Dos aviones de EE. UU.: los detalles del operativo que arranca el viernes para blindar al dólar

El Banco Central se convirtió en una trinchera dispuesta a resistir corridas. Lo ha hecho en el pasado, y está preparado para repetirlo en los próximos días. El plan de guerra tiene la primera batalla definida: será el lunes 14 de agosto, un día después de las elecciones primarias. Ya se puso en marcha el dispositivo para blindar el suministro de dólares ante un posible golpe sobre el sistema bancario que pueda tener el resultado electoral.

Hoy hay 472 millones de dólares en billetes físicos en la bóveda del Banco Central. El tesoro ubicado en la calle Reconquista recibirá un refuerzo en efectivo de US$301 millones que llegará al país por avión a fines de esta semana. Se incorporarán a la contabilidad el viernes 11, dos días antes de las primarias.

La intención del Gobierno es que estén listos el lunes después de las PASO, cuando vuelvan a abrir los bancos, por si resultan necesarios, en una posible reedición del plan de Hernán Lacunza en 2019. El entonces ministro de Mauricio Macri llenó la city de camiones de caudales y extendió el horario de los bancos días después de las elecciones en las que Alberto Fernández venció al expresidente.

El dinero fresco provendrá de Estados Unidos, probablemente de la sede que la Reserva Federal norteamericana (Fed, el banco central de ese país) tiene en Dallas. Llegará en un avión de American Airlines a Ezeiza por una gestión de la empresa de transporte de caudales Brinks.

La elección de la línea aérea tiene en el reverso una curiosidad. Brinks, la única firma habilitada para entrar en los depósitos de la Fed, elige American porque tiene su propio servicio de rampa en la terminal aérea por una ventaja que aprovechó en 1994. Eso le permite esquivar eventuales paros de los trabajadores de Intercargo, la empresa pública que presta ese servicio, que pudieran demorar el desembarco de los billetes.

Esta semana se espera que la cantidad de dólares disponibles se mantenga estable. Pero el viernes se notará la llegada de la plata por avión: las existencias en el tesoro de Reconquista pasarán de US$472 millones a US$773 millones del 10 al 11 de agosto, según la planificación del Banco Central.

Una semana después, el 18 de agosto próximo, se repetirá la escena. Llegarán otros US$301 millones desde Estados Unidos para ensanchar la disponibilidad real de billetes. Ese día, la cantidad de divisas en billetes llegará a US$1073 millones.

La información reservada que vio LA NACION muestra, entonces, que el Gobierno acelerará la importación de dólares para estar preparado en caso de que los bancos aumenten los pedidos. Es un antídoto para frenar corridas bancarias. El último avión con dólares que había llegado al país data del 13 de julio pasado.

El dispositivo para enfrentar dificultades fue convalidado por Sergio Massa, habilitado por Miguel Pesce (presidente del BCRA) y pedido por Fabián Sgarbi, subgerente general de Operaciones del Banco Central. Este último, que responde directamente a Pesce -lo trajo de su paso por el Banco de Tierra del Fuego- se ha mostrado en el último tiempo mucho más colaborativo con Lisandro Cleri, uno de los hombres más destacados del equipo de Massa y su gestor en el Banco Central.

La plata del BCRA no es la única que cuenta. Los bancos tienen alrededor de US$3000 millones en sus bóvedas, uno de los principales seguros frente a turbulencias provenientes de la política, que se profundizarán en los próximos días de forma incierta.

El Gobierno seguirá administrando los dólares de a uno, como si se tratara de un partido de tenis que se disputa punto por punto. Una muestra de eso es lo que ocurrió con la polémica del oro.

Apremiado por la necesidad de pagarle al Fondo Monetario Internacional (FMI), el Gobierno usó parte de sus reservas en metal para hacerse de dólares el jueves 27 de julio. Es oro certificado en el BIS, un banco de pagos internacionales con sede en Basilea, Suiza.

La Argentina recibió dólares a cambio del oro, pero prometió que pagaría en tres meses y, de esa manera, lo recuperaría.

A esa altura, el Gobierno no estaba seguro de que recibiría dos apoyos fundamentales, de China y de Qatar. La certificación del oro era el plan B para pagarle al FMI.

La autorización para usar yuanes llegó al principio de la última semana en medio de una complicación imprevista. A fines de julio, Pan Gongsheng reemplazó a Yi Gang en la conducción del Banco Popular de China. Ese cambio de guardia demoró las definiciones y el Ministerio de Economía no sabía con certeza si los yuanes estarían disponibles para cancelar las deudas con Washington ese mismo lunes.

Hacia el final de la semana, en tanto, se concretó el apoyo que vino de Medio Oriente. Ambos se suman al crédito de la CAF (el Banco de Desarrollo regional).

Las tres fuentes de financiamiento le permitieron al Gobierno anular la jugada que tantos dolores de cabeza le dio. Entre el lunes y el martes recuperó el oro que había certificado. En ningún caso hubo una comunicación oficial. Pesce solo atinó a explicar parte de la operación el jueves, cuando los datos oficiales mostraron diferencias en las existencias del metal.

La operación se notará en el reporte estadístico que el Banco Central difundirá la semana próxima. Será el fin de esta polémica, pero es posible que se abra otra. Los bancos centrales suelen certificar oro para obtener ganancias, cuando ven una oportunidad. En este caso, ocurrió lo contrario: el Banco Central perdió algo de dinero en la breve transacción.

Es un problema menor derivado de la estresante gestión diaria. La administración del dólar se dará en una situación moldeada por la tensión política y por los efectos no deseados de la falta de reservas.

Problemas del ministro candidato

Mediodía de sorpresas en Palermo. Sergio Massa rompió el maleficio de la dirigencia peronista, almorzó con la conducción de la Sociedad Rural y se retiró sin recibir agravios del público, algo que al principio de ese 24 de julio nadie podría haber garantizado.

Eloisa Frederking, secretaria de la organización empresaria y compañera de tenedores en esa comida, le recordó al ministro algo casi inocente: lo había conocido en los 90 en una charla que Massa dio en el CARI, un influyente think tank de temas internacionales ubicado en la calle Uruguay. En aquel momento, el ahora candidato peronista era un joven militante de la Ucedé. La dirigente del campo había ido a escucharlo.

Las viejas amistades del conservadurismo político y el liberalismo económico no solo le traen recuerdos al ministro. También siguen asistiendo de recursos humanos al candidato. El caso más resonante es el de Amado Boudou, otro exjoven de la Ucedé que hizo el giro hacia la izquierda para luego ser expulsado de su última referencia política, Soberanxs, debido a que recompuso su relación con Massa, después del paso de ambos por la Anses.

Además de exvicepresidente y condenado por corrupción, Boudou es economista y asesor del ministro. Usó una parte de sus conocimientos para cuestionarle a Juan Grabois, rival de Massa en las primarias, que su modelo de economía popular no es peronista. La de Boudou es una idea que también comparte la CGT. Para el sindicalismo es inconveniente el crecimiento de la militancia piquetera.

Las dos escenas anteriores podrían ser sólo anécdotas si no formaran parte del material de trabajo con el que una parte de los funcionarios cercanos a Massa hacen campaña entre el empresariado.

Ante las consultas por la kirchnerización del discurso del candidato, responden que no está entre sus preferencias mantener el cepo cambiario, convivir con la falta de reservas o castigar innecesariamente al establishment con sus palabras.

En el sector privado, en tanto, conviven con la ambivalencia que desnudó Frederking en el almuerzo de la Rural. Massa es un trago que les cae mejor que el resto del kirchnerismo, pero hay un dejo de desconfianza al final de cada sorbo.

El traje de ministro aprieta cada vez más el contorno del Massa candidato. Es un caso de doble rol asumido por elección que lo conduce a tomar decisiones antipáticas para con su otra mitad.

Los desacuerdos con el FMI llevaron al Gobierno a aplicar una devaluación parcial para las importaciones y para la exportación de maíz. Como ese sector recibe ahora un dólar más alto, de $340, le comunicaron por teléfono a las petroleras que no les venderían más bioetanol, que proviene del grano, porque preferían venderlo afuera bajo la forma de aceite o harina.

La falta de bioetanol provocó que algunas estaciones de servicio se quedaran sin nafta. La secretaria de Energía, Flavia Royón, recompuso rápidamente la situación: les dio un precio más caro a los acopiadores de maíz mediante la suba del etanol, algo que a la larga pagarán los automovilistas y representará más inflación en general. Justo lo que no quiere Massa.

El problema golpea especialmente a YPF. Mientras la nafta de YPF aumentó 429,6% desde junio de 2019 hasta esta semana, el Gobierno aumentó el precio del bioetanol 813%. Y tuvo que subir otra vez para evitar el desabastecimiento del mercado.

Discusiones inconducentes ocurrieron en los últimos días entre el secretario de Finanzas, Eduardo Setti, Eduardo Endeiza (Servicios Financieros) y Víctor Fuentes Castillo (Mercado de Capitales y Seguros), por un lado, con un grupo encolumnado detrás de Irene Capusselli, gerenta de Orígenes Seguros y presidente de la asociación que representa al sector. El principio del problema fue similar: la norma de Economía que aplicó una devaluación parcial.

Capusselli les explicó que su sector va a tener que pagar más caro ahora porque el Gobierno no les vendió en su momento dólares para cancelar afuera deudas por reaseguros. La ejecutiva intentó negociar, además, que no les cobren un impuesto adicional del 25%. Aunque el canal está abierto, todavía no logró ablandar a los funcionarios ni con la amenaza de que las aseguradoras argentinas podrían volverse insolventes.

La crisis del dólar es un mecanismo que fabrica paradojas. A las petroleras que se quedan sin combustible (de origen vegetal) y las aseguradoras sin reaseguro se les suma una fábrica de hacer billetes que debe plata. Es uno de los varios secretos que rodean al nuevo papel de $1000, con la figura de San Martín, que de a poco está llegando a los bancos.

Casa de Moneda es la imprenta que fabrica los billetes en la Argentina. Por la crisis del peso y la negativa a lanzar una denominación más grande, no da abasto e importa de Brasil y España. En los últimos días, se sumó China a la lista. En parte, porque la propia empresa del Estado tiene problemas para pagarles a sus proveedores privados, herencia de la gestión anterior, a cargo de Rodolfo Gabrielli.

El nuevo papel de $1000, donde la figura de San Martín desplazó al hornero, conlleva un dato para los historiadores: se hace por primera vez íntegramente en el extranjero después de muchísimos años.

No hay registro cercano de un billete que, desde el principio, haya venido de afuera. Los numismáticos creen que algo por el estilo no ocurría desde la década de 1880, cuando llegaban al país las expresiones del denominado peso fuerte y, luego, el peso moneda nacional, la primera moneda unificada de la Argentina.

Son curiosas las referencias geopolíticas que tejen los billetes. Durante la conformación del Estado nación, los primeros papeles llegaban desde Inglaterra. La última denominación de $1000, en cambio, se hizo en China Banknote Printing and Minting. El nombre de la imprenta revela el origen.

La comunión argentina con el nuevo socio tiene coincidencias poéticas. Ya no solo los yuanes vienen de Asia. También, los pesos.

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