La ubicación de ciudades y pueblos de nuestro país ha sido determinada muchas veces por cuestiones geográficas (un paraje con servicios naturales como agua potable o pastos), o económicas (una actividad, minera, agropecuaria), pero siempre se debía contar con buenas comunicaciones.
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Las comunicaciones entre las primitivas urbes podían ser trazados prehispánicos como el “camino del Inca” en el noroeste argentino con sus tambos (edificios y corrales equipados para chasquis/correos) ubicados estratégicamente o sendas y rastrilladas indias que inteligentemente vinculaban sitios. Estas últimas fueron formadas por el desplazamiento nómade de tribus que elegían para sus rutas sectores ideales, seguros, altos, con pastos, agua y evitando zonas de peligro (guadales, bajos, arenales, etc.). Muchos de estos caminos también fueron generados por animales en migración con su acertado sentido de ubicación y movimiento.
Las rastrilladas significaban que el indio cabalgaba arrastrando el extremo trasero de su lanza, la cual iba dejando un surco o rastro en el camino. Las huellas de los animales en arreo y estas marcas configuraban una tierra rastrillada, es decir un camino natural de uso frecuente. También se llamaron veredas indias, rutas, rumbos y sendas. Según Lucio V. Mansilla, “una rastrillada son los surcos paralelos y tortuosos que con sus idas y venidas han dejado los indios en el campo”.
Al decir del historiador Ricardo Sigal Fogliani, los indios eran excelente topógrafos naturales, ya que sus caminos, aunque a veces parecían caprichosos, siempre tenían su razón de ser (El fuerte Paz en la campaña al desierto, 2019).
Más tarde, aparecen en estos caminos, las “postas” y “dormidas” coloniales, lugares de recambio de caballos o bueyes y descanso de pasajeros. La ciudad de Pergamino, en la provincia de Buenos Aires, nace como “La dormida”, ya que en viaje desde Buenos Aires sin parar, era una etapa adonde se llegaba a la hora de descansar. (Enrique Barba, Rastrilladas, huellas y caminos, 1956). Muchas de estas construcciones civiles derivarían en ciudades.
Estas sendas y huellas naturales de pasto pisado, arena y piedras recibieron nombres como “camino de la costa, del bajo, del alto, del fondo, de los tehuelches, del médano, del desierto, del Norte, de las salinas, del Sur, de los Chilenos, de las Pampas”, etc. Fueron una autentica red vial y entramado caminero por donde circularon conquistadores, llamas y correos, guanacos y tribus indias, ejércitos y comerciantes, carretas y galeras, mulas, caballos y bueyes.
Algo parecido ocurrió en Europa donde hay autopistas y tendidos de ferrocarril que se sitúan en la traza de antiguas vías del imperio romano. En nuestro país, los ingenieros ingleses fueron los precursores en trenes, recurriendo a veces a los caminos ya establecidos, mejorando con tecnología moderna las ubicaciones y cotas de niveles. Todo el conocimiento informal de la geografía de la naturaleza que tenía el indio fue validado y perfeccionado. Se puede considerar a los pobladores originarios de nuestro país como los primeros urbanistas.
Con el tiempo, algunos de estos trazados primitivos se transformaron en rutas y autovías modernas (RN9 –antigua ruta a Perú-, RN7-camino de carretas a Mendoza y Chile-, RN5 –CABA a La Pampa-, RN3 a Patagonia, etc.), otros quedaron como una cicatriz de tierra en campos y potreros que, sin uso actual, son un vestigio del pasado.