección? Acaso el fallo del viernes en Nueva York sobre la estatización de YPF lo haya sacado de esas ensoñaciones de futuro.
Axel Kicillof, contra la nostalgia
Cristina Kirchner renunció a ser quien ponga orden y les pide paciencia a quienes le ruegan que intervenga en la campaña. Avaló que Máximo Kirchner volara a Tucumán con Massa. Un gesto apenas.
El pesimismo por el momento es más fuerte que el compromiso con ayudar a sus candidatos. Para colmo le toca estar a cargo del Poder Ejecutivo durante casi dos semanas: Alberto Fernández, el presidente que ella inventó, surca continentes para ofrecer sus consejos de cómo salir de esta crisis tan peliaguda que agita al planeta Tierra.