El día después del tsunami electoral de Milei y el “rayo cristinizador” sobre Massa

El tsunami se produjo. Corría el mes de marzo cuando la frase “no hay que subestimar a Javier Milei” se escuchaba en dos lugares de pensamientos completamente antagónicos. Uno de los hombres clave en el armado de Patricia Bullrich vaticinaba que, cuanto peor estuviera la economía, más chances tenía él de capitalizar la bronca. La lectura que hacían era que el líder libertario seguiría avanzando en la medida que se desgastasen los precandidatos de Juntos por el Cambio en la campaña rumbo a las PASO y que la inflación carcomiera los bolsillos de los argentinos. La ola violeta superó al vaticinio: Milei ganó en 16 de los 24 distritos principales.

Desde el Frente de Todos esgrimían ese mismo argumento. “Si Bullrich tiene una buena elección, ella es un animal político y ya estrechó lazos de antemano con Milei. Eso siempre y cuando no terminen quedando ambos en la recta final”, resumía el ministro del gobierno de Alberto Fernández que debatió a puertas cerradas con algunos de sus socios políticos los escenarios posibles. Ahora ambos anticipos se convirtieron en realidad y los riesgos para las dos fuerzas son mucho mayores de lo que imaginaban en sus peores pesadillas. Alejandro Catterberg, titular de Poliarquía, resume en una frase la nueva perspectiva: “La sociedad argentina cambió y no es la de los últimos diez años. No es kirchnerismo versus antikirchnerismo. Eso quedó viejo. La ola de desencanto es lo que alimenta a Milei y, si esa ola sigue creciendo, puede convertirlo en presidente”.

La fotografía de la elección es la más compleja para las dos coaliciones principales y su impacto en la economía es tan impredecible como lo fue la elección. Ninguna de las encuestas ubicó a Milei en torno a los 30 puntos. La más optimista estaba en 24 y la más pesimista, en 12. El internismo combinado con el reinado de los focus groups llevó a la política a hablarse entre sí. El sesgo de confirmación estaba en cada uno de los equipos de campaña donde todos daban a Milei por perdido después de los resultados de las elecciones provinciales. “Había una diferencia no menor. Una cosa es medir suelto ‘al candidato de Milei’, como se hizo en algunas provincias, y otra es verlo en la lista. Ahí es donde estuvo la diferencia de ayer y el cisne negro más claro que deja la elección del 13 de agosto”, aclaraba, un poco avergonzado, uno de los encuestadores más escuchados de la Argentina.

El cansancio por la política es tal que Milei se anotó ayer un cheque en blanco. “La casta tiene miedo”, vitoreaban sus seguidores. La propia Cristina Kirchner ya le había anticipado a su séquito más cercano que la propuesta de dolarización había calado muy fuerte en las nuevas generaciones. Milei comparte con Donald Trump y Jair Bolsonaro rasgos de forma y de fondo. Es un político capaz de leer muy bien e interpretar las necesidades de un sector de la sociedad que se siente relegada y harta de la política, y ahí radica uno de sus principales activos. El otro es que sus votantes no son ideológicos ni de un determinado segmento socioeconómico, pero el corazón de su base electoral pasa por los jóvenes.

Es más outsider que los expresidentes de Brasil y Estados Unidos. Bolsonaro era parte de la clase política a la que decía querer cambiar; fue diputado por más de 20 años. Y Trump, pese a no contar con experiencia política, tenía detrás toda la estructura del Partido Republicano, el más antiguo de Estados Unidos.

Ese rasgo de outsider dispuesto a destruir “la casta” lo emparenta, en todo caso, con otros políticos menos conocidos, como Jimmy Morales, un comediante que llegó a la presidencia de Guatemala, pero que poco logró de su cambio prometido; o con el actual jefe de Estado de El Salvador, Nayib Bukele.

El hombre que hace pocos meses se dejó las patillas en honor a Wolverine (el personaje de uno de los cómics más famosos de Marvel), que leyó cinco libros en lo que va de 2023 (todos de economía) y que es fanático de la ópera, hasta el punto de haber escuchado durante 36 horas sin parar el CD de Norma, la obra de Vincenzo Bellini. Cuando se lo regalaron le dijo a una de las personas de su mesa chica que esperaba este resultado. “La gente odia a los políticos. Los tratan de ladrones y ellos no entienden que el sistema cambió. Se confiaron. Creyeron que yo era un error del sistema, pero el modelo ya no es el mismo. Lo dije una y otra vez. El hartazgo fue coherente con los votos e hicimos historia”, celebró anoche ante una de sus personas de mayor confianza.

Para lo que viene se muestra muy confiado. Asegura que llegó a su porcentaje de votantes diciendo exactamente lo que piensa y que no planea moverse de ahí.

La campaña de Milei seguirá con sus distintos formatos. Uno al que llama recitales, en los que es importante el escenario, las luces y la seguridad. Otro, que es el formato trailer, adonde asiste con una estructura más acotada, pero con la idea de convocar también a miles de personas. Y el tercero es el de las caminatas sorpresivas al mejor estilo Carlos Menem, con el cual busca fidelizar sus votos estrechando manos.

La etapa que viene será también la de clarificar su plan. Plantea la dolarización como el disparador de ordenamiento económico y una reforma laboral para ir hacia un sistema de seguro de desempleo como el de Estados Unidos. El cepo, dice, desaparece por la dolarización, pero no será de un día para él otro. Propone también una agenda de privatizaciones y un modelo de reforma fiscal. Asegura que tiene contactos con varios de los sindicatos y muchos de ellos están de acuerdo con una reforma laboral, porque “sumarán más agua a su negocio y no como ahora, donde hay demasiado empleo en negro. A ellos también les gusta el mercado porque tienen mucho para ganar”, afirmó en uno de sus encuentros de hace pocos días.

Por su parte, dos de las principales cámaras empresarias del país cambiarán su estrategia desde hoy. Habían sacado a Milei de sus convites y decidieron resucitarlo.

El ministro candidato

Sergio Massa, ministro de Economía y candidato a presidente de Unión por la Patria, anticipó ayer que tiene una batalla por delante de 60 días hasta la próxima elección. “Vamos a pelear hasta el último minuto. Se terminó el primer tiempo, pero nos queda el segundo, el alargue y los penales”, sintetizó en modo futbolero. Su anticipo no es sólo político, sino más bien económico. Anoche el dólar cripto cotizaba a $700, la elección eliminó al centro y a los mercados tanto de bonos como de acciones nunca les gustaron los extremos. El escenario es aún más complejo. “Perdido por perdido, se viene el “rayo cristinizador”. Una serie de medidas muy alineadas con Cristina Fernández de Kirchner como para tratar de sumar la mayor cantidad de puntos posibles de cara a la próxima elección. El día después del 10 de diciembre ya no será su problema”, vaticinó uno de los empresarios más influyentes que conoce de memoria a Massa.

El poder de fuego no alcanza tampoco. El Fondo Monetario Internacional (FMI) será más estricto y recibirá un discurso más beligerante. Las reservas negativas superan ya los US$12.000 millones y no tienen poder de fuego, según un informe reservado de un exministro de Economía. Los dólares disponibles para intervenir son menos de US$2000 millones y la lista de importadores en cesación de pagos con sus proveedores internacionales se acumula semana a semana, al igual que la ansiedad por poder producir y actualizar sus precios.

“Hoy solo tenés moneda estadounidense para cubrir ocho días del giro de los negocios de la Argentina. En tiempos turbulentos se tiene al menos el equivalente para cubrir unos seis meses. Estamos ante una verdadera emergencia”, se sincera otro exministro que tuvo que apagar varios incendios durante su gestión.

Como si fuera poco la posibilidad más cercana de una eventual dolarización lleva a que el peso continúe su depreciación y que el ahorrista medio lo repela. Una devaluación de derecho es algo que el Fondo Monetario Internacional puso como condición con una paciencia que se empieza a agotar. “Quedan pocos días para comprobar de primera mano el viraje. El apoyo de Juan Grabois ayer fue solo un ejemplo de lo que viene”, destacó anoche un integrante de la mesa chica de Massa.

Mientras tanto, los pesos queman. Al punto que los bancos construyen sarcófagos, una especie de bóvedas creadas especialmente para guardar billetes de $100 de buen uso que no se utilizarán más, porque los ahorristas no los quieren y el Banco Central –que tiene esta función dentro de su rol– no los destruye o saca de circulación. Al viernes eran billetes que equivalían a US$0,20. Las bóvedas, que construyen a razón de una cada cuatro meses, en promedio, a costo de cada banco (terreno y construcción, más otros gastos de resguardo y seguridad), son tesoros grandes, del tamaño de enormes salas o semipisos. Hay de todos los tamaños. En el interior son más chicos, pero, por caso, representan otro monumento a la ineficiencia macroeconómica que afecta la micro.

“El billete de cien se quedó sin mercado. O sea, los clientes no lo quieren, no los podemos cargar en los cajeros automáticos, y, si lo hiciéramos, los cajeros agotarían su contenido en dos horas. Son billetes que repudian los clientes y los demás bancos, y por supuesto que el Banco Central no te los acepta. Es una síntesis de una Argentina sin moneda que termina conquistando Milei”, resumió ayer a la madrugada el presidente de uno de los principales bancos de la Argentina. Y agregó: “Antes creía imposible el proyecto de eliminar el Banco Central, pero hoy empiezo a entender que tiene asidero. Es una nueva realidad a la que habrá que adaptarse. La ola violeta llegó. Me guste o no”.

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