Representantes de los hospitales Británico, Alemán, Austral, el sanatorio Mater Dei y todas las clínicas integrantes de la Adecra, la cámara que nuclea a los centros médicos privados, se encontrarán mañana para debatir la crisis del sector en general y un tema específico: qué tan viable es cobrar un diferencial a sus pacientes independientemente de la prepaga, algo que ya han empezado a hacer algunas, y de ese modo afrontar una crisis que lleva varios años y pone en riesgo el sistema: si no cambian las condiciones, la Argentina va a un colapso en la atención y es muy probable que en pocos años vire hacia un esquema de negocios distinto. Será el fin del servicio de salud privada tal como se la entendió hasta hoy.
El golpe de gracia puede haber sido el congelamiento en los precios de las prepagas que el Gobierno dispuso hace una semana y terminó de acordar el sábado, con el regreso de Héctor Daer, líder del sindicato de Sanidad, de un congreso de Nueva York.
La reunión más relevante se había hecho un día antes con la participación del ministro de Economía, Sergio Massa, y todo derivó en un compromiso que congela precios de octubre a diciembre, obliga a las prepagas a pagarles a los sanatorios la mitad de los costos, dispone aumentos salariales para los trabajadores y ofrece para las empresas un alivio fiscal con planes de pago hasta diciembre de 2025, es decir, hasta bien entrado el próximo gobierno.
“Lo cerramos por lo menos hasta octubre, vamos a ver qué pasa en las elecciones”, dijeron a este diario en una prepaga. Todo es precario. Y los menos convencidos al respecto son los centros prestadores, el eslabón más importante junto con los médicos, que vienen sufriendo una persistente pérdida salarial. El pionero en la disconformidad fue en estos días el Hospital Austral, que sorprendió el viernes con un comunicado en que alertaba sobre el cobro de adicionales. “Estimados pacientes”, encabezaba el texto, y anunciaba que, dada la situación económica, empezaría a exigir “bonos contribución al momento de la atención” según estos valores: a partir del lunes 4 de septiembre, cirugías ambulatorias, 15.000 pesos; cirugías sin internación, $20.000; internación, $20.000; partos o cesáreas, $20.000; hemodinamia programada, $10.000, y endoscopías, $10.000. Desde el lunes 11 de septiembre exigiría además $3000, para las consultas ambulatorias, y desde el lunes 18, $ 4000 para las consultas en emergencias.
Ese paso, a que se le sumaron otras clínicas y estaba conversado con varias del sector, envalentonó a algunos médicos. Por ejemplo, a los del Sanatorio La Trinidad de San Isidro, que reclamaron la misma medida en un comunicado difundido el domingo. “La alta inflación desde hace meses, la gran devaluación ocurrida hace unos días y el pago de nuestros honorarios con 2 o 3 meses de realizadas nuestras prácticas (consultas procedimientos diagnósticos/quirúrgicos), que, a modo de ejemplo, en las consultas médicas es de entre 1000 y 1500 pesos argentinos, equivalente a 2,5 dólares, hace que realmente sea inviable nuestra continuidad con la vocación la responsabilidad y el profesionalismo que hipocráticamente juramos al recibir nuestro título luego de muchos años de estudio”, dijeron.
Pero las prepagas no están de acuerdo. Y ayer, al cabo de una reunión en la que analizaron incluso dejar afuera de la cartilla a los prestadores que se hubieran sumado, empezaron a ejercer presión para revertir los copagos. “El Hospital Austral se apuró”, dijeron en una de estas empresas, y convencieron al prestador suspender la medida por una semana.
Los empresarios saben que el acuerdo a que llegaron con Massa no es definitivo y tampoco están seguros de poder cumplirlo. Claudio Belocopitt, presidente de la Unión Argentina de Salud, que había estallado de furia hace dos domingos, cuando las medidas lo sorprendieron en el exterior, volvió en ese momento de urgencia y tuvo varios encuentros esta semana. No bien se enteraron de que la pretensión del Gobierno era congelar los precios, las clínicas y sanatorios quedaron en encontrarse el martes, mientras alertaban a sus abogados de preparar recursos de amparo que hasta ahora no han presentado, pero que tampoco descartan.
La crisis de esta industria tiene varios años, pero se aceleró de manera dramática en los últimos dos meses. Cuando la economía no ajusta por precio, lo hace por volumen, y eso es lo que empezó a ocurrir en la medida en que los costos iban quedando muy por arriba de lo que los prestadores les cobran a sus pacientes. Las prepagas tienen otra capacidad. Por lo pronto, financiera: reciben las cuotas de sus afiliados en los primeros días del mes y pagan las coberturas a las clínicas a plazos de entre 30 y 90 días según la empresa, brecha que, a las tasas de interés actuales, les permite aprovechar el flujo en inversiones. El argumento de las prepagas es que siempre se trabajó así; el de los centros de atención, que eran mecanismos que se aplicaban cuando se facturaba en papel, con los tiempos que eso insumía.
La consecuencia más evidente de esta crisis impacta en los médicos, sector que viene retirándose hace tiempo de las cartillas. Es la razón por la que cada vez se hace más difícil conseguir turnos. Según una encuesta de la Confederación Médica de la República Argentina, hasta junio, un 15% de los profesionales había renunciado este año ya a atender por prepaga, y los especialistas estiman ahora que la cifra podría superar el 35%.
En las prepagas dicen que sólo se van los profesionales más experimentados. Pero una simple recorrida por los consultorios deja entrever un déficit cualitativo: se van los que, al ser los más requeridos, tienen la posibilidad de cobrar por fuera del sistema.
Todo parte de los bajos salarios que, a veces, empujan a los más jóvenes a probar suerte con las cirugías estéticas o, como dicen en la jerga, a mudarse “a la industria”. Es decir, a los laboratorios. Un médico que trabaja en una clínica líder cobra por una consulta entre 1500 y 2400 pesos. El sueldo de un jefe de Servicio de un sanatorio líder de la ciudad de Buenos Aires orilla los $ 700.000 netos por mes. “Es obvio que no vive de eso, lo hace porque le da prestigio”, dijo el director de uno de estos centros de atención. Si tuviera que vivir sólo de lo que le reporta una prepaga, por ejemplo, un cirujano traumatólogo empleado de un hospital recibiría 50.000 pesos por una cirugía de rodilla. Por un parto, alrededor de 85.000. Y por una neurocirugía, operación complejísima, están pagando 70.000 pesos. “Hace tiempo que los cirujanos van por afuera”, dicen en el sector.
La distancia entre costos y precios es cada vez más amplia. A julio, según datos del sector, los sanatorios necesitaban subir las prestaciones un 35,7% para llegar al equilibrio. Tal como publicó en LA NACION Fabiola Czubaj, una encuesta que hizo el año pasado la Agremiación Médica Platense indicó que alrededor de uno de cada cuatro médicos (26,4%) convivía con fatiga extrema.
En el compendio de estas tribulaciones habría que incluir a los psicólogos, algunos de los cuales han empezado a ensayar una salida rápida: ya anunciaron por WhatsApp a sus pacientes no sólo que no atienden por prepagas, sino que, desde septiembre, el valor de una consulta será de diez dólares. “Con la cotización del blue”, aclara el texto. Clima de época.