SAN SALVADOR DE JUJUY (enviado especial).- Milagro Sala pasa sus días en su casa en el barrio de Cuyaya, donde cumple prisión domiciliaria. Desde hace un tiempo lleva una vida silenciosa, casi sin contactos y alejada de la actividad política. Prefiere no recibir visitas y languidece junto a su esposo, Raúl Noro. Quienes la tratan a menudo la notan visiblemente golpeada desde la muerte de su hijo, Sergio Chorolque, en enero pasado, a raíz de una afección cardíaca. Sus colaboradores fieles aseguran que se siente vulnerable. Y se inquietan por su frágil estado de salud, como consecuencia de una trombosis que la tiene a maltraer desde hace meses. Por estas horas se ocupa más de su tratamiento médico y de su futuro judicial que de recuperar parte del despliegue territorial de su organización o tener un rol activo en la campaña para las elecciones del próximo domingo. Ella pide ser trasladada a Buenos Aires para someterse a dos intervenciones quirúrgicas en la Fundación Favoloro, pero la Justicia provincial aún no se expidió. Si bien perdió la confianza en Alberto Fernández, aún espera su “indulto”, mientras transita su ocaso político en Jujuy.
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Su antigua estructura de poder y su base de seguidores, que creció a pasos agigantados durante los últimos años de Eduardo Fellner y el esplendor del kirchnerismo, quedó astillada desde que Gerardo Morales, su principal enemigo y detractor, logró quitarle el control de las calles y las zonas más postergadas de Jujuy. Las condenas por defraudación y extorsión sumadas a la batería de acusaciones de sus exaliados en la Tupac Amaru, la organización social que condujo, con estilo manu militari, durante más de una década, terminaron de licuar su capacidad de influencia y su peso político.
Su poder territorial hoy en Jujuy es marginal. A diferencia de los últimos comicios en el bastión de la UCR, Sala tomó distancia de la campaña electoral y evitó apoyar explícitamente a una de las listas que encabezan exponentes del peronismo, como Rubén Rivarola, Rodolfo Tecchi o Guillermo Snopek. Si bien su fuerza política, el partido por la Soberanía Popular, que preside Juan Manuel Esquivel se alió al Frente Unidad por Jujuy, que lleva a Juan Cardozo como postulante a gobernador y Snopek, como primer convencional constituyente, Sala evitó inmiscuirse en el proceso y respaldar a uno de las opciones justicialistas. Solo quiere hablar sobre su situación judicial y de su estado de salud. Aún controla merenderos -denominados “copas de leche”- en San Salvador de Jujuy, el territorio más populoso, y otras ciudades de la provincia, que “tienen una función social”. Pero su caudal electoral se redujo en paralelo a la expansión de sus penurias judiciales. En 2015, cuando Morales derrotó al peronismo y accedió a su primer mandato, fue candidata al Parlasur en la boleta de Fellner. Ese fue el primer revés electoral: las listas que apoyó en los comicios de 2017, 2019 y 2021 cosecharon escasas adhesiones, entre el 2 y 5 por ciento.
Morales se jacta de haber terminado con la política clientelar y coercitiva de Sala en los sectores más relegados de la provincia, y, sobre todo, de haber puesto fin a su control de una maquinaria paraestatal. Le cortó los fondos que recibía la Tupac, fundada en 2001. Ella denuncia que es víctima de una “persecución”. “En términos políticos, siempre tuvo más planes que votos. El tema es que ya no maneja un presupuesto paralelo al Estado”, grafican cerca de Morales, quien considera que el declive de Sala es irreversible. En el último tiempo el mandatario lidió con pocas marchas de protesta de militantes de la Tupac Amaru.
El paisaje actual del “Cantri”, el complejo de viviendas sociales que fue el símbolo del poder de Sala, ubicado en Alto Comedero, exhibe la magnitud del declive de la líder de la Tupac Amaru. “No sabemos nada de Milagro”, comenta una de las vecinas del barrio construido por la dirigente social. En las calles aledañas de las piletas de la Tupac y de un extenso parque con esculturas de dinosaurios, que están cerradas y abandonadas desde que Sala fue encarcelada en 2016, los habitantes se quejan por la creciente inseguridad y la violencia ligada al narcotráfico.
La campaña se cuela en los barrios en los que supo mandar Sala. En el auge de su poder fijaba las reglas y mantenía vallado el predio para controlar los ingresos. Ahora luce como las ruinas de la capital de un imperio. “Hoy vinieron a repartir comida y prometer cosas por la elección del domingo. Los jóvenes solo quieren los planes, no trabajar. Acá nada cambió”, comenta un comerciante, resignado por el nivel de deterioro económico y social. Los folletos y la cartelería del PJ y del frente de Morales invaden las paredes de comercios, natatorios, escuelas y plazas, y esconden las pinturas borrosas de las figuras del caudillo inca Tupac Amaru, el Che Guevara o Eva Perón. Casi no hay imágenes del rostro de Sala. Solo se usan para la campaña negativa. Por caso, en las paradas de colectivos hay panfletos que asocian a Alejandro Vilca, el postulante de la izquierda, con la referente de la Tupac. En las rutas se ven carteles de Morales que denuncian la supuesta discriminación de Alberto Fernández a Jujuy en el reparto de fondos debido a la situación procesal de Sala. Cerca de la dirigente se quejan de esa maniobra del oficialismo. Y Morales la acusa de aún manejar unos 20 mil planes. Ella lo niega. Sostiene que su detractor tomó el control del reparto de la asistencia y cooptó a la mayoría de las organizaciones. “En Jujuy ya no hay miedo”, dicen en el entorno de Morales antes de una elección crucial para el proyecto presidencial del jefe de la UCR.