El millonario intercambio de prisioneros entre Irán y EE.UU. confirma los límites ya conocidos de la diplomacia entre enemigos

DUBÁI.- Desoyendo las advertencias críticas sobre cualquier negociación con el gobierno de Teherán, Washington decidió el intercambio de cautivos norteamericanos por miles de millones de dólares en activos iraníes congelados en cuentas del exterior. Así fue en 1981 y así acaba de repetirse.

El intercambio entre Irán y Estados Unidos se ajusta a la misma línea que trazaron ambos países desde la resolución de la crisis de 1979 por la toma de rehenes en la embajada norteamericana en Teherán. Los límites y el lenguaje diplomático entre ambos países siguen siendo mayormente los mismos que durante las más de cuatro décadas transcurridas desde entonces.

Sin embargo, hoy Irán enfrenta nuevos desafíos internos: el sábado se cumplió un año de la muerte de Mahsa Amini en manos de la policía, un hecho que desató masivas protestas en todo el país. Occidente, por su parte, enfrenta el programa nuclear de Teherán, que actualmente está más cerca que nunca de enriquecer uranio a niveles de armas nucleares y que tiene material para construir “varias” bombas atómicas, si decidiera hacerlo. Cualquier relajamiento de las tensiones entre ambos países hoy parece remoto, como siempre.

La única línea abierta en los intercambios es el dinero. Tras caerse el acuerdo nuclear de 2015, Irán enfrenta sanciones económicas y comerciales de Occidente. Y si bien está logrando exportar cada vez más petróleo de contrabando, la economía de la república islámica se hundió y se comió los ahorros de sus 80 millones de habitantes.

Según el acuerdo que acaba de firmarse, 6000 millones de dólares en activos iraníes actualmente retenidos por Corea del Sur serán cambiados por euros y transferidos a cuentas en Qatar, aliado norteamericano en la península árabe y sede de una base militar de Estados Unidos. Esos fondos podrán ser usados por Irán para gastos humanitarios, como alimentos y medicamentos, algo que según Washington ya estaba contemplado en las sanciones vigentes.

Quienes critican el acuerdo lo equiparan con el pago de un rescate, y argumentan que el dinero que Irán no gaste en productos esenciales puede terminar financiando a las milicias iraníes desplegadas en Medio Oriente o directamente en su programa nuclear.

Las analogías con el pago de un rescate son las mismas que rodearon las negociaciones del gobierno de Jimmy Carter para liberar a los rehenes cautivos por la toma de la embajada en 1979. “No pagaremos un céntimo de dinero norteamericano por esos rehenes”, dijo el entonces vicepresidente Walter Mondale.

Y ahora pasemos a las declaraciones del martes, durante la conferencia de prensa del Departamento de Estado norteamericano. “Acá nadie le ha entregado a Irán un solo dólar”, dijo el vocero Matthew Miller. “Estos son fondos de Irán, es dinero iraní”.

Desde el lado de Irán, cantar victoria siempre fue tan importante como obtener la liberación de fondos. En 1981, el negociador iraní Behzad Nabavi equiparó el acuerdo como “enchastrarle la cara al mayor opresor, a la mayor superpotencia del mundo, y obligarlo a someterse a nuestras demandas”.

En una entrevista con NBC News, el presidente iraní, Ebrahim Raisi, de la línea dura de la política de su país, también intentó proyectar la idea de que Irán tenía el control. “Este dinero pertenece a Irán”, dijo Raisi sobre el intercambio. “Y naturalmente seremos nosotros quienes decidamos gastarlo donde lo necesitemos”.

Por separado, Irán dio el nombre de cinco prisioneros que quiere que sean liberados de la custodia de Estados Unidos a cambio de los cinco iraníes-estadounidenses actualmente detenidos. Sin embargo, en comparación con los iraníes-estadounidenses, esos prisioneros cumplen condenas por cargos menores, o incluso todavía no tienen sentencia.

Eso revela que a Teherán lo que le sigue importando es el dinero. Hace años, un panel de expertos de la ONU advirtió sobre “un incipiente patrón de comportamiento de Irán, que implica la privación arbitraria de la libertad de personas con doble nacionalidad” para luego utilizarlas como moneda de cambio en negociaciones con las potencias occidentales sobre activos iraníes congelados.

En 1981, Irán enfrentó el comienzo de una demoledora guerra con Irak, y también la llegada a la Casa Blanca de Ronald Reagan, que ya había dado señales de querer adoptar una postura internacional más dura que Carter. Hoy, Irán se encuentra en gran medida rodeada de naciones con las que tiene relaciones diplomáticas, tras años de incautaciones de barcos y ataques atribuidos a Teherán. Pero las tensiones entre Irán y Estados Unidos fueron en aumento.

Estados Unidos mantiene un importante despliegue militar en la región, con marines, aviones F-35, F-16 y otras aeronaves. Y el Pentágono está considerando un plan para enviar tropas a bordo de barcos comerciales al estrecho de Ormuz, a través del cual sale el 20% de las exportaciones de petróleo del Golfo Pérsico.

Washington sigue preocupado por esa crucial vía de navegación. El miércoles, el USS Indianapolis, un buque de combate, escoltó a un barco con bandera panameña a través del estrecho, tras detectar “actividad inusual de embarcaciones pequeñas” a su alrededor, según declaraciones del comandante de Marina norteamericana Rick Chernitzer.

Irán también provee a Rusia de drones bombarderos que Moscú utiliza para atacar objetivos en su guerra en Ucrania.

En el frente nuclear, sin embargo, Irán ha ralentizado su producción de uranio enriquecido al 60%, nivel que queda a un pequeño paso técnico del 90% necesario para la fabricación de armas nucleares. El canciller iraní, Hossein Amirabdollahian, propuso reanudar las negociaciones y sugirió una hoja de ruta por la cual Teherán retomaría algunos aspectos del acuerdo nuclear que la República Islámica abandonó el año pasado. Pero Estados Unidos también teme que Irán le suministre misiles balísticos a Rusia para su guerra en Ucrania.

Por Jon Gambrell

Traducción de Jaime Arrambide

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