América Latina y la Unión Europea buscan revitalizar sus relaciones; ambas lo necesitan. Una intenta salir de una década de bajísimo crecimiento, tumulto social, pobreza y pandemia. La otra, obligada por la guerra en Ucrania, necesita reforzar su posición geopolítica y asegurarse nuevas fuentes de energía y alimentos.
Sin embargo, como mostró la cumbre que, a mediados de julio pasado, las reunió a una y otra en Bruselas reanimar el vínculo puede ser más difícil de lo que una y otra creen. Además de intereses divergentes dentro y entre cada bloque, la relación sufre por los prejuicios que la rodean en cada lado del Atlántico, según detectó el informe “¿Por qué importa América latina”, elaborado por el Real Instituto Elcano, uno de los centros de investigación más importante de España.
“Hay una idea muy presente en Europa de que América Latina no es un socio fiable”, dice, en una entrevista con LA NACION, Carlos Malamud, investigador principal del Instituto, catedrático en Historia y uno de los autores del informe, que busca desarmar con datos esos prejuicios.
–¿Cuáles son los prejuicios que afectan la relación entre América Latina y Europa?
–Hay prejuicios dentro de América Latina y dentro de Europa. La percepción de muchos latinoamericanos es: “somos un desastre político”, “somos un fracaso económico”, “Europa y Estados Unidos nos han abandonado, y se lavan las manos, se van del continente y China se está convirtiendo en el actor hegemónico”, “las empresas europeas también se están yendo”. Esos son los cuatro prejuicios y forman parte del relato tanto latinoamericano como fuera de América Latina. En Europa, ese relato se ve acompañado de un cierto cansancio frente a la imagen tradicional de América Latina, centrada en la pobreza, la desigualdad. Hay bastante saturación, pero las decisiones se siguen tomando, las decisiones político-económicas en buena medida se siguen tomando en relación con esas cuestiones. Por ejemplo, no es infrecuente escuchar quejas de los latinoamericanos en el sentido de “bueno, a nosotros nos exigen cosas por parte de Europa que a los africanos no les exigen”.
–¿Para Europa, América Latina es todo lo mismo o se distingue entre países?
–Sí, sí se hace. Quizás la hacen más las empresas que los gobiernos. Por ejemplo, cuando las empresas españolas empezaron a desembarcar en América Latina, la idea era “vamos a invertir en América Latina”. El terreno para la inversión era toda América Latina, hoy eso ya no existe. Hoy las empresas invierten en Brasil, en México, en Chile, en Perú, en Colombia. Pero esa discriminación se hace y en el caso de los gobiernos también; quizás el que menos discrimina por los motivos diversos sea España. En España hay una especie de criterio de café para todos, es decir, de tratar a todos por igual, no sea cosa que si trato mejor a B se me enoje A. Pero fuera de España sí hay también una discriminación por distintos motivos. Hay países europeos que están más presentes en América Latina por motivos históricos o culturales, otros por motivos económicos, otros por motivos demográficos y de colonias de inmigrantes.
–¿Y en esa discriminación cómo queda la Argentina?
–Depende de cómo y para qué. En la sociedad española, por ejemplo, la Argentina es muy bien recibida. No solo porque están llegando y siguen llegando grandes flujos de argentinos, sino porque también el movimiento de gentes en ambos sentidos es constante. En el mundo de la cultura, el cine, la música, es permanente. Y en líneas generales es decir, según algunas encuestas, hay un buen reconocimiento una buena valoración por parte de la sociedad española de los argentinos. En parte por un hecho no trivial de las colonias de españoles en la Argentina son muy nutridas, pero también son muy nutridas ahora las colonias argentinas de España.
–Dentro del liderazgo de la Comisión Europea hay una voluntad de sacar el acuerdo con el Mercosur adelante, pero en algunos países no, por ejemplo Francia, Países Bajos, Polonia. ¿Esos rechazos están condicionados por estos prejuicios marcados por el informe o por las necesidades internas de los gobiernos?
–El prejuicio se alimenta especialmente del desconocimiento. Entonces, ¿cuán instalados están estos prejuicios a la hora de tomar las decisiones? Yo creo que el prejuicio es previo a la toma de decisiones. Por ejemplo, en Francia, los campesinos franceses dicen “la competencia con el Mercosur va a ser fatal, van a destruir todas nuestras explotaciones, lo poco que tenemos, van a acabar con nosotros”. En un país como Francia donde el voto agrario es muy importante sobre todo si las elecciones son muy reñidas. El poder político toma su decisión también en función del estado de la opinión pública. Y eso pasa en Austria, pasa en Irlanda o pasa en Francia, donde el mundo rural tiene un peso clave.
–Hay una parte del informe en el que ustedes advierten que el gran desafío de América Latina es volver a crecer para asegurar el desarrollo y evitar nuevas pujas distributivas, que son parte de las razones que tensionan a la región en los últimos años. Las proyecciones de crecimiento para los próximos son planas. ¿Cómo se hace para salir?
–Por un lado en el informe se insiste en dos cuestiones que me parecen muy importantes. Y está vinculado con eso que hablábamos antes sobre alcanzar el nivel de los países o de las economías más desarrolladas. América Latina es la única región del mundo emergente que busca llegar a esos estándares de desarrollo a partir de la democracia. Y no de sistemas autoritarios porque hay excepciones, pero digamos el mainstream pasa por la democracia. Eso en primer lugar. En segundo lugar, lo que es importante es que el estado actual económico, y por lo tanto también la situación política actual, tiene que ver más con cuestiones coyunturales que estructurales. Y una vez que el contexto internacional cambie y que se recupere el crecimiento, la centralidad democrática va a volver a instalarse porque hay criterios que lo hacen posible. Sobre la situación más estrictamente económica, pues evidentemente las bases están sentadas. Ahí digamos, hay una solidez macroeconómica, hay una solidez del sistema financiero, hay una estabilidad en general en relación con la inflación, por ejemplo. Prima la independencia de los bancos centrales; hay un caso que se analiza en el informe que me parece importante y es el tema de las crisis externas, es decir, entre 1974 y 2003 una de cada tres crisis internacionales tuvo su origen en América Latina. De 2013 en adelante, una de seis, entonces América Latina pasa de ser el actor protagónico a ser un actor secundario. Es decir que las condiciones están. Algunos países las han sabido aprovechar mejor que otros. Evidentemente la coyuntura actual marcada por la pandemia y marcada por la guerra de Ucrania pasa factura, pero en el mediano plazo, países como Chile, como Panamá o como Paraguay, pues han tenido un crecimiento importante y otros como Venezuela han decrecido.
–Hay una crisis que está erosionando la democracia, que es el avance y la transnacionalización del crimen organizado y los Estados paralelos que ese crimen organizado va construyendo. ¿Cuánto conspira ese fenómeno contra el crecimiento que necesita América Latina?
–También afecta a la salud de Europa. Hay intentos que vienen de mucho tiempo atrás de crear marcos de cooperación o de mayor cooperación entre Europa y América Latina. Tampoco han dado demasiados resultados, pero hay algunos mecanismos que insisten en recorrer ese camino. Pero muchas veces eso choca con los prejuicios latinoamericanos en torno a la soberanía. Y ese es un drama desde todo punto de vista. Lo vimos en la pandemia, cada país hacía la guerra por su cuenta, no había ningún marco de colaboración para nada, ni para comprar vacunas ni para hacer experimentos.
–¿A qué atribuye esa falta de cooperación ante situaciones extremas como una pandemia o el avance de la transnacionalización del narco?
–Por un lado, a la fragmentación. En este momento América Latina es una región totalmente fragmentada. Entonces, alcanzar los más mínimos consensos sobre la agenda regional o internacional es prácticamente imposible. Y hoy eso va más allá de las afinidades políticas o ideológicas. Yo siempre digo que en relación con el fracaso de la integración latinoamericana hay tres grandes causas, dos excesos y un déficit. Los excesos de retórica: discursos tipo “América Latina no se integra porque no la dejan Estados Unidos, la Unión Europea, el imperialismo”. Todo eso está reforzado por la diplomacia presidencial; es decir, los únicos que saben y que tienen la capacidad de decidir más allá de la diplomacia, de los expertos, etcétera, etcétera, son los presidentes. Todo el poder al presidente. Y ese exceso de retórica, por ejemplo, impide plantear una pregunta esencial para avanzar en la integración latinoamericana y que es: cuando hablamos de integración regional ¿a qué nos referimos? ¿qué queremos integrar? ¿queremos integrar América Latina o queremos integrar América del Sur? El segundo exceso es el exceso de nacionalismo. Y esto viene de los tiempos fundacionales y el exceso de nacionalismo lo que impide es avanzar en cuotas de soberanía en instancias supranacionales que son claves para que cualquier proceso de integración regional avance. Y luego el déficit, que es el déficit de liderazgo. A mí comparar la integración europea con la latinoamericana no me gusta, entre otras cosas porque provoca melancolía y eso nunca es bueno. Pero en el proceso de integración europeo, el eje franco-alemán fue fundamental mientras que en el proceso de integración latinoamericano no hay el más mínimo acercamiento entre Brasil y México. Itamaraty y Tlatelolco viven peleados. Los dos coinciden en un punto de decir “somos pobres, no tenemos dinero para invertir en el liderazgo de un proyecto de esta naturaleza”.
–¿Cuánto afecta ese déficit de liderazgo regional la relación con el mundo?
–Con Europa, condiciona la relación totalmente. Uno de los dramas del momento actual a la hora de potenciar la relación bilateral de Europa-América Latina es que el único instrumento que tiene América Latina para negociar avanzar en esas relaciones es la Celac. Y la Celac es lo que es…
–El año pasado, cuando Lula ganó, Europa se ilusionó con que encontraría nuevamente un interlocutor. Ahora no parece tan segura Europa…
–El problema fueron las expectativas. Es verdad que había que salir de Bolsonaro y Lula era el único que podía salir de Bolsonaro, pero se pusieron demasiadas expectativas en que Lula iba a restaurar la centralidad de Brasil, en el acercamiento con Europa y en la recuperación de una política medioambiental equilibrada. Las respuestas como las de Lula, por ejemplo, a la invasión de Ucrania pues no ayudan en absoluto y refuerzan un poco la idea que está muy presente en Europa de que América Latina no es un socio fiable. Un anterior presidente del Instituto [Elcano] decía que, en temas internacionales, América Latina ni está ni se la espera. Esto apuntaba a explicar que el compromiso latinoamericano con el mundo global es mínimo. De alguna manera la respuesta latinoamericana a la guerra en Ucrania viene a avalar esta idea.
–Pero la guerra impactó mucho sobre todo en la Argentina, por ejemplo. El impacto económico de Ucrania fue demoledor.
–Sí, sin duda. Yo siempre pongo el ejemplo de durante la Guerra de las Malvinas, el presidente del gobierno español, Leopoldo Calvo Sotelo, visitó el Campo de Gibraltar. Fue con una corte de periodistas, que le preguntaron: ‘Presidente, ¿va España a tomar partido en apoyo de Argentina contra los ingleses en defensa de las Malvinas? ¿No es un problema como el de Gibraltar la soberanía?”. Y Calvo Sotelo miró el piñón, lo señaló y dijo: “Miren, este es un problema distinto y distante”. Para América Latina, Ucrania es un problema distinto y distante.