Abrazado a dos salvavidas que para el kirchnerismo son anatema, el FMI y el campo, el ministro Sergio Massa confiaba en ir llevando la economía hasta las elecciones presidenciales con los sobresaltos de siempre, pero sin traumas, lo que el mercado rápidamente bautizó como el “plan llegar” o el “plan parche”.
Y tan confiado estaba el Gobierno en la muñeca política de Massa para manejar la situación que el 13 de noviembre del año pasado, en la semana previa al Mundial de Fútbol de Qatar y poco antes del lanzamiento del dólar soja II, la ministra de Trabajo, Kelly Olmos, dijo en una entrevista televisiva que primero había que ganar el Mundial y ver a Lionel Messi campeón con la selección, y que luego habría tiempo de ocuparse de la inflación.
Siete días después de aquella polémica frase de Olmos, por la que luego terminó pidiendo disculpas, el ministro de Economía subió la apuesta. No solo se estaba ocupando, sino que el objetivo era llegar a abril con una inflación del 3%, proyección -es cierto- que más tarde corrigió su viceministro, Gabriel Rubinstein, al aclarar que esa cifra, de lograrse, recién se vería hacia el final del año.
El resto es historia. A la ministra de Trabajo se le cumplió el deseo y la Argentina logró el título después de 36 años; la promesa de ocuparse de los precios, en cambio, resultó ser tan vacía como la “guerra contra la inflación” lanzada por Alberto Fernández el año pasado.
Presionado por el ala cristinista del Frente de Todos y las menguantes reservas del Banco Central, Massa empezó a matizar las definiciones market friendly de su llegada al Palacio de Hacienda con medidas al gusto kirchnerista. Así, en octubre reformuló el sistema de control de importaciones mediante el SIRA para hacer aún más restrictivo el acceso a las divisas y, dos días antes del pintoresco comentario de Olmos, presentó el programa Precios Justos, que fijó los valores de una canasta de 1700 productos por casi cuatro meses y puso tope a los aumentos del resto.
Semanas después lanzó el dólar soja II, una segunda mejora del tipo de cambio para fomentar las liquidaciones del agro. Sumar dólares y cuidarlos. Ese era el plan, el “puente” para pasar el verano y llegar hasta el segundo trimestre de 2023, tradicionalmente, el de mayor aporte del campo. Pero se agravó la sequía y los dólares necesarios para engordar las reservas y transmitir calma al mercado cayeron dramáticamente. Desde entonces, el IPC no dejó de subir y acumuló un alza del 45,5%. La aceleración es evidente: de 4,9% en noviembre pasado al impactante 8,4% de abril conocido hoy. En el medio, todos los meses tuvieron cifras más altas que el mes anterior.
A medida que la realidad se va rebelando contra las proyecciones, la desesperación del Gobierno aumenta y solo va quedando lo simbólico. Lo saben en las empresas de consumo masivo, donde dicen que los modales ya no son buenos como al principio de la gestión Massa. “La relación hoy está muy tensa; no hay compromiso con los costos y solo hay exigencias; pusieron un tope de 3,2% a los precios en los supermercados y los costos se mueven al 6%, igual que la devaluación”, dicen en una compañía líder ante la consulta. “Creen que las empresas funcionan con garrote”, concluyen. La Secretaría de Comercio atiborra su canal en Twitter con informes sobre inspecciones a supermercados y multas a empresas. La frecuencia suele crecer antes y después de cada difusión del IPC del Indec, igual que las críticas y amenazas del secretario Matías Tombolini. Todo parece orientado a satisfacer al cliente interno, el kirchnerismo duro que carga contra las compañías y quisiera ver un congelamiento de precios clásico. Números como el de hoy aumentan la presión.
En cambio, consultado esta semana en público ante un auditorio de empresarios, Massa responsabilizó por la disparada de los precios a la sequía, a la que definió como la peor de la historia, y -otra herejía para el dogma oficial- a la fuerte emisión monetaria de 2020 y 2021 para sostener la actividad durante la pandemia. Pero eso es solo parte del problema, tal como advierten los analistas.
Desde mediados de 2022, ya en pospandemia, distintas fuentes de emisión siguieron gozando de buena salud. Gabriel Caamaño, de la consultora Ledesma, señala que la financiación directa e indirecta total del Banco Central al Gobierno fue de 3,9% del PBI el año pasado y que en cuatro meses de 2023 ya está en el 1,6%. Por su parte, Jorge Vasconcelos, del Ieral, advierte sobre los pesos emitidos para el pago de intereses de las Leliqs y otros pasivos del Central. En los primeros cuatro meses de este año fue equivalente a más del 53% de la base monetaria, cuando en igual período de 2020 esa proporción era del 10,5%. La maquinita no descansa.
Los aumentos de tarifas de servicios públicos, la virtual indexación mensual de servicios y contratos privados, las corridas cambiarias y la incertidumbre electoral suman más complejidad al escenario de los próximos meses. Economía confía en dar “previsibilidad” con intervenciones en el mercado, para lo cual necesita de la ayuda del FMI.
En los últimos 100 años, el país llegó a los dos dígitos anuales de inflación por primera vez en 1933 y luego repitió en 1945 para iniciar un largo período inflacionario. Los tres dígitos se alcanzaron en 1959, según la serie contenida en el libro 200 años de economía argentina, de la Fundación Norte y Sur, y con la dirección de Orlando Ferreres. Salvo durante lapsos cortos, son 78 años sin poder domar el problema y contando. Sí, más del doble del tiempo entre que Diego Maradona y Lionel Messi levantaron la copa más codiciada del planeta fútbol.