El avance de China en la región: una preocupación creciente en Washington, que aún busca sus respuestas

WASHINGTON.- La jefa del Comando Sur de los Estados Unidos, general Laura Richardson, dedicó un trecho de su último testimonio en el Congreso a la creciente presencia de China y Rusia en América latina. Los llamó “actores malignos”. China invierte en infraestructura crítica, puertos, instalaciones cibernéticas y espaciales que pueden tener un doble uso para actividades comerciales y militares, alertó. Ante cualquier conflicto global, China podría aprovechar puertos estratégicos para “restringir el acceso de barcos comerciales y navales” de Estados Unidos.

“Lo que me preocupa como Comandante es la miríada de formas en que la República Popular China está extendiendo su influencia maligna, ejerciendo su poderío económico y realizando actividades en zona grises para expandir su acceso militar y político y su influencia”, indicó Richardson. “Este es un riesgo estratégico que no podemos aceptar ni ignorar”, agregó después.

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Históricamente, Estados Unidos y Europa han sido los principales inversores y socios comerciales de la región. Pero eso comenzó a cambiar a principios de siglo. El comercio con China pasó de 18.000 millones de dólares a 450.000 millones en apenas dos décadas, y se espera que alcance los 700.000 millones para 2035, el volumen actual del comercio con Estados Unidos, según el testimonio de Richardson. Desde 2005, China invirtió más de 153.000 millones de dólares, y otorgó préstamos por otros 140.000 millones, según un reciente informe del Departamento de Estado elevado al Congreso. Veintiún países del hemisferio, incluido la Argentina, se han sumado a la iniciativa Belt and Road, la nueva “Ruta de la Seda”.

Con esos números de telón de fondo, el avance de China en América latina es una preocupación crítica en Washington al mirar a la región, compartida por demócratas y republicanos, el Congreso y la Casa Blanca. Cualquier funcionario argentino que pise la capital norteamericana se topará, irremediablemente, con alguna pregunta sobre el vínculo con Pekín. En la Argentina, la hidrovía, la red 5G, el litio, el desarrollo de infraestructura crítica, la estación espacial en la Patagonia –a la que el New York Times le dedicó un amplio artículo en 2018– o la compra de aviones caza son rincones donde late la puja global entre Washington y Pekín.

En su testimonio en el Congreso, Richardson hizo hincapié en dos temas: la red 5G, y los minerales críticos, como el litio. Richardson indicó que dejar la red 5G en manos de Huawei representaba una “potencial amenaza de contrainteligencia”, y el interés de China por extraer minerales críticos, como el litio, podían “desestabilizar la región” y erosionar las condiciones para invertir. Brian Nichols, el principal diplomático de Estados Unidos para América latina, dijo a LA NACION esta semana al salir de la Conferencia de las Américas organizada por el Council of the Americas que para Estados Unidos la red 5G debía ser “segura y privada”.

“Creemos que la tecnología 5G debe ser segura y privada y los inversores en ese sector deben garantizar que la información y los datos de las personas no van a terminar en manos del Partido Comunista Chino”, dijo Nichols. “Queremos brindar a las personas las opciones que necesitan para tener inversiones seguras y transparentes, ya sea en tecnología de la información, 5G o infraestructura”, agregó.

Michael Shifter, senior fellow del Diálogo Interamericano, remarcó a LA NACION que las preocupaciones en Estados Unidos sobre el papel de China en el hemisferio tienen ya un número de años, pero se han intensificado “dramáticamente” recientemente, en parte por la alarma que genera el riesgo a quedar expuestos a un mayor espionaje chino.

“Una cosa es que la Argentina exporte soja a los chinos, y otra muy distinta es que China venda e invierta en alta tecnología en toda la región en el contexto de una mayor competencia y de tensiones geopolíticas. Hoy está en un nivel diferente, ya que Washington está alarmado por los riesgos de la vigilancia y el espionaje chinos que acompañan a su involucramiento económico en evolución en América Latina”, señaló.

El último funcionario que hizo hincapié en los focos de inquietud fue el embajador norteamericano en Buenos Aires, Marc Stanley, esta semana, durante una charla en Washington con el embajador argentino, Jorge Argüello. “Los amigos no dejan que los amigos conduzcan borrachos”, dijo Stanley, en tono de broma, para graficar que, en la mirada de Estados Unidos, es riesgoso hacer negocios con China. Stanley reconoció otra realidad: Washington corre con desventaja para competir con Pekín, y necesita “más herramientas” para emparejar el terreno. Richardson también lo admitió en su testimonio. Las actividades de China en la región están “fuertemente subsidiadas”, indicó, a través de las empresas estatales chinas que ofertan proyectos de infraestructura a bajo costo desplazando a competidores locales e internacionales.

Sospechas de corrupción

Una fuente republicana en el Congreso ofreció además otra inquietud que existe en Washington: el dinero chino es una fuente de corrupción. “Los esfuerzos y las inversiones para contrarrestar la presencia de China en el hemisferio son imperativos para la seguridad nacional norteamericana”, dijo la fuente republicana. “Desde hace tiempo, como lo ha hecho a través del mundo, China ha estado invirtiendo en infraestructura crítica en América latina. Esto presenta un desafío crítico para EE.UU.. El capital chino fondea la corrupción que deshace países y las consecuencias pueden no ser inmediatas, pero son inevitables”, afirmó.

Larry Summers, economista estrella de Estados Unidos y asesor informal del presidente, Joe Biden, ofreció recientemente una frase en Twitter que, dijo, escuchó de alguien del mundo en desarrollo, y que resume la puja y el dilema que conviven en la región: “Lo que recibimos de China es un aeropuerto. Lo que recibimos de Estados Unidos es un sermón”. La creciente preocupación y las advertencias cada vez más habituales sobre el avance de China en la región han abonado una sensación de urgencia en la capital norteamericana, pero, como indicó Stanley, a Estados Unidos aún le faltan “herramientas”.

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