WASHINGTON.- En 2016, durante la campaña presidencial, Donald Trump se ufanó de que el respaldo de sus votantes era tan firme que podía llegar a dispararle a una persona en la mítica Quinta Avenida de Nueva York sin que eso le costara un solo voto. Esa máxima trumpista se comprobó en parte luego con cada escándalo que apareció en el camino del exmandatario, incólume, un especialista en quedar bien parado, aun cuando la gente de su entorno –abogados, asesores– terminaran tras las rejas.
Ese talento aparentemente inagotable de Trump para evitar sufrir cualquier costo –legal o político– será puesto a prueba como nunca en la causa de los documentos clasificados, la más seria, hasta ahora, en su amplio prontuario judicial.
Hay al menos tres elementos que ponen a este escándalo en una dimensión distinta del resto. El primero es que Trump fue acusado, por primera vez, de cometer un delito federal, y la acusación de 49 páginas de los fiscales ofreció un explosivo menú de pruebas, incluida una foto, que quedó ya en los anales del trumpismo, donde se ven varias cajas apiladas con documentos clasificados en un baño de Mar-a-Lago.
La segunda señal concreta es la división que despuntó en el Partido Republicano, donde rara vez se escuchan críticas a Trump, incluso entre sus rivales en la interna presidencial. Ahora, varias voces ya salieron en público a desmarcarse del magnate, incluidos dos candidatos presidenciales, Nikki Haley y Chris Christie, un quiebre que sugiere que esta causa abrió un flanco débil para Trump.
La tercera señal es la dificultad que ha tenido Trump para encontrar un bufete de abogados en Florida que acepte tomar su caso, luego de que dos de sus abogados renunciaron la semana anterior. Varios “prominentes abogados” del estado lo rechazaron, según el diario The Washington Post.
Trump respondió tal como suele responder siempre: redoblando la apuesta, desafiante.
“No importa cuán brutalmente me ataquen. Nunca, nunca entregaré nuestro país a la izquierda radical, y nunca dejaré esta campaña presidencial que los pone a ustedes primero”, dijo Trump en un mensaje enviado por su campaña a sus seguidores.
Los defensores de Trump han recurrido a malabares políticos para defenderlo, un reflejo de la posición incómoda en la cual quedaron los republicanos, quienes antaño pusieron el grito en el cielo contra Hillary Clinton por su escándalo de los e-mails. Clinton fue investigada y criticada por el entonces director del FBI, James Comey, por su manejo de información clasificada, aunque nunca llegó a ser acusada de cometer un delito.
Trump enfrenta 37 cargos por el desmanejo de documentos secretos, que incluyeron planes de ataque del Pentágono, o información sobre el arsenal nuclear de Estados Unidos y de otros países. Kevin McCarthy, presidente de la Cámara de Representantes, llegó a decir que “los baños tienen llave”, y el congresista republicano Bryon Donalds, dijo que hay “33 baños en Mar-a-Lago, así que no pretendan que es un baño cualquiera al que pueden entrar los huéspedes”.
El principal argumento de los republicanos que defienden a Trump fue que el gobierno de Joe Biden politizó el Departamento de Justicia y desplegó una ofensiva que busca proscribir a Trump y evitar que compita en las elecciones de 2024. Pero ese argumento flaquea por dos frentes. Primero, Trump puede ser candidato aun si es condenado y termina en la cárcel. Y segundo, ya varios republicanos lo socavaron, al culpar a Trump, y no al Departamento de Justicia.
Mitt Romney -senador por Utah, candidato presidencial en 2012 y una de las voces críticas de Trump en el Grand Old Party- dijo en un comunicado que el Departamento de Justicia y el fiscal especial del caso, Jack Smith, habían ejercido “el debido cuidado”, y que Trump se había cargado las acusaciones sobre sí mismo “no solo al tomar documentos clasificados, sino al simplemente negarse a devolverlos cuando se le dieron numerosas oportunidades para hacerlo”.
Nikki Haley, candidata presidencial, dijo que si la acusación de los fiscales es cierta, Trump había sido “imprudente” con el manejo de información clasificada.
Mucho más mordaz, Chris Christie, otro rival de Trump en la primaria presidencial, aguijoneó en la CNN: “Esto es vanidad enloquecida, ego enloquecido. Y ahora hará que este país pase por esto cuando nosotros no teníamos que pasar por eso. Todo el mundo está culpando a los fiscales. Él lo hizo. Es su conducta”.
Pero aun cuando Trump aparezca contra las cuerdas, mucho más vulnerable que en otras ocasiones, existen también argumentos para pensar que sobrevivirá a este escándalo, tal como lo hizo a los anteriores. Su respaldo entre los votantes republicanos sigue siendo abrumador, y Trump tiene dos ventajas en el juicio: la jueza del caso, Aileen Connan, fue designada por Trump, y puede alargar todo el proceso aceptando una cadena de mociones que, se espera, presentarán los abogados de Trump para estirar la causa. Y el juicio se hará en Florida, un bastión trumpista. El expresidente apenas necesita que un miembro del jurado crea que es inocente para eludir una condena.
Nada sugiere tampoco que el respaldo de los trumpistas a su líder esté flaqueando por la acusación de que puso en riesgo al país, o a las Fuerzas Armadas, una institución sagrada en Estados Unidos. De hecho, la última encuesta de Morning Consult, una de las firmas que mide regularmente el humor político de los norteamericanos, mostró que Trump amplió la diferencia respecto del resto de los candidatos: pasó de un apoyo del 55% antes de la acusación, al 59% ahora. Ningún otro candidato tiene un respaldo superior a los 20 puntos.