Ya nadie lo pone en duda. La Argentina se encamina hacia una inevitable devaluación. Las preguntas son cuándo, en el marco de qué plan y quién tomará la decisión. Los programas de la oposición –tanto un plan de estabilización como la polémica dolarización– contemplan un ajuste de precios relativos, lo que se traduce como un tarifazo y una devaluación brusca.
En ese camino, el debate sobre el día después de la devaluación empezó a aparecer. Como sucedió en 2015, en la oposición (Juntos por el Cambio) confían en que ese salto del dólar no generará un fogonazo inflacionario. Ese año, tras la salida del cepo, la suba de precios fue de cerca del 30%. Como pasó en 2015, los economistas privados dudan de tales creencias. Detrás surge una pregunta complementaria: ¿a qué dólar funciona actualmente la economía en medio de cepos, altísima inflación, y con coberturas por trabas para importar y expectativas de corridas cambiarias permanentes?
Ese posible impacto en una economía ya desguazada, sobre todo del lado de los ingresos de los trabajadores, suma una arista más al debate. Hay quienes afirman que una licuación de gastos mediante una devaluación similar a la de 2002 puede llegar a generar, en el actual marco político y económico, una nueva hiperinflación en la Argentina.
Hoy, ante la pérdida de reservas del Banco Central (BCRA), el Gobierno ya devalúa y lo hace más rápido. Se llama crawling-peg. Son microdevaluaciones diarias. El economista Salvador Vitelli afirma que la media móvil de diez días del tipo de cambio oficial se mueve a un 7,7% mensual, aunque se frenó un poco en los últimos días con la corta pax cambiaria a la que ingresaron las cotizaciones de los dólares financieros luego de la intervención oficial no avalada –pero si notificada– al FMI. Detrás surge la idea de empezar a alinear nominalidad y tasas de interés e inflación.
Un salto pronunciado del tipo de cambio está vedado políticamente para el ministro de Economía, Sergio Massa. Es el tabú del Plan Llegar al que se aferra el tigrense junto con Cristina Kirchner. ¿Y si le tocara ser Presidente, como quiere La Cámpora?, le preguntaron. “No trabajo sobre hipótesis. Me toca administrar esta realidad”, suele decir. Por ahora, Massa trabaja para sumar stock de dólares, reemplazar esa divisa detrás de las importaciones (con yuanes y reales), más microdevaluación y una fuerte suba de tasas. Sin confianza, este Gobierno ya no puede ofrecer un plan integral. La fuerte suba de tarifas de la luz y el gas son probablemente un anticipo de un ajuste más fuerte pedido por el Fondo, a lo que se suman las diferentes decisiones del BCRA vinculadas a la ampliación del cepo a los servicios o a las cripto, por caso. En Economía esperan una comunicación oficial del FMI el domingo sobre un trabajo que empieza el lunes.
La visión de Juntos por el Cambio
“En la Argentina, los precios están más basados en el contado con liqui que en el dólar oficial. La entrada de dólares generaría un precio estable”, afirmó la precandidata presidencial de Juntos por el Cambio Patricia Bullrich. No es la única que piensa así. En la UCR están de acuerdo. “En 2015 esa proposición era empíricamente incorrecta”, contestó a un debate en Twitter Eduardo Levy Yeyati, referente económico radical. “Hoy, con incertidumbre por el racionamiento de divisas y el desplazamiento de importaciones al mercado paralelo, no es tan así”, señaló tras una crítica a la idea que Alfonso Prat Gay, primer ministro de Hacienda de Mauricio Macri, había enarbolado entonces. Es la misma que toma ahora Bullrich.
“El 2015 y 2023 son muy distintos. Este cepo es mucho más duro que el anterior y hay muchos más precios al blue. Los bienes dolarizados van muy por arriba de la inflación núcleo desde mediados de 2021″, afirmó en ese mismo entuerto Luciano Cohan, otro de los economistas que también pasó por el Palacio de Hacienda en tiempos de Cambiemos.
En el equipo de Hernán Lacunza creen que el ajuste de precios relativos –subas de tarifas y aumento del dólar– serán esta vez una realidad vía shock. Nada de gradualismo. En ese think tank de gobierno también confían en que el dólar “trabaja bastante más arriba que en 2015, por un cepo más largo y más rígido”. Allí aseguran que ya “hay varios sectores que están priceados al CCL porque temen que ese sea el costo de reposición”. Por otra parte, sentencian que “hay una cuasi renta en muchos sectores de precios seteados al blue y salarios, al oficial”. Hay consenso entonces en Juntos.
Sin embargo, esa sensación no es la misma entre todos los economistas, sobre todo, entre los que trabajan en el sector privado. “Los transables son exportables e importables. Los exportables van al oficial, Ni con desdoblamiento están en el CCL. Importables van al oficial, nunca al paralelo porque se quedan sin acceder al oficial. Lo que sí ocurre es que le cargan todos los costos financieros a la operación, con lo cual el tipo de cambio real es más alto. Pero ninguno está en el CCL. Se puede argumentar que la diferencia es menor a la brecha con alguna de las cosas, pero unificar va a corregir precios relativos y se va a hacer en contexto de alta inflación con resaca monetaria. Ergo, va a ser un proceso de corrección inflacionario por diferenciales”, afirmó el economista en jefe de la consultora Ledesma, Gabriel Caamaño Gómez. No es el único que opina igual. Su colega de Orlando Ferreres y Asociados, Fausto Spotorno, calculó un valor del dólar en el que actualmente estaría funcionando la economía: $320 a abril.
Siempre existe otra biblioteca. Hay economistas que creen que no hay que devaluar, una coincidencia con lo que piensa, por caso, Cristina Kirchner. Quien dejó esa sentencia en letra de molde (en su blog) días atrás fue Domingo Cavallo.
“Una alternativa consiste en recurrir a una fuerte devaluación ‘desdolarizadora’ que licue deudas, salarios y jubilaciones, brinde fuerte protección a la sustitución de importaciones y genere recursos fiscales a través de las retenciones agropecuarias, petroleras y mineras”, describió Cavallo, que proponen algunos en la oposición.
Según piensa, ese ajuste fiscal, similar al que condujo a los “superávits gemelos” de 2002, es incompatible con un plan de estabilización posterior porque supone “una violación generalizada de contratos y de derechos de propiedad de quienes ahorraron e invirtieron productivamente en el pasado y deja mucho más desalineados que antes a los precios relativos, los que en la búsqueda de su realineamiento van a generar una puja distributiva muy desestabilizadora”. El ex ministro asegura que esa opción generará una hiperinflación. Más pobreza.
Cavallo propone otro ajuste. “La reforma del Estado con eliminación de los organismos, empresas y fuentes de gastos que no son esenciales y que sólo sirven para distribuir beneficios a funcionarios políticos y miembros de corporaciones que por largo tiempo lograron obtener prebendas y privilegios”, escribió. “La reforma del Estado, las privatizaciones, la eliminación de impuestos distorsivos, la apertura de la economía y el anclaje nominal de las expectativas de inflación son indispensables para que se pueda derrotar definitivamente a la inflación en un período de dos años”, cerró.
Pero se trata de un cruel debate en una crisis en la que cualquier hipótesis puede adelantarse gracias a la sequía y ante el vacío de poder que ofrece el Frente de Todos. Para el Ieral, las reservas netas del BCRA ya se acercan a cero. “En el mercado de futuros, el tipo de cambio oficial pasó a ser negociado a un precio implícito de $360 por dólar para fin de agosto, un salto de casi el 60% para un horizonte de menos de cuatro meses”, alertaron en su último informe. En Economía, sin embargo, no creen necesario aun así retocar el precio del dólar soja 3.0. “El flujo [de liquidaciones] comenzó a subir”, dijeron confiados, pese a que –según el economista Amilcar Collante– entre enero y mayo, las reservas brutas cayeron $10.500 millones. Se trata del peor arranque desde 2003.