El consumo cayó un 19% tras la devaluación y tiene un fuerte impacto social

La ola de ataques a comercios que signaron la última semana en distintos puntos del país dejó expuesta una situación que está lejos de ser una novedad, pese a que la campaña electoral parece dejarlo en segundo plano: la dramática crisis social que se vive hoy en la Argentina. Según pudo saber LA NACION, el consumo cayó un 19% en la segunda semana de agosto, una tendencia sostenida que se acentuó a partir de la devaluación del 22% del tipo de cambio ejecutada tras las PASO por el ministro de Economía y candidato de Unión por la Patria, Sergio Massa.

El índice lleva una caída acumulada del 6,1% en lo que va de 2023, de acuerdo a los números consignados por la consultora Focus Market,. En esa línea, en julio, ese porcentaje retrocedió 15,8%, pero se aceleró en agosto, lo que va de la mano de un fuerte incremento de la inflación. “La incorporación de impuestos para la importación de bienes y servicios, la devaluación y la evolución de la cotización del dólar en el paralelo, está llevando a fuertes alzas de precios de hasta el 25%”, señala su director, Damián Di Pace, en diálogo con LA NACION.

El contexto de fuerte impacto en el consumo, y la presión interna del kirchnerismo, empujó ayer al ministro de Economía, Sergio Massa, a anunciar una serie de medidas destinadas a mejorar los ingresos en los próximos meses hasta las elecciones.

Sin embargo, el problema no parece reducirse únicamente a los niveles de consumo. Según a un sondeo realizado por la consultora ShopApp, el 44% de los argentinos admite haber dejado de comprar al menos una marca de sus habituales en las últimas dos semanas. “El 96% de ellos lo hicieron debido al aumento de su precio”, precisó Juana Merlo, la autora del estudio, que consistió en 400 entrevistas a consumidores vía metodología online. A esos números, a su vez, se suma que el 54% de los consultados optaron por tomar de las góndolas una marca que conocían, pero más económica, mientras que el 13% optó por una más económica que desconocía.

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La situación se torna todavía más dramática si se pone el foco en los sectores postergados. La dirigente social Mónica Sulle relata que, luego del domingo electoral y de la devaluación, comenzó un “estado de deliberación” entre los habitantes de los barrios populares. “La gente no sabe qué va a pasar ni cómo se enfrentará a todo esto, que tiene un impacto muy grande en lo económico”, le dice la referente de la organización MST-Teresa Vive a LA NACION. En los últimos meses, según apunta, se registró un aumento en la afluencia de personas a los comedores, lugares donde las personas sin suficientes ingresos se aseguran al menos una comida diaria.

“Hay muchas más familias”, precisa Sulle. Y señala que son los propios vecinos los que alertan a las organizaciones acerca del peligro de los saqueos. “‘Cierren antes por la comida’, nos dicen. La gente avisa para cuidar lo poco que se tiene, porque no estamos exentos de que puedan venir determinados sectores a sacarnos la comida”, apunta la dirigente social, para después añadir: “Eso muestra que no están todos metidos en los saqueos y que hay grupos que aprovechan la situación, una situación que a su vez es producto de la propia situación de hambre”.

Para Sulle, los saqueos se enmarcan en que “la está pasando mal toda la gente”. Y se ataja de las acusaciones de sectores que acusaron a las organizaciones de estar detrás de los hechos de violencia: “Nosotros estamos indicando que tienen que salir a saquear. Si hay que pelear, lo vamos a hacer de la misma manera que lo hacemos siempre: en la calle, con la cara destapada y planteándole a los responsables qué es lo que tienen que hacer”.

La responsabilidad central de haber perdido el derecho a la dignidad no es de la gente, sino de los gobiernos que han pasado, en el saqueo a los bolsillos de todos los días. Y eso no se ve, se naturaliza”, denuncia.

Todo se enmarca en un panorama de crisis generalizada, que golpea con más fuerza al trabajador “precarizado”. “Al pequeño laburante, la devaluación lo liquidó”, señala Sulle. “Mi hija tenía un reparto de pan, pero lo tuvo que cerrar. Además, hace comidas para vender en las fabricas, pero no sabe a qué precio hacerlo. Toda la ganancia que tendría que ir para tu familia, te la come la inflación”, se lamentó.

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