El obispo Joaquín Piña, el último que desafió el poder de Carlos Rovira en Misiones

POSADAS.- “Esto no es política, esto es mucho más que eso, tenés todo mi apoyo, metete”, le dijo Jorge Bergoglio, por entonces arzobispo de Buenos Aires, al obispo de Iguazú, el catalán Joaquín Piña, en agosto del 2006, en La Rioja.

Los dos estaban allí para conmemorar los 30 años del asesinato de Monseñor Angelleli. Piña -como Angelelli en los 70-, era obispo pero además era un cura de los llamados tercermundistas, que hacía votos de pobreza y no le sacaba el cuerpo a las injusticias sociales.

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En el 2006 protagonizó -con la venia de quien luego sería el Papa Francisco-, la mayor intervención de un cura en la política argentina desde el regreso de la democracia. Encabezó el frente “Unidos por la Dignidad” como primer convencional constituyente para derrotar al oficialismo misionero en su intento de modificar la Constitución provincial y habilitar la reelección indefinida que impulsaba el entonces gobernador, Carlos Rovira, con el apoyo de Néstor Kirchner en pleno apogeo.

Si se aprobaba en Misiones, el plan era continuar con esa habilitación a la reelección en otras provincias y algunos sostienen que no se descartaba llevarlo al Gobierno Nacional.

Aquella fue una cruzada que todavía hoy se recuerda en Misiones -no sin cierta nostalgia-, como los días turbulentos en los que un líder aglutinó a las voluntades dispersas de mucha gente y logró doblegar al poder político. Nada más alejado a la realidad actual. Ningún dirigente, oficialista u opositor, logró construir un liderazgo como el de Piña.

El frente del cura estaba conformado por una fuerza multisectorial donde se mezclaban partidos, ONGs, sindicatos e independientes embanderados en una cruzada que dividió aguas y definió dos bandos.

“Asumió la resistencia frente a la reelección del gobernador Rovira. Es un estallido en la provincia cuando Joaquín se presenta como candidato para impedirlo”, señaló el Premio Nobel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel en el prólogo del libro “La utopía heredada”, que se lanzó este año con motivo del 10° aniversario del fallecimiento de Piña, ocurrido el 8 de julio del 2013.

Al frente de Unidos por la Dignidad, el 29 de octubre del 2006 Piña le propinó un cachetazo al Frente Renovador de la Concordia, imponiéndose por 55% contra 43% y obteniendo la mayoría de los convencionales. El frente consiguió 20 convencionales contra 15 del oficialismo.

La Convención terminó siendo un trámite formal y a los convencionales de la Renovación tuvieron que citarlos con cartas documentos porque no se querían presentar.

El poder detrás de escena

Lo paradójico es que desde aquel entonces, Rovira no paró de acumular poder desde el segundo plano. Se convirtió en el hombre que controló a todos los gobernadores: Maurice Closs, Hugo Passalacqua, Oscar Herrera Ahuad.

Rovira es hoy, para muchos, un jefe del oficialismo mucho más poderoso que cuando era gobernador y le tocó pelear contra la heterogénea fuerza liderada por Piña.

Este domingo, en las elecciones a gobernador de Misiones, si se cumplen los pronósticos mayoritarios y las encuestas, Passalacqua volverá a La Rosadita para un segundo mandato -no consecutivo- asegurándole a Rovira una hegemonía de casi 30 años en Misiones.

Rovira asumió en 1999 su primer mandato como gobernador y solo tuvo un revés en su ascendente carrera política. Fue el que lo obligó a irse de la gobernación al concluir su segundo mandato sin poder optar por la “re re”. Se retiró a la Legislatura, que preside desde 2008 y desde donde controla políticamente a Misiones.

Este domingo, también Rovira irá como candidato a diputado provincial ya que en diciembre se le vence el mandato de cuatro años.

Lo hace como número tres en la lista oficialista, dejándole el primer lugar al actual gobernador, Herrera Ahuad, hoy por hoy el dirigente con mayor popularidad en Misiones, que ya ejerció sus dos mandatos constitucionales (el primero como vice).

El apoyo de Bergoglio

“Sin la venia de Bergoglio, él no hubiera hecho nada”, señaló a LA NACIÓN un estrecho colaborador de Piña que lo acompañó durante años.

El triunfo del obispo y sus seguidores en la Convención Constituyente de hace 17 años tuvo efectos colaterales en toda la política argentina e hizo caer muchos proyectos de reelección indefinida. El país se encontraba en pleno ciclo de crecimiento económico, con “viento de cola”, superávit gemelos. Néstor Kirchner usó a Misiones como prueba de ensayo.

“Usted me cortó la carrera”, le dijo Felipe Solá a Piña, cuando se cruzaron de casualidad en la Casa Rosada. Piña había ido citado por Oscar Parrilli, quien le dio las felicitaciones en nombre de Néstor Kirchner. El santacruceño supo encajar aquella derrota reconociéndole el valor al adversario.

Aquellas elecciones en Misiones son recordadas también porque el oficialismo, con el apoyo de la Casa Rosada, desplegó todo tipo de recursos. Se repartieron heladeras y otros electrodomésticos. “Ustedes agarren, pero en el cuarto oscuro hagan valer su voto”, les repetía Piña, zanjando fácil el dilema que se le presentaba a mucha gente humilde que necesitaba esa ayuda que le acercaba la política, pero que se sentía inspirada por la cruzada que les proponía el jesuita.

Obispos y el poder

“Conozco dos clases de obispos: los administradores y los profetas. Unos están preocupados por organizar y construir; otros, por predicar, denunciar, atender a los pobres y los enfermos. Los primeros suelen ser amigos del poder; los segundos, perseguidos por el poder”, sintetizó un hombre que trató a Piña y conoce de cerca a la Iglesia.

Una característica central que tuvo Piña, según pudo reconstruir LA NACION de varios testimonios, era que no le interesaba el liderazgo, el poder ni las ambiciones personales.

Nacido en Sabadell (pueblo cercano a Barcelona) en 1930, padeció las dictaduras de Francisco Franco, Alfredo Stroessner y Jorge Rafael Videla, y siempre se reveló contra los abusos de los poderosos.

Vivía de forma austera y se trasladaba en un auto destartalado. Tras ordenarse jesuita, en 1961, se fue a Paraguay, donde a fines de esa década fue expulsado por enfrentarse con el dictador paraguayo.

“Cualquier gobierno que se perpetúa se corrompe”, repetía. Recaló en Iguazú, donde se convirtió en obispo en 1986, en la diócesis que se acababa de crear.

Ese año otros dos jesuitas conmovían al mundo en las famosas Cataratas del Iguazú. Se estrenaba la película La Misión, donde Robert De Niro y Jeremy Irons encarnaban a dos curas que luchaban por preservar a los guaraníes y la obra jesuita del poder de turno.

Una vida austera

Piña se despertaba siempre antes de las 6 de la mañana, escribía mucho (tiene más de seis libros publicados) y leía filosofía, teología y otras materias. “No tenía ropa y si viajaba a un lugar con frío, había que conseguirle algo”, explicó un colaborador que lo acompañó en esos días frenéticos y también después.

Vivía en la mayor austeridad, él mismo se cocinaba y comía lo que había, rechazaba cualquier ornamentación lujosa para dar misa y en lugar de báculo (el bastón largo), usaba una rama de guayubira, un árbol nativo de Misiones. Le gustaba escuchar a todos y en las reuniones era el último en dar su opinión.

“Aprendí mucho de nuestros diálogos. Tenía una profunda fe en Dios, a la Iglesia y un servicio absolutamente generoso a la gente, en especial a los pobres, siempre con un estilo de vida austero y sencillo”, dijo a LA NACION el padre Alberto Barros, quien fue confesor de Piña en los últimos cuatro años de su vida.

Después de triunfar en la Convencional Constituyente, le ofrecieron todo tipo de cargos, incluso una postulación a la Presidencia. Rechazó todo y se fue a la modesta capilla de Itatí, en un barrio periférico de Posadas. Allí recibía visitas de mucha gente de todas partes.

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