CIUDAD JUÁREZ.– “Los tiempos de Dios son perfectos”, recita Leonardo para confirmar, como si fuera un pasaporte, que su nacionalidad es venezolana. El joven caraqueño, de 27 años, procedente de la populosa barriada de San Agustín, es uno de los cientos de latinos que permanecen concentrados frente a la Puerta 38, que da paso al sueño dorado de Estados Unidos. Estamos en tierra de nadie, entre la gran muralla texana de El Paso y el pequeño cauce del río Bravo en Ciudad Juárez, en el sprint de última hora en busca del “sueño americano”.
La Administración Biden quitará este jueves los requisitos de vacunación que fueron impuestos en la pandemia, conocido como “título 42″, lo que eliminará restricciones impuestas para limitar la migración.
Leonardo llegó a la ciudad fronteriza de México hace ocho días, con las ojotas llenas de agujeros, parecidas a las millones de chancletas gastadas por los caminantes venezolanos en las rutas de las Américas. Como todos los demás, convencido de que el fin del controvertido título 42, y su sustitución por el título 8, abrirá la muralla que protege la tierra prometida. “Realmente todavía nadie ha pasado por aquí, pero el rumor…”, añade el joven, nada que ver con los malandros exportados por la revolución bolivariana de los que tanto se quejan en la ciudad fronteriza.
“Los venezolanos son amigos cabal, se portan derecho”, desmienten el albañil salvadoreño Óscar Torres (31 años) y su pareja Carmen (41), compañeros de penurias, hambre e insolación en la tierra quemada frente al muro. Ambos han concebido en el camino a Estados Unidos al bebé que si nace varón en siete meses se llamará José Antonio, “como mi hijo mayor, al que mataron las maras”, anuncia solemne Carmen.
Nos protege una pequeña sombra en este tramo inmundo del desierto, donde los más decididos y “el cartel (narcotráfico), que son quienes controlan todo lo que pasa por aquí”, cortaron los alambres con enormes púas, donde acaba de quedar atrapado un ecuatoriano, obligado a dejar parte de su ropa y de su piel.
De esta forma el grupo de cientos de migrantes pudo avanzar y montar un pequeño campamento frente a las autoridades estadounidenses, con un sólo árbol como sombra en el desierto. Allí aglomerados esperan que la gran puerta se abra, torres más altas han caído. De momento, nadie ha visto los Black Hawks anunciados por el gobernador texano.
En este muro de los lamentos se juntan quienes huyen de los demonios que desgarran la región: las tres dictaduras (Venezuela, Cuba y Nicaragua), la crisis socioeconómica amplificada por la pandemia, la desigualdad perpetua, la corrupción que devora los cimientos de la democracia, la violencia que la convierte en la región más peligrosa del planeta y esa maldita inflación que no quiere apaciguarse.
“Fue el presidente de Washington el que dijo que el día 11 todos podíamos pasar, pero lo que hacen es reírse de nosotros”, inventa el panadero caraqueño Alexander Reverte. En el Babel de la desinformación casi todos hablan español, aunque también hay haitianos y hasta asiáticos llegados de quién sabe dónde.
Las cifras oficiales son enormes, pero alejadas del millón de personas que la oposición republicana asegura “invadirá” su país. Serían alrededor de 150.000, la mayoría en Chihuahua; 35.000 en Tamaulipas y 25.000 en Coahuila.
“En esas vallas hay huecos, los huecos de la libertad. Esta noche volveré a intentarlo”, asegura el panadero, que arrastra una Coca-Cola que parece hervir dentro del plástico. Convertido en todo un veterano ofrece información gratuita a un grupo de colombianos (tres hombres, una mujer y una niña) recién llegado, que parece de otro planeta. Bien vestidos, descansados en hotel y con valijas a las que sólo les faltan las cintas de aerolínea, han viajado desde Cúcuta, la capital de otra frontera, donde se inicia gran parte de la monumental diáspora venezolana. Quienes los observan incrédulos aseguran que le pagaron a un “coyote”, esos traficantes de humanos que ofrecen paraísos en Tik Tok, con musiquita incluida.
Las redes sociales, tan traidoras para buena parte de quienes han encontrado en ellas la “seguridad” de una nueva vida, también registraron cómo a nado o en embarcaciones improvisadas, incluso colchonetas, cientos de latinos, en su mayoría venezolanos, se zambulleron en el río Bravo a la altura de Matamoros.
De vuelta a Ciudad Juárez, Óscar Naranjo, de 39 años, sí cree que ha llegado su tiempo divino y que “con el favor de Dios” el próximo día 22 resolverá con éxito la cita que acaba de conseguir con las autoridades estadounidenses a través de la famosa app CBP One, que desde ayer se ha convertido en la principal vía de acceso al “sueño americano” para quienes solicitan asilo.
Este venezolano cree haber expiado sus culpas tras formar parte de la policía política del chavismo, el temido Servicio Bolivariano de Inteligencia (Sebin). “Es muy loco que siendo funcionario te obliguen a disparar a los que protestan porque tienen hambre”, se queja tras recorrer durante cinco años varios países de acogida de la región y aventurarse por el Darién para la que cree será la última aventura, pese a que solo se aprueba el asilo al 1% de quienes lo reclaman.