Cuántos problemas de la sociedad soluciona la mano invisible

En su enciclopédica obra titulada La riqueza de las naciones, publicada en 1776, Adam Smith planteó el principio de la división del trabajo, y sugirió la idea de la “mano invisible”. Lo primero, a través de una insuperable descripción, a lo sumo ilustrada con un ejemplo numérico; lo segundo, vía una intuición. A la luz de algunos debates que se han planteado en las últimas semanas, vale la pena prestarle particular atención a la idea de la mano invisible.

Al respecto consulté al escocés John Rae (1845-1915), a quien no hay que confundir con su homónimo, también escocés, quien vivió entre 1796 y 1872. Lo consulté por su Vida de Adam Smith, publicada en 1895. Al respecto, en 1965, Jacob Viner opinó que, como biógrafo integral, Rae no tuvo predecesor de fuste, y hasta el momento tampoco sucesor comparable. Lo cual, agregó Andrew Stewart Skinner, siguió siendo cierto hasta 1987. En 1995 vio la luz la biografía escrita por Iam Simpson Ross, pero todavía está por verse si por fin a Rae le llegó el sucesor. A lo cual cabe agregar el Catálogo de la biblioteca de Adam Smith, que James Bonar publicó en 1894.

–Hoy en la Argentina interesa particularmente entender las implicancias prácticas de la mano invisible, pero no resisto la tentación de que sintetice lo que Smith dijo sobre la división del trabajo.

–Me voy a permitir exagerar un poquito. Si luego de escribir las primeras 27 páginas de una obra de más de 1000, Smith hubiera fallecido, igual se hubiera inmortalizado. Porque al comienzo de La riqueza de las naciones explicó por qué dos fábricas de alfileres, que cuentan con las mismas instalaciones y con igual personal, en una misma jornada elaboran diferentes cantidades de alfileres, si en una de ellas a cada uno de los tres operarios se les encarga que hagan todas las operaciones, mientras que en la otra fábrica a uno se le ordena cortar el rollo de acero; a otro, afilar una punta, y al tercero, fabricar la cabeza. En las referidas páginas Smith también explica que la especialización genera beneficios, pero también riesgos, porque la ausencia de operarios reduce en dos tercios la producción en la primera fábrica y 100% en la segunda. Y como si esto fuera poco, también explicó que el grado de división del trabajo depende del tamaño del mercado, por lo cual cabe esperar que un médico sea más especialista en Rosario que en Batán.

–Entendido, ahora pasemos a la cuestión de la mano invisible.

–Smith dijo que si dejamos que cada persona que vive en un país adopte sus decisiones sobre la base de su propia conveniencia, dadas las oportunidades y los desafíos que enfrenta, se generará lo óptimo, entendiendo por tal lo mejor de lo posible. No lo mejor de lo mejor, porque siempre hay limitaciones de recursos, de tecnología, etcétera.

–Vaya, vaya.

–Idea contraintuitiva, porque parecería que la coordinación requerida para la producción, distribución y comercialización de los distintos bienes requiere una planificación, y no resultar de las decisiones individuales de muchas personas, que ni siquiera se conocen entre sí. La experiencia indica precisamente lo contrario: si mi desayuno dependiera de las autoridades, estoy seguro de que nunca arrancaría mi día tomando café con leche. Esto lo ejemplificó Leonard Edward Read, cuando en 1958 publicó un escrito titulado Yo, lápiz.

–Usted dijo que Smith había planteado la idea de la mano invisible como una intuición.

–Como se hacía en su época. Cuando se cumplieron dos siglos de la publicación de La riqueza de las naciones, por separado Julio Hipólito Guillermo Olivera y Paul Anthony Samuelson planearon de manera rigurosa las condiciones bajo las cuales la mano invisible genera los resultados planteados por Smith. En otros términos, transformaron una intuición en un teorema.

–Gran descubrimiento.

–No tanto. No les quito mérito a los distinguidos colegas, pero sistematizaron lo que ya se sabía. Que la mano invisible genera resultados óptimos en ausencia de economías y deseconomías externas, bienes públicos, etcétera. En presencia de esto se producen las denominadas “fallas de mercado”.

–Deje ejemplos.

–Uno de gran actualidad en su país, el otro en el mundo. El Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) genera conocimientos, que es un bien público y, por consiguiente, su oferta es pobre en ausencia de fondos públicos o de donaciones privadas. Si me contrata el bar de la esquina para que le ayude a estimar la demanda de café de la semana que viene, esto es consultoría, un bien privado. Los investigadores del Conicet se ocupan de investigaciones básicas, teóricas o empíricas, pero de carácter general. Cerrarlo o privatizarlo implica incurrir en un error conceptual.

–¿Está usted diciendo que sus actividades no se pueden organizar con la lógica del mercado?

–Los investigadores del Conicet tienen que rendir examen, pero es uno menos exigente que el que rinden los pizzeros y los tintoreros, porque lo rinden ante sus pares; por lo cual es probable que la asignación de los recursos deje algo que desear. Pero el cierre es una respuesta exagerada a este problema, como tampoco resulta aceptable la defensa incondicional del organismo en el nombre de que se ataca a “la ciencia”.

–¿Con el cambio climático pasa algo parecido?

–Así es, el deterioro del medio ambiente es hoy el ejemplo cuantitativamente más importante de una deseconomía externa. Las dificultades en lograr acuerdos entre los gobiernos para limitar la contaminación derivan del hecho de que quienes contaminan en cada país encuentran individualmente conveniente que los habitantes de los otros países no contaminen. En este caso, la solución del problema requiere un gobierno mundial, por ahora, una utopía. Esperar que el enfoque que fue planteado por Ronald Harry Coase solucione este problema es una burla.

–¿Está usted invalidando el enfoque de la denominada escuela austríaca?

–Estoy invalidando la incorrecta, y empíricamente peligrosa, aplicación de ciertas ideas económicas. Los austríacos son muy valiosos cuando enfatizan en los procesos decisorios la importancia del empresario, frente a la mera acumulación de información. Pero pifian cuando piensan que la mano invisible soluciona todos los problemas.

–¿Cuántos soluciona?

–Apenas la inmensa mayoría. No hay que pedirle al Estado que desaparezca, sino que se concentre en las cosas en las que el mercado “falla”. Con criterio empírico. Porque la experiencia mostró que, junto a las fallas del mercado, están las fallas del Estado. De manera que no cualquier falla justifica la correspondiente intervención estatal.

–Excepto en el caso de mentes afiebradas, como la de Joseph Eugene Stiglitz.

–Lo dijo usted, a mí no me involucre.

–Tiene razón. Don John, muchas gracias.

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