Devaluación, Milei y el rol que podría jugar Macri: cómo ven en Estados Unidos el futuro de la Argentina

El fútbol cambió, dijeron en España para explicar la victoria argentina en el último mundial masculino. Y el mundo, también, agregan con preocupación en Estados Unidos. El gobierno de Joe Biden cree que la sociedad global está viviendo un punto de inflexión, de esos que suceden cada cuatro o cinco generaciones. ¿Las razones? La pandemia, el conflicto bélico en el corazón de Occidente con la invasión de Rusia a Ucrania, los cambios tecnológicos que vuelve impredecible la convivencia en los próximos años, y la mayor concientización sobre el cambio climático. Al igual que en Qatar, la Argentina podría jugar un rol importante en este nuevo contexto incierto, si empieza a dar previsibilidad.

Luego de la pandemia, los países comenzaron a redefinir sus relaciones comerciales. “Tal vez vale la pena pagar 50 centavos de dólar más caro un producto o un servicio si eso asegura cómo fue fabricado y si hay seguridad de abastecimiento”, dicen las empresas estadounidenses, que sufrieron la sorpresiva cuarentena estricta que aplicó China hasta mayo de este año. El concepto near-shoring, que describe el proceso de relocalización de las fábricas y las cadenas de producción a lugares geográficamente más cercanos, tomó fuerza.

En este contexto, la Argentina vuelve a tener una oportunidad. Hay incluso economistas que estiman que la situación internacional podría ser más favorable para el país de lo que fue en 2003, cuando el crecimiento de la economía china hizo disparar la demanda de soja y su precio. A partir del año próximo se espera que las tasas de interés internacionales empiezan a bajar, lo que hará que las inversiones en economías emergentes, como la Argentina, se vuelvan más atractivas. El país tiene para ofrecer alimentos, energía, servicios de tecnología y una sociedad sin conflictos raciales, étnicos, religiosos o limítrofes. Y la democracia está consolidada, pese a las sucesivas crisis recurrentes.

En la Argentina es difícil ver con optimismo esta nueva oportunidad, según analizan los consultores políticos sobre la base de los últimos resultados electorales. Pero en Estados Unidos hay otra mirada sobre el rol que podría cumplir el país como aliado vector estratégico en la región, ya que el Brasil de Lula da Silva genera preocupación en Washington por su cercanía a Rusia. La mirada de Estados Unidos se vio reflejada en los hechos en la intervención del gobierno de Joe Biden en el Fondo Monetario Internacional (FMI), para que el organismo le gire a la Argentina los US$7500 millones, pese a que el país no cumplió con ninguna de las tres metas que se establecieron.

La relación con el FMI

Alejandro Werner, exdirector del Departamento del Hemisferio Occidental del FMI, quien estuvo a cargo de las negociaciones con la Argentina, suele explicar por qué el organismo cambia los equipos técnicos que tienen trato con el país cada cinco años. “Cuando ves profesionalmente por primera vez el caso argentino, a todos nos parece fascinante. En seguida, uno se entusiasma en que ahora sí habrá un cambio en el país y que se va a romper con la dinámica de inflación y default, y que uno puede aportar una ayuda. Luego te das cuenta de que ese no es el caso y que tu reputación se verá afectada. Y, finalmente, uno se va, pero queda enganchado con la Argentina, porque es muy interesante”, dice el actual analista del Georgetown Americas Institute, en una charla con periodistas, organizado por la AmCham Argentina en Washington DC.

Una situación similar ocurre con los actuales economistas del Fondo a cargo de negociar con la Argentina, Luis Cubeddu y Rodrigo Valdés. Durante casi cinco meses, entre principios de abril y agosto, el staff técnico del organismo mantuvo tensas negociaciones con el ministro de Economía, Sergio Massa. El FMI está en una situación atípica, ya que nunca en su historia se habían entablado negociaciones directas con un candidato a presidente.

Massa utilizó la sequía para justificar el incumplimiento de todas las metas, pero en el Fondo le respondieron que el Gobierno hizo poco para atender el problema, en referencia al nivel de importaciones, que se mantuvo prácticamente constante (hasta julio, las cantidades importadas cayeron solo 4,5% versus una caída de 17% de las exportaciones). En otras palabras, se comprometió la estabilidad a costa de mayor crecimiento económico en el corto plazo. La Argentina aumentó su deuda comercial en más de US$10.000 millones, el Banco Central llegó a tener reservas netas negativas en niveles históricos y el tipo de cambio volvió a quedar atrasado.

Para aprobar el nuevo desembolso, el Fondo pidió como condición necesaria la devaluación del peso, acompañada de una política monetaria y fiscal más restrictivas. Por eso se mantuvo la meta de déficit fiscal del año en 1,9% del PBI y se exigió una fuerte suba de la tasa de interés, que trepó 22 puntos porcentuales a 208% efectiva anual.

Lo que no contempló el FMI fue la mala comunicación del ministro frente a la devaluación (habló públicamente recién 60 horas después de la suba abrupta del tipo de cambio) y las medidas electorales posteriores, tan solo cuatro días después de que el directorio aprobara el último desembolso. Una parte de ellas habían sido negociadas previamente, como los bonos a jubilados y pensionados y algunos créditos, por un total de 0,4% del PBI. De hecho, ese fue el número que difundió el Ministerio de Economía al explicar el costo fiscal de las medidas, aunque un informe del Banco Provincia estima que el costo estaría en torno al 0,5% del PBI.

Sin embargo, el equipo técnico del FMI fue inflexible con dos medidas: los salarios públicos deben dejar de aumentar en términos reales y las tarifas no se pueden atrasar. Pese a estos pedidos, el Gobierno repartirá el bono de $60.000 a los empleados del sector público y analiza postergar los aumentos de tarifas de energía eléctrica, que había anunciado la Secretaría de Energía mientras se negociaba con el FMI.

“Hay una parte de la sociedad que sufre el costo de la inflación, que son los trabajadores informales. Es un tema de justicia social”, se enojan en Washington. Según el último informe del Indec sobre salarios, en junio, el sector público tuvo un aumento interanual de 121,4%, contra una inflación de 115,6% en el mismo período y un alza de tan solo 82,4% de los ingresos del sector no registrado.

La otra situación que todavía no entienden en el FMI es la decisión de dejar fijo el tipo de cambio oficial en $350. “¿Para qué se devaluó entonces?”, se preguntan, ya que la medida tiene como fin mejorar el ritmo de acumulación de reservas del Banco Central, algo que sucedió en los primeros días, pero comenzó a ralentizarse luego. ¿Aguantará el tipo de cambio fijo hasta las elecciones o habrá una nueva edición de dólar soja?

El efecto Milei en Estados Unidos

En Estados Unidos saben con certeza que el próximo presidente argentino enfrentará una situación de déficit fiscal sin financiamiento, una deuda pública alta, precios relativos desalineados, un tipo de cambio oficial atrasado y múltiples desequilibrios macro. “En un momento difícil, habrá que tomar decisiones que no son populares. Eso requerirá gastar capital político en pos del progreso del país”, dicen en Washington, y agregan que el gobierno de Estados Unidos ayudará: “No se quiere otro 2001 o 2002. El gobierno estadounidense quiere ser un facilitador para construir puentes de apoyo”.

Pese a que los candidatos presidenciales opositores Javier Milei y Patricia Bullrich hablan de dolarizar la economía o quitar el cepo para reconstruir la confianza, la verdadera prueba de cambio se verá en la velocidad del ajuste fiscal. Por eso no es indiferente el apoyo social y político que obtengan, en caso de llegar a la Casa Rosada. En Washington ya se aprendió la lección de pecar de optimismo, luego de lo que sucedió con Mauricio Macri, aunque valoran que el 70% de la Argentina haya elegido un cambio de dirección y la necesidad de achicar al Estado.

Tanto en Washington como en Nueva York, Milei genera incertidumbre. Creen que el diagnóstico que tiene el candidato liberal de apertura de la economía y ajuste fiscal es el correcto, pero temen que haya un aspecto muy propagandístico de tirar números grandes, sin un conocimiento fino de realmente cómo se maneja el Estado.

En algunos sectores de Estados Unidos comparan a Milei con el expresidente peruano Pedro Castillo, que llegó a poder gracias a su discurso antisistema, pero no tenía equipo. “Castillo necesitaba un equipo de al menos 5000 personas y tenía tan solo 40, de las cuales 20 eran primos. Para gobernar se necesita capacidad de negociación. En la política, a diferencia de la matemática, se suma todo, desde naranjas con cerezas hasta leones con cebras. Por eso se habla de tragarse un sapo. Milei tiene un discurso que tiene votos. Es la expresión epidérmica de algo que había abajo”, dicen en Washington.

En Nueva York, en cambio, se preguntan si Macri puede darle esa gobernabilidad a Milei, si puede actuar como containment barrier (barrera de contención). Es decir, si puede representar lo que fue el partido Republicano y la Justicia para Donald Trump, o los militares y la iglesia evangélica para Jair Bolsonaro. “El mercado financiero quiere saber si Macri le puede poner límites a Milei, cuando se sale del sentido común. Si le puede quitar parte de la volatilidad con la estructura para gobernar”, cuentan en Estados Unidos. Al momento, Macri no expresó públicamente su rechazo a trabajar con Milei, pese a que la líder del Pro, Patricia Bullrich, sigue en carrera.

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