De pronto sonaron las alarmas. La información del The Wall Street Journal, revelada por funcionarios de inteligencia, decía que China había acordado secretamente con el régimen cubano montar una base de vigilancia electrónica que permitiría interceptar comunicaciones de Estados Unidos. El dato se amplió y resultó ser que China en realidad lleva varios años espiando desde la isla.
Como antes la Unión Soviética, que hizo de Cuba su socio menor en el Caribe, en todo caso no sorprendió que el régimen comunista en La Habana, siempre en busca de padrinos que le paguen las cuentas, se estuviera entregando a los planes del gigante asiático. Los rublos de antes eran los yuanes de ahora.
La base de la que informó el The Wall Street Journal sería un predio de la antigua Unión Soviética, abandonado a su suerte en un pueblito de Cuba, Bejucal, después del auge, decadencia y extinción de sus lejanos dueños en Moscú, otro símbolo del paso del tiempo y del recambio de financistas extranjeros de la isla. El que paga, manda. Tus principios son los míos.
Las sospechas subrayaron una vez más la preocupación en Washington por el despliegue del poder chino en América Latina, más allá de la economía. Y no solo en dictaduras. Como es sabido, la inquietud se dirige a sectores clave, como bases satelitales, puertos y comunicaciones, que junto a los beneficios económicos conllevan, sin los debidos controles, un potencial agresivo.
Varios de estos proyectos logísticos tienen que ver con una exitosa fórmula de Pekín que fusiona, en amalgama indistinguible, lo civil y lo militar, debido al control o participación de las fuerzas armadas en las empresas, según explican quienes conocen los usos y costumbres del régimen comunista, en una iniciativa de expansión global que incluye su capítulo latinoamericano.
“Nos enfrentamos a una estrategia muy amplia, y recién en los últimos cuatro o cinco años Estados Unidos se dio cuenta de las consecuencias del poder económico mundial de China y de que se convirtió en un importante problema de seguridad nacional militar, no solo para nosotros, sino también para muchos otros países de Asia y del resto del mundo”, dijo a LA NACION el doctor Jonathan Ward, experto estadounidense en temas de la competencia global China-Estados Unidos, y autor del libro The decisive decade: American Grand Strategy for Triumph over China.
“Para América Latina, las consecuencias serían realmente una dependencia económica a largo plazo de China y la posibilidad de que China ejerza una influencia militar y diplomática significativa en el continente”, dijo Ward, quien comparó los métodos expansivos de Pekín con los imperios del siglo XIX. En esa línea de pensamiento, el Imperio Británico tenía, por ejemplo, el alcance global que ahora pretende China, que fue durante siglos un imperio que más bien le dio la espalda al mar.
Uso dual
Durante una audiencia legislativa en marzo pasado, dos altos mandos militares volvieron a alertar por el “uso dual” de instalaciones que controlan empresas chinas, ligadas a las fuerzas armadas, en una doble faz de ángeles y demonios. Si bien son contratos con fines civiles, nada impide que las obras vengan con segundas intenciones, insistieron los militares, tanto en bases de estudios espaciales como en puertos estratégicos. Lo mismo con la comunicación digital, propensa si se quiere al espionaje.
“Las autoridades militares norteamericanas alertaron sobre el aumento de puertos de propiedad o controlados por China en América Latina y el Caribe. Igual de preocupante es el creciente uso de China de estaciones satelitales terrestres en América Latina. El presidente Xi Jinping llamó a su país a convertirse en una potencia espacial, con un documento donde subraya cómo la industria espacial sirve a su estrategia nacional”, advirtió el Center for a Secure Free Society (SFS), con sede en Washington.
Otra entidad de investigación, el Center for Strategic and International Studies (CSIS), enumeró en un informe denominado Eyes on the Skies 11 instalaciones espaciales con participación china en América del Sur para dar cobertura al hemisferio sur. “Estas instalaciones constituyen un segmento de una red mundial de estaciones terrestres que mantienen las comunicaciones con los satélites a su paso por distintas regiones geográficas a lo largo de su órbita. Su proximidad a Estados Unidos ha acrecentado los temores de que puedan utilizarse para espiar activos estadounidenses e interceptar información sensible”, señala el reporte.
Como dijo Chema Gil, experto y director de estudios de seguridad del Instituto Superior Universae, consultado por Radio France International sobre la base cubana, “todas estas acciones de China y demás buscan ganar influencia, ganar espacio en cuanto a elaboración de inteligencia, ganarle a Estados Unidos pasos en su presencia mundial, inquietar al propio Estado norteamericano”.
Las inquietudes se relacionan en buena medida con la estación Espacio Lejano, en Neuquén, vista con atención por cuantos analistas extranjeros investigan la geopolítica del régimen chino de este lado del globo. Gestionada por el Control General de Seguimiento y Lanzamiento de Satélites de China, una entidad de la Fuerza de Apoyo Estratégico del Ejército Popular de Liberación, la base le da solo el 10% del tiempo de uso a los científicos argentinos. Pero el problema no es ese, sino la escasa o nula supervisión de las autoridades, poco menos que invitadas.
La estación de Neuquén utiliza tres bandas para recibir y recoger datos. Si bien “las tres bandas pueden utilizarse para transmitir datos relacionados con la investigación científica y las comunicaciones comerciales […] las bandas X y Ka suelen reservarse para uso gubernamental, que puede incluir la transmisión de información sensible”, dice el informe del CSIS .
Entre las instalaciones con capitales chinos que cita el CSIS figuran también El Sombrero, Venezuela, construido tras un contrato del gobierno con la China Great Wall Industry Corporation (CGWIC); La Guardia, Bolivia, que se comunica con el satélite TKSAT-1, también desarrollado por la CGWIC; y, de nuevo en la Argentina, dos proyectos en San Juan, el CART (China-Argentina Radio Telescope) y el Telescopio Láser Satelital, un proyecto de la Universidad de San Juan y los Observatorios Astronómicos Nacionales de China (NAOC).
Por agua
La noticia de la base china en Cuba se dio en simultáneo con la polémica por el puerto multipropósito que la Shaanxi Chemical Industry Group, tras acordar con las autoridades provinciales, se disponía a construir en Tierra del Fuego, en una obra que demandaría una inversión de 1250 millones de dólares. Entre denuncias, presiones y desmentidas, el proyecto del puerto amaga con naufragar, pero todavía no está dicha la última palabra.
El SFS destacó el posicionamiento estratégico de China en la región a través de unos 40 puertos, situados desde México a Perú, además de los centros espaciales situados en la Argentina, Brasil, Bolivia y Venezuela.
Juan Pablo Cardenal, editor del proyecto Análisis Sínico de Cadal, y autor del libro La silenciosa conquista china, dijo a LA NACION que es imprescindible entender que algunos de los proyectos chinos en América Latina y otras regiones tienen indudables implicaciones geopolíticas o para la seguridad nacional de los países receptores. Y dio como ejemplo el puerto peruano de Chancay.
“El puerto multipropósito de Chancay, al norte de Lima, es el hub portuario más importante del Pacífico al sur de Panamá y lo lleva una empresa china, Cosco. Realmente por su propia naturaleza es una instalación de uso dual. Dicen que va a ser un hub comercial, para el movimiento de mercancías. Pero eventualmente, si se le quisiera dar un uso militar, naval, reúne las características”, explicó.
“Y la empresa que construye y gestiona el puerto, Cosco, es un núcleo duro del régimen chino, no es una empresa naviera cualquiera”, añadió. La cuestión, subrayó Cardenal, es qué capacidad tendría el gobierno peruano de turno de decirle que no a China ante un eventual pedido fuera del uso previsto. “Ahí entran a jugar todas las dependencias que pueda tener un país determinado con el régimen comunista”.
Todos quieren atraer inversiones y tecnología. Parte del problema parece ser la letra chica de estos compromisos, un laissez faire de brazos abiertos, sin conocimiento de causa y sin condiciones a quienes traen el dinero, para que se manejen a su aire en enclaves aislados. Para que, una vez más, el que ponga la plata ponga las reglas. Sin discusiones.