Hay una línea de puntos que va de Santiago Maratea al Kun Agüero y los Rappi y termina en una batalla política entre Cristina Kirchner y Javier Milei. Tiene que ver con una transformación cultural en esta Argentina de 40 años de democracia y 20 años de kirchnerismo. El clima de la época se juega en dos frentes. Por un lado, acorrala a la autopercibida superioridad moral de la salida colectiva tutelada por un Estado ilusoriamente presente y le abre las puertas, cada vez más, a la legitimidad de la solución individual. El progreso material de las personas en base a su esfuerzo como la autopista digna que lleva hacia el futuro. Por el otro lado, gana prestigio la racionalidad en el manejo de la vida económica tanto personal como estatal. El déficit se vuelve el síntoma de una vida de vicios políticos, en la esfera pública. Y en la vida del ciudadano de a pie, el déficit como el síntoma de una existencia personal demasiado confiada en la asistencia de un Estado ineficiente que regala lo que no tiene y promete sin cumplir. En lugar de la acción ante la adversidad, la pasividad a la espera del plan. El opio de los pueblos pobres.
Una nueva generación de trabajadores pobres prefiere la autonomía que da ganar la plata propia antes que la dependencia que impone el asistencialismo del Estado. La nueva fuerza laboral, hecha de gente que se las arregla con el emprendimiento informal de barrio y no se considera desocupada. Da la pelea. También se resiste a un sindicalismo clásico que los quiere disciplinados sin garantizarles una vida de ingresos crecientes y ascenso social.
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2021 trajo una anécdota ilustrativa. Justo cuando el legislador porteño de izquierda, Gabriel Solano, hacía su discurso público en una plaza porteña criticando a Milei en defensa de los trabajadores, un repartidor que pasaba dio su grito de guerra: “La libertad avanza”, se escuchó, además de un insulto rabioso. Solano respondió con lo suyo: “La libertada avanza pero vos repartís en bicicleta por dos mangos”. El líder de izquierda en confrontación con un trabajador último modelo, votante de Milei.
Los repartidores de Rappi sintetizan algunas de esas líneas de sentido que definen la época. El Rappi hace su presupuesto diario, trabaja las horas necesarias y paga sus cuentas. En lugar de ponerse a exigir que le cumplan derechos, opta por esforzarse para cumplírselos él mismo. Abundan las historias del repartidor emprendedor que mide su éxito por el crecimiento gradual de sus posesiones. La bici es el punto de partida para una movilidad social al alcance de la mano. El “voto Rappi” es voto Milei por esa promesa: que la libertad conduce a un plan de vida de progresos módicos, pero progresos al fin.
La pelea simbólica del kirchnerismo con los jugadores de la Selección nacional corre por los mismos carriles. Las estrellas de la Selección se mueven en la vida pública como emprendedores de la pelota. Ídolos de la pelota que no están en busca de la santificación estatal. En cambio, para el kirchnerismo, cada éxito personal supone un agradecimiento al Estado kirchnerista. La percepción de los jóvenes que vivieron infancias y adolescencias de pobres no se alinea con esa lectura. El Kun Agüero es un buen ejemplo: “Yo fui pobre y nadie me ayudó”, dijo hace unas semanas cuando el periodista Pablo Duggan lo cuestionó duramente por su apoyo a la dolarización mileista.
No es la primera vez que Agüero pone blanco sobre negro la pérdida de sentido de un sistema ciego de creencias en el Estado en versión kirchnerista. Hizo pedagogía sobre temas impositivos con su crítica viralizada sobre el impuesto al patrimonio. Agüero no le escapa al tema del dinero. Reivindica su riqueza como resultado de su esfuerzo y su mérito. Y legitima un manejo racional de su riqueza y la conveniencia de tributar en territorios más benignos sin los filtros del nacionalismo kirchnerista. Espera esa misma racionalidad de los políticos.
El último capítulo de esa saga de síntomas de un cambio de época llegó, otra vez, con Santiago Maratea. Ya el año pasado, con la colecta que organizó para ayudar en los incendios de Corrientes irritó al kirchnerismo. Un particular suplantando al Estado en su asistencialismo. Ahora el debate se da en torno a la recaudación de fondos para cubrir la deuda del Club Independiente y el 5 por ciento que gana por esa movida. Hay muchas capas en esa discusión. Una de ellas tiene que ver con la resistencia del formato kirchnerista a la iniciativa privada.
En el Titanes en el Ring que protagonizó Cristina Kirchner en La Plata, en un rincón del cuadrilátero quedó CFK y del otro, Milei. También, Cavallo, el padre ideológico de la criatura. La pelea se dio en torno a esos dos temas: los trabajadores precarizados, sus valores y quién puede representarlos mejor, y el debate en torno al déficit. Cristina le habló a Milei y a su dolarización. También le habló a los votantes de Milei. Algunos de ellos, las encuestas indican, serían jóvenes exkirchneristas desencantados.
Los votantes de Milei, ¿sólo tienen rabia? ¿Son todos apolíticos? Los sociólogos Pablo Semán y Nicolás Welschinger se hicieron esa pregunta. Y se la hicieron a jóvenes reales. “Crisis de representación y crisis de comprensión”, dicen en un artículo aparecido en El Dipló. Se refieren a los desafíos que representan los nuevos jóvenes para la política y para las ciencias que intentan estudiarlos. La antipolítica es relativa: rechazan a los políticos actuales pero apoyan a Milei. La rabia no lo es todo. En ese posicionamiento hay un programa: rechazo al Estado y sus trabas; sí a dinamitar el Banco Central pero quieren salud y educación pública; cultores del “mejorismo”, la iniciativa individual para salir adelante; “hartazgo y preferencia por el shock y la reforma, aunque no esperan resultados inmediatos”; la inflación, como crítica común. Las diferenciaciones no se terminan ahí.
Milei logra dar una narrativa a esa ciudadanía. Y hace promesas fáciles y sin costo. Como Menem en 1989 con la revolución productiva y la salariazo. Su condición de outsider lo protege de cualquier confrontación con la realidad de gestiones pasadas. Todo político que llegó alguna vez al Poder Ejecutivo queda desacreditado por su contribución al fracaso colectivo. Milei en cambio goza de la inimputabilidad del outsider que se anima a la política y todavía no tiene macanas para mostrar.
Las chances de Milei nacen de esa variables: rabia y hartazgo, rechazo a la política pero también, politización en sentidos opuestos a los que consolidó la hegemonía kirchnerista. Libertad, dignidad del trabajo aunque sea precario, desconfianza de la ayuda Estatal, distancia de una vida laboral sindicalizada, rechazo de cualquier paternalismo, estatal, sindical o político.
El crecimiento de Milei propone un tablero electoral novedoso en esta Argentina 2023. Se abren aventuras ante cada hipótesis electoral. Si llega al ballottage para enfrentarse con Juntos por el Cambio, el kirchnerismo podría votarlo. Los sectores populares se identifican con él. Y en la cúspide del kirchnerismo, empiezan a calcular que ante una crisis de la gobernabilidad mileista, el kirchnerismo podría tener una oportunidad. Si Juntos por el Cambio perdiera ante Milei, le queda la chance de convertirse en el aliado necesario. En definitiva el ideario de libertad, racionalidad macroeconómica y emprendedurismo es un germen que sembró Cambiemos desde su nacimiento. Aunque las flores las está recogiendo Milei.
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No hay que perder de vista, sin embargo, que el problema de las encuestas para predecir resultados es otro signo de los tiempos. Las encuestas son ese género literario con el que nos entretenemos mientras llega el futuro. En 2021, las encuestas en Chile no vieron venir a la izquierda de Gabriel Boric. En Brasil el año pasado, los encuestadores imaginaron una diferencia amplia entre Lula y Bolsonaro, que terminó perdiendo por un pelito.
No está claro todavía si el fenómeno Mieli creciente que registran las encuestas es fruto de una minoría intensa que declara abiertamente su apoyo. O es el círculo vicioso que se retroalimenta entre una escena mediática en la que Milei rinde en el rating y los sesgos temporarios que acarrea a los ciudadanos, cuando todavía falta mucho para que la decisión del votante realmente tome forma. O si su crecimiento es fruto de un vacío que sólo llena su candidatura mientras las internas de las dos coaliciones principales se toman su tiempo para la definición de las candidaturas. Después de las PASO, empezará a verse con más precisión el peso específico de cada ilusión electoral.