El operativo clamor avanza según lo planeado. Es un diálogo de sordos minuciosamente guionado. “¡Presidenta, Cristina presidenta!”, canta la multitud. “No”, responde la aludida. Y el coro vuelve a empezar. “¡Presidenta…!” La suma de negativas cristaliza una afirmación: el peronismo entero se entrega a que ella y solo ella trace la estrategia electoral del conjunto sin necesidad de imprimir su nombre en ninguna boleta.
Subida a un altar pagano, la vicepresidenta dosifica palabras, gestos y acciones que agitan al Gobierno y a la fuerza política que lo integra y al mismo tiempo reniega de él. Cristina conduce el casting para elegir un candidato presidencial en medio del polvorín de un país sin dólares y que coquetea con la hiperinflación.
Sergio Massa corrió a anotarse. El ministro no se resigna a que la crisis devore su ambición. Cristina lo salvó del juicio cruento sobre la gestión de Alberto Fernández al afirmar el jueves que le había tocado agarrar “una papa caliente” cuando asumió en Economía. Él se apropió de la frase como si fuera un eslogan de campaña.
Se le está poniendo cara de candidato. Dos veces el viernes le tomó prestado el concepto a la vicepresidenta. Expuso su tesis de que el Frente de Todos debe garantizar “sustentabilidad económica” en la gestión actual y “competitividad electoral” de cara al futuro. Se ofrece como portador de los dos atributos. Dispara reproches a Fernández y su equipo con la fiereza de las admoniciones de Cristina.
Su debilidad reside en una pregunta recurrente: ¿cómo va a disputar la presidencia un ministro de Economía que tiene arriba de 100% de inflación anual? Massa parece dar vuelta el argumento. Ponerlo a él sería dale poder para domar la crisis en lo que queda de mandato, que coincide con la temporada alta del año electoral. Orden político permite orden económico, repite.
La urgencia de Massa pasa por destrabar un giro del Fondo Monetario Internacional (FMI) que ahuyente el temor a una devaluación brusca en el corto plazo. Necesita que ese verdugo que describe Cristina le preste la soga para trepar.
¿Será suficiente para poner a Massa al tope de la boleta principal de Frente de Todos? Hay coincidencia en el kirchnerismo en que Cristina al menos lo dejó en la cancha en el meticuloso reparto de caramelos y veneno que hizo en la conversación militante televisada por C5N.
La alianza entre el cristinismo, La Cámpora y el Frente Renovador se afianza como el sostén del Frente de Todos, con margen para subordinar a todo el peronismo.
Todos contra Alberto
Así quedó a la vista en el congreso del PJ celebrado el martes en Ferro Carril Oeste. Fue una ceremonia inclemente en la que Cristina, desde afuera, digitó la estrategia para quitarle a Fernández la potestad jurídica para avalar o rechazar las alianzas electorales. El líder del albertismo acumula rangos presidenciales -del justicialismo, de la Argentina- desprovistos de función.
Cristina citó antes de la reunión a Eduardo de Pedro y a Axel Kicillof, los otros participantes del casting presidencial (volveremos a ellos). Les dio instrucciones para asegurar que la lapicera que dará forma al Frente de Todos (o como decidan llamarlo este año) no quedase en manos de Fernández. Ya en Caballito, detrás del escenario, estalló una discusión feroz con los delegados del Presidente, encabezados por Santiago Cafiero. Lo máximo que podían ceder los cristinistas era formar un triunvirato en condiciones de decidir las alianzas, integrado por Fernández, Kicillof y Gildo Insfrán.
Fernández cedió. Se borró del acto y pactaron que todo quede en manos de Insfrán, en quien Cristina confía a ciegas para este tipo de operaciones. Puede ser un puesto clave ante una posible guerra de las PASO.
El Presidente se allanó a seguir su gira mágica y misteriosa por provincias donde ya se votó. Hace campaña en una suerte de desfase temporal: los gobernadores lo reciben generosamente solo después de haber ganado la reelección.
El simposio peronista del martes terminó simbólicamente con la carta de Cristina en la que reafirma que no será candidata porque está “proscripta”. La publicó con premeditación y alevosía mientras los congresales entonaban el Cristina presidenta.
El segundo “no” fue la campana de largada para De Pedro. El ministro camporista camina la Provincia con Martín Insaurralde como lazarillo y pintan paredes en su nombre por el sur del conurbano. Algunos suspicaces piensan que el actual jefe de Gabinete bonaerense lo prepara, por las dudas, para ser candidato a gobernador en el caso de que Cristina decida pedirle a Kicillof el sacrificio presidencial.
El ánimo del ministro del Interior, hijo de desaparecidos por la dictadura, se vino arriba cuando la vicepresidenta dijo que deben tomar la posta los descendientes “de la generación diezmada”. Y lo mencionó como uno de los pocos incondicionales junto a Máximo y a Andrés Larroque.
Se desató entonces un clamorcito entre los militantes kirchneristas de mayor arraigo ideológico. Mejor homenaje a Cámpora no se consigue: un leal en el lugar del “proscripto”. Cerca de Cristina recomiendan: “No sobreinterpreten. El elegido todavía no está”.
La galería de curiosidades de esta campaña mostró a De Pedro al lado de Luis Barrionuevo, que le organiza actos y le levanta la mano en distintos puntos del país. El sindicalista gastronómico tiene un currículum antikirchnerista de mérito. Fue uno de los pocos dirigentes políticos que se atrevió a organizar una agresión física contra Cristina. Con las armas de su gremio, en 2003, sus seguidores la recibieron a huevazos en Catamarca en represalia por haber encabezado un intento de quitarle a Barrionuevo su banca del Senado. Será cierto que los enojos le duran “seis meses” a la vice, como dijo el jueves.
Pisos y techos
Los expertos en exégesis cristinista ponen un signo de interrogación después del nombre De Pedro. Lo más concreto de la exposición de la vicepresidenta sobre su estrategia consistió en que esta es una elección de “pisos y no de techos”, porque el voto aparece dividido en tres sectores (el peronismo, Juntos por el Cambio y los libertarios de Javier Milei).
Hizo especial hincapié en diferenciarlo de 2019, cuando ella puso “su” piso y eligió para pescar fuera de la pecera a Fernández, un dirigente que carecía por completo de voto propio, pero podía ofrecerse como puente hacia el resto del peronismo y otros sectores políticos.
Si se toma de modo literal, la idea requiere un candidato que mida por sí mismo. “Alguien que traiga la SUBE cargada”, como dice una fuente del kirchnerismo bonaerense.
De Pedro aún no mueve la aguja de las encuestas. ¿Pensará Cristina que puede trasladarle ella su propio piso? ¿O lo tendrá en cuenta para otros cargos?
Los sondeos que mira la vicepresidenta marcan un nombre como el que mejor retiene el voto duro que ella está dejando huérfano: Kicillof.
El gobernador de Buenos Aires hace campaña por la reelección y tanto quiere seguir en la provincia que no para de presentar planes quinquenales. En los últimos días tuvo que girar hacia la prudencia. “Voy a hacer lo que sea más conveniente para el conjunto”, dijo. Larroque lo tradujo: “Lo que pida Cristina”. Los analistas de silencios se asombraron de que la vice ni lo mencionó en su paso por C5N. Lo había llamado varias veces durante el día para consultarlo por temas económicos que pensaba incluir en su performance televisiva.
“Hoy no podemos descartar el escenario presidencial. Pero nuestro foco está puesto en la provincia, que tiene que ser la locomotora para dar la batalla nacional”, señala una fuente de confianza del gobernador.
Kicillof ve como la lista de Cristina se hace más y más chica. Él llevó a la mesa de la vicepresidenta la idea de desdoblar las elecciones bonaerenses como una forma de salvación basada en el éxito de sus colegas de otras provincias. Ella pidió “preparar los papeles”, solo como hipótesis, para votar el 1 de octubre (15 días antes de las generales).
Los intendentes del conurbano empujan el desdoblamiento, pero saben que es una variable delicada. “Sería reconocer que tiramos la presidencial”, dice un cacique peronista del Gran Buenos Aires.
Si Massa o el propio Kicillof van a la boleta nacional exigirán que todo el aparato del peronismo bonaerense los acompañe. Boleta sábana y bien larga. ¿Y si es De Pedro? ¿Mandaría Cristina a su protegido a competir desarmado por el premio mayor?
“El desdoblamiento es para un escenario en el que todo salga mal y haya que ir a una PASO con candidatos de segundo nivel”, explica otro referente kirchnerista de la provincia. Un problema adicional sería encontrar un candidato a gobernador que no desate un conflicto a destiempo. Kicillof no tiene resistencias internas para el puesto.
Daniel Scioli mantiene el empeño de inscribirse en las primarias, con apoyo de la Casa Rosada. En el Instituto Patria ven como un plan D que Cristina habilite la competencia. “Solo si la única forma de garantizar el piso que necesitamos es sumar todos los fragmentos posibles”, explican en esa fortaleza.
La amenaza del desdoblamiento entorpece a Juntos por el Cambio, que tiene que definir su oferta sin saber cuándo se va a votar. Otro problema para una interna que arde. Los intendentes y el radicalismo bonaerense pugnaban por tener un candidato único a la gobernación, pero Horacio Rodríguez Larreta impuso su idea de que cada uno de los presidenciables se consiga uno. No quiso compartir con Patricia Bullrich a Diego Santilli, el que mejor mide en las encuestas.
Bullrich eligió a Néstor Grindetti, que fue el jefe de campaña de Santilli en 2021. Toda una síntesis de la gestión política larretista en Buenos Aires. En el Pro creen que Bullrich deja una puerta abierta a la negociación antes del cierre de listas del 24 de junio. No es indistinta la fecha de votación: como las PASO a gobernador y a presidente son el mismo día, podría ganar un candidato que se beneficie del arrastre de la boleta principal, pero si hay desdoblamiento después tendría que competir en soledad contra Kicillof. Mauricio Macri es de los que piensan que es un riesgo, en ese escenario, no asegurar que quien mejor está en las encuestas sea el candidato definitivo.
Ganar o resistir
Detrás de todo cálculo, subsiste la incógnita de hasta dónde la pelea de Cristina apunta a ganar o simplemente a retener el control de una futura oposición.
Cuando dice que “lo importante es entrar al ballottage” está blanqueando una debilidad, pero también fantasea con una carambola que, contra toda lógica, le permita ganar las elecciones mientras el Gobierno se hunde en la crisis.
En los dos casos necesita primero aglutinar un 30% de los votos.
El perfil del candidato depende de qué objetivo persigue. Alguien con un piso alto y un techo bajo, como tiene ella misma, le permitiría pasar a la segunda vuelta, pero no así ganar el gobierno. Le daría una posición de poder futuro para resistir a un presidente de la actual oposición que deberá enfrentar una crisis potencialmente explosiva, sin garantías de gobernabilidad. El relato de la proscripción haría juego, por enrevesado que suene. “Perdió porque no la dejaron presentarse, pero es la depositaria de la legitimidad popular”, sería el subtexto.
En cambio, si lo que intenta es la hazaña de la victoria debería pensar en nombres con alguna capacidad de seducción fuera del círculo religioso de cara a un ballottage. Massa, De Pedro y Kicillof se miran al espejo.
Cualquier variable requiere a un Milei fortalecido, que divida a la oposición. Cristina mostró el camino en sus últimas apariciones públicas, al refutar las propuestas de dolarización, reforma laboral y recortes sociales que plantea el libertario. Massa se sumó el viernes. Kicillof y De Pedro también. El libertario cumple para ellos una función en dos pasos: primero, puede garantizar que Juntos por el Cambio no supere el 40% requerido para ganar en primera vuelta. Segundo, si entrara a un ballottage contra el peronismo podría activar el miedo de una porción de la población que temiera un giro extremista.
Claro que hay una tercera opción: un ballottage entre dos derechas que marque el ocaso definitivo del kirchnerismo. Cristina acepta esa ruleta rusa.
Milei se mueve con la delicadeza de una topadora. Presentó una plataforma llena de proyectos económicos y sociales altamente disruptivos, sin explicar cómo hará para aplicarlos si los argentinos lo depositan en la presidencia con una escuálida representación en el Congreso.
Los empresarios que lo contrataron para que hable esta semana en el salón flotante del Yacht Club de Puerto Madero se sorprendieron con la ira que desplegó en sus respuestas sobre la dificultad institucional que tendría para impulsar su agenda. Sugirió que gobernaría a fuerza de consultas populares: “Vamos a enfrentar a la sociedad con los políticos que no quieran votar lo que decida el gobierno elegido por la mayoría”. Las repreguntas agrandaron su fastidio: “Si creen que no se puede, jódanse, quédense con el frente de chorros o con juntos por el cargo”. Al final dejó el plato en la mesa y se fue sin comer, alegando otros compromisos.
El peronismo se pierde en otras ansiedades. Espera ahora el acto del jueves 25 de la Plaza de Mayo, con Cristina como única oradora, teatral en la centralidad. Hasta Alberto Fernández se dignó convocar con un tuit a la movilización. Como quien invita alegremente a su velorio, con fecha y hora.
El coro -ahora multitudinario- se activará otra vez. El guion indica que ella volverá a decir que no, mientras se carga de poder para decidir las listas y alambrar el trono desde el que conduce al peronismo sin nadie que se anime a desafiarla.