Sin dudas el proyecto Atlantropa lanzado en 1928 por el alemán Herman Sörgel (1885-1952), para secar el 20% del Mar Mediterráneo y unir así por vía terrestre Europa y África, parece hoy totalmente alocado desde el punto de vista técnico y, además, seguramente hubiera sido catastrófico para el medio ambiente. Pero los historiadores también ven en las premisas de este arquitecto pacifista el entonces novedoso sueño de unidad europea tras un proyecto común en momentos en que el continente acababa de salir de la Primera Guerra Mundial.
En efecto, la Unión Europea es hoy una poderosa alianza comunitaria de países que hace menos de un siglo lanzaron entre sí la peor de las guerras. Pero también por aquellos años comenzaron a aparecer pacifistas que imaginaron que la mejor manera de asegurar la paz era establecer un proyecto que aunara al continente. Entre ellos estaba Sörgel.
Con la Revolución Industrial, el desarrollo del automóvil y la aviación, los grandes rascacielos norteamericanos, y obras fabulosas de grandes diques y canales en todo el mundo, en las primeras décadas del siglo pasado existía la idea de que no había límites para lo que el progreso humano pudiera alcanzar.
De hecho Johann, el padre de Sörgel (1848-1910), fue un pionero en la construcción de centrales hidroeléctricas en Alemania y dirigió la máxima autoridad de construcción de Baviera.
En un artículo científico de hace algunos años, el biólogo español Lluís Sala señaló que la idea de Sörgel de secar el Mediterráneo “se basaba en la teoría, hoy en día confirmada por la ciencia, según la cual lo que hoy conocemos como el mar Mediterráneo fue durante un tiempo, hace entre unos 5 y 6 millones de años, tierra firme, la cual fue inundada por el océano Atlántico a través del estrecho de Gibraltar al final de la última glaciación. El plan de Sörgel, pues, trataba simplemente de restaurar lo que había sido el orden natural de las cosas en el pasado, recuperando unas tierras hoy en día sumergidas”, escribió este experto en la regeneración del agua.
Sörgel pensó en la construcción de tres gigantescas represas que funcionarían como “tapón” para las principales fuentes de agua que alimentan el Mediterráneo. Una estaría entre Marruecos y España; la segunda, entre Sicilia y Túnez, y la tercera, en el estrecho de Dardanelos, en el Mar Negro. Como el conjunto de los ríos que desembocan en el Mediterráneo no aportan un caudal de agua suficiente como para compensar la evaporación, esas presas favorecerían la progresiva reducción del volumen de agua. Así, Sörgel imaginaba que en un plazo de unos 150 años, se podría ir regulando el flujo de agua para disminuir la profundidad del Mediterráneo unos 100 metros en la cuenca occidental, y 200 metros entre Italia y Medio Oriente.
Básicamente, se trataba de ganar al mar 660.200 kilómetros cuadrados de nuevas tierras, una superficie similar a Francia, y contar con tres grandísimas centrales hidroeléctricas capaces de generar 50.000 megavatios de electricidad. (La mayor central hidroeléctrica del mundo es hoy la de las Tres Gargantas en China y tiene una potencia instalada de 22.500 megavatios).
También imaginaba construir grandes represas en África para formar un verdadero paraíso con dos mares internos que convertirían el Sahara en un vergel, y pondrían fin a las sequías y las hambrunas. Claro que en su sueño de planificación colonialista Sörgel jamás tuvo en cuenta que podría haber poblaciones locales afectadas.
“El proyecto de Atlantropa tiene que ser comprendido en el contexto de la época en que vivió Sörgel”, dijo a LA NACION en una entrevista por Zoom el historiador sueco Stefan Jonsson, Profesor de Estudios Étnicos de la Universidad de Linköping, y coautor, junto a Peo Hansen, del libro Euráfrica, la historia no contada de la integración europea y el colonialismo.
“Toda Europa había quedado muy mal luego de la Primera Guerra y necesitaba reconstruirse de las ruinas. Frente a la animosidad que había quedado entre todos los países, algunos pacifistas pensaron, como manera de superar las divisiones, impulsar la unidad europea en torno de una iniciativa común como podía ser el desarrollo de las colonias europeas en África. Hay que recordar que en aquel momento la mayor parte del continente africano eran colonias bajo dominio de Europa y hubo varios proyectos de lo que podríamos llamar la ‘internacionalización del colonialismo europeo’”, explicó Jonsson.
La meta era no solo facilitar el acceso a los recursos naturales de lo que eran sus propias colonias, sino integrar Europa y África en el mismo lebensraum (hábitat). La visión era que mientras la Unión Soviética y los Estados Unidos tenían grandes espacios para poblar, el Viejo Continente se veía mucho más limitado en su extensión.
Fue así como Sörgel llegó al proyecto de Atlantropa, una palabra que une Atlántico y Europa.
El arquitecto alemán vivía en Munich, donde había un ambiente intelectual y político muy amplio, caldo de cultivo para ideas de todo tipo, incluido el nazismo. Además de lanzar dos libros, Sörgel viajó por todo el continente presentando su temeraria propuesta, junto a sus numerosos seguidores y auspiciantes fundó el Atlantropa Institut e incluso un partido político para que la gente pudiera apoyar su iniciativa en elecciones democráticas.
Pero con la victoria electoral del nazismo en 1932, todo tomó otro rumbo en Alemania. Como militante pacifista Sörgel detestaba las ideas de Adolf Hitler, pero llegó a presentar a las autoridades nazis el proyecto de Atlantropa y también al italiano Benito Mussolini. De todas maneras, el interés expansionista de Hitler estaba más en el este europeo que en el sur. Sörgel siguió impulsando su proyecto hasta su muerte en 1952. Pero la idea nunca tuvo visos de concreción.
“Sobre la propuesta de Sörgel, loca e irrealista, hubo muchas críticas técnicas que él intentó responder. Por ejemplo, frente a la idea de que la retirada del Mar Mediterráneo dejaría grandes salinas y no campos fértiles, como él decía, su respuesta era que los ríos que desembocaban en el mar ‘lavarían’ la sal. Y frente a la objeción del desastre que significaría Atlantropa para históricas ciudades portuarias, como Venecia o Génova, él proponía la construcción de grandes diques alrededor de distritos costeros importantes”, explicó Jonsson.
Como estudioso de los orígenes de la Unión Europea, el experto sueco consideró que “pese a sus obvias fallas técnicas, algunas de las premisas de Sörgel fueron realmente inspiradas y luego se retomaron en la Posguerra. El proyecto Atlantropa era ciertamente irrealizable, pero fue una de las primeras iniciativas, pocos años después de la Gran Guerra, que profundizó en la necesidad de unir a los europeos detrás de la búsqueda de soluciones a los problemas comunes”.
De todas maneras Jonsson concluye: “Sin dudas, Atlantropa fue un proyecto imperialista pensado desde el punto de vista europeo, en el que los pueblos africanos no tenían voz ni voto. Simplemente estaban ausentes del cálculo de Sörgel, excepto como fuerza de trabajo”.