PARÍS.– Francisco llegará hoy a Marsella, en el primer viaje que un papa hace a esa ciudad del sur de Francia en 500 años. Una visita de apenas dos días destinada a esa mítica urbe portuaria, pero, sobre todo, al mar Mediterráneo. Espacio común, escenario de migraciones con frecuencia dramáticas, centrales en la preocupación del Sumo Pontífice.
Francisco va a Marsella por invitación del cardenal Jean-Marc Aveline, arzobispo de esa metrópolis, que organiza la tercera edición de los Encuentros Mediterráneos, después de dos anteriores en Italia: Bari en 2020 y Florencia en 2022. Ese Mediterráneo, mosaico de pueblos, de culturas y religiones desde épocas inmemoriales, es ahora un espacio común enlutado por la suerte de los migrantes.
“Una zona de fracturas, que ocupa un lugar central en el corazón del Papa”, dijo el prelado días atrás en conferencia de prensa. Y Marsella, territorio mestizo, cosmopolita, es precisamente una forma de “periferia” de Europa.
Inicialmente, la idea era organizar una tercera edición “fuera de Europa”. Pero Argel era demasiado complicado, lo mismo que Beirut. Los Encuentros Mediterráneos, que comenzaron el 16 de septiembre y se prolongarán hasta pasado mañana, reúnen este año a 70 obispos y 70 jóvenes de todas las confesiones, llegados de 25 países de la cuenca del Mediterráneo. Son jóvenes que terminan sus estudios o recién entran en la vida activa, de 25 a 33 años. Católicos, pero también ortodoxos, judíos y musulmanes.
Juntos, analizarán los grandes desafíos que enfrenta actualmente el Mediterráneo: fragilidad de los migrantes, extrema pobreza, conflictos, pluralidad religiosa, situación ecológica. Pero también las respuestas que el Mediterráneo, con sus recursos, puede aportar. Juntos, redactarán un texto común que será entregado al Papa al cierre de los debates, mañana por la mañana.
Al mismo tiempo, para “embarcar a toda la ciudad” en torno a esas problemáticas, fue organizado un festival con conciertos, exposiciones, visitas a lugares de culto, piezas de teatro, banquetes solidarios y bailes folclóricos.
Sin visita de Estado
Francisco aceptó viajar a Marsella precisando que “no venía a Francia”. No se trata, en efecto, de una visita de Estado. Decidido a privilegiar sus viajes a “los pequeños países”, en las “periferias” del mundo, el Papa “no viene a Marsella para que lo veamos, sino para que, con él, miremos al Mediterráneo”, dijo el cardenal Aveline.
“Es una etapa en la larga peregrinación mediterránea del Pontífice, que había escogido, hace diez años, hacer su primer viaje a [la isla italiana de] Lampedusa”, precisó.
El mar Mediterráneo es “un cementerio para los migrantes”, dijo Francisco en el avión que lo traía de regreso de las Jornadas Mundiales de la Juventud en Lisboa, a comienzos de agosto.
“Pero no es el cementerio más grande. El más grande es el norte de África. Es terrible. Lo que me preocupa es todo el Mediterráneo. Por eso voy a Francia. La explotación de los migrantes es criminal”, había afirmado. La cuestión migratoria y, más precisamente, la atención que reciben los más frágiles, ha sido desde el primer día la piedra angular de su pontificado.
En el mismo momento en que la extrema derecha europea intenta instrumentalizar la llegada de miles de migrantes a Lampedusa esta semana, Francisco tiene la intención de hacer oír otro mensaje bajo el signo de la fraternidad, poniendo en primer lugar la dignidad humana. Es precisamente lo que dijo desde la ventana del palacio apostólico de la Plaza San Pedro en su mensaje del domingo pasado. Evocando su viaje, calificó a Marsella de “ciudad de un pueblo llamado a ser un puerto de esperanza”.
Inicialmente prevista para durar tres horas, la visita de Francisco a Marsella se extenderá un día y medio, hasta mañana por la noche. Una estadía que se produce en un contexto particular, ya que Francia se encuentra en plena Copa del Mundo de Rugby, y apenas concluida la visita de Estado del rey Carlos III de Inglaterra. Su presencia será pues un auténtico desafío para los responsables de su seguridad.
El ministro del Interior, Gérald Darmanin, anunció que unos 5000 policías y gendarmes, más unos 1000 agentes de seguridad privada serán desplegados durante la visita. El funcionario precisó que “por el momento, ninguna amenaza particular” había sido señalada por la Dirección General de la Seguridad Interior (DGSI).
Apenas llegado, el Papa meditará ante la estela conmemorativa de los marinos y migrantes “perdidos en el mar”: la cruz de Camarga, un modesto monumento erigido al pie de la basílica de Notre-Dame-de-la-Garde, a quien todos los merselleses llaman la “Bonne Mère”.
Mañana por la mañana, Francisco se reunirá con personas en situación de precariedad en el arzobispado y enseguida clausurará los Encuentros Mediterráneos, antes de reunirse en privado con el presidente Emmanuel Macron.
Por la tarde, recorrerá la avenida del Prado a bordo de su “papamóvil” para entrar en contacto con los habitantes de la ciudad, antes de celebrar una gran misa en el estadio Vélodrome, a la cual asistirán más de 50.000 personas.
Esa misa no estaba prevista en el programa inicial, pues es verdad que el Papa no quería hacer un viaje oficial a Francia. Pero el cardenal Aveline lo convenció de celebrarla con una frase que el Pontífice no podía rechazar.
“Usted no puede impedirle a Francia –le dijo– que venga a acompañarlo en sus plegarias”.