1. Chip argentino. Algo que urge en los debates sobre la política económica de la Argentina es salir de la creencia de que somos particulares. Ni pesa sobre el país una maldición ni los argentinos tenemos algo en especial por lo cual haya que tomar decisiones diferentes a las que se tomaron en otras partes del mundo. Muchas veces, ese tipo de argumentos funciona para deslindarnos de los problemas y no profundizar demasiado. “En la Argentina el problema es la falta de dólares”. “El dólar es cultural”. “El problema de no crecimiento es la deuda con el FMI, que siempre nos pisó la cabeza”. La vicepresidenta de la Nación, Cristina Kirchner, definió en un tuit al país como “el lugar donde mueren todas las teorías económicas”. Pero quizás seamos nosotros los que decidimos matarlas.
2. ″Faltan dólares”. El primer punto es lo expresado por esa frase. Siempre. No importa cuándo. El argumento se repite más allá de los dólares ingresados. Incluso, cuando la cuenta corriente fue positiva en 2020 (entraban más dólares de los que se iban). Aun entonces resonaba que el problema era la falta de dólares. La afirmación de que algo falta puede darse solo en un contexto de escasez. Pero si hay algo en el mundo que estuvo disponible fueron dólares, con niveles máximos de préstamos internacionales, precios de commodities altos y baja tasa de interés global. No faltaban dólares, sobraban. Sí faltaron dólares al precio que quería estipular el Gobierno y ante una emisión de pesos cada vez mayor. Entonces, corrijamos: faltan dólares al precio que nosotros consideramos que deberíamos tener, tras haber emitido pesos no demandados a una velocidad inusitada.
3. Pensar en dólares, algo cultural. “Los argentinos tienen amor por el dólar, es cultural”. No, los argentinos no nacimos con un chip para pensar en dólares. Si en algún momento el yuan supera al dólar como reserva de valor, nacerá una camada de argentinos amantes y chipeados con el yuan. No. La economía se trata de incentivos y cualquier decisión arbitraria que se considere que está por encima de los incentivos fracasará. El incentivo que tenemos es a cuidar el valor del esfuerzo. Lo cuidamos en bienes durables, en la toma de un crédito, en la compra de criptomonedas o en la moneda fiduciaria que creamos que sostendrá el valor. Hoy, para la mayoría, es el dólar. Quizás lo que pasó es que mantuvimos tasas de interés reales muy negativas para los ahorristas, para que los pesos fueran a consumo. Quizás pagar las deudas nunca fue una prioridad, o bien el ahorrista perdió tantas veces confiando en el Estado como garante de los pagos, que ya no confía.
4. FMI. Otra cuestión típica es echarle la culpa de los males al Fondo Monetario. El FMI existe desde 1944, con 190 países miembros y tiene créditos dados a 94 naciones, que se usan para evitar nuevos defaults con el sector privado y para equilibrar la balanza de pagos, por lo general de forma temporal. Del total de la deuda argentina, la que es con el FMI es el 12%. ¿Alguien piensa que si esa deuda desapareciera los problemas se solucionarían? A quien no le guste la deuda, tendrá que amigarse con el equilibrio fiscal.
5. Futuro. Los próximos años pueden ser positivos para nuestro país. Pero va a costar conseguir buenos resultados. Hay que sacarse de la cabeza el chip de los culpables externos y dejar de pensar que “tener recursos naturales” sirve de algo. Hay muchos países que sobreviven y mejoran su productividad sin contar con recursos naturales. Y hay países como el nuestro, que se estancaron incluso teniéndolos. Abandonar la idea de que somos un ente exculpado de lo que nos pasa es un buen primer paso para permitir que lleguen los debates que nos convoquen a salir del pantano en el que estamos.