El comienzo formal de la campaña electoral en los medios de comunicación trajo menos sorpresas que confirmaciones de hipótesis y presunciones. Los mensajes negativos contra los adversarios les ganan por goleada a las propuestas en las primeras acciones. Y en ese terreno el oficialismo arrancó con ventaja.
La asimetría de la disputa interna en las PASO de Unión por la Patria, entre Sergio Massa y Juan Grabois, les facilita la tarea a estrategas y precandidatos oficialistas para la construcción de su narrativa, a pesar de la crisis económica y la insatisfacción social que lo golpean .
Los spots de UP sobreactúan la aparente, precaria y electoralista unidad, tras el caótico cierre de listas, frente al encarnizado enfrentamiento que se registra en el interior de Juntos por el Cambio, entre los sectores que se alinean detrás de Horacio Rodríguez Larreta y Patricia Bullrich.
Así, aunque no pudieron disimularse incomodidades y ninguneos mutuos, la inauguración formal del Gasoducto Néstor Kirchner, que, al fin, logró reunir ayer al presidente Alberto Fernández, a la vicepresidenta Cristina Kirchner y al ministro precandidato Massa, fue la consagración de las piezas propagandísticas lanzadas por el sector mayoritario (u oficial) de la UP.
Se trata de amables tráileres de presentación en los que los representantes de las distintas facciones comparten sonrisas y actúan empatía con ciudadanos comunes de la “patria”. Massa; su compañero de fórmula, Agustín Rossi, que atenúa lejanías con el universo kirchnerista, y el camporista jefe de campaña Eduardo de Pedro son los protagonistas, obviamente no en su función de ministros, sino en el papel de candidatos.
Se trata de un aperitivo para concentrar energías en discursos en los que predomina la instalación del miedo a cualquier cambio que propongan o representen sus rivales externos, a los que se demoniza como gestores de un plan de exclusión y represión.
Es esa la herramienta elegida para disimular la imposibilidad de defender la obra de un gobierno fallido, del que nadie se hace cargo. La idea fuerza del oficialismo podría ser “ni continuidad ni cambio”. Puro statu quo. No toquen nada, que todo puede romperse. No importa que suene demasiado conservador para un proyecto que alguna vez quiso ser visto como revolucionario. Tiempos de austeridad y signos de fin de ciclo.
En el horizonte electoral de Massa y de todo UP aparece el 13 de agosto, fecha de realización de las primarias, que figura como un día de trámite interno, pero de dura competencia externa.
Los rivales son los de afuera y la certeza de que el oficialismo corre la carrera electoral de atrás extrema la necesidad de mostrar unidos a todos los sectores tanto como la de limar el potencial de los adversarios cambiemitas. Alinear a los militantes y votantes detrás del candidato originalmente más lejano del cristinismo mayoritario, a cuyos militantes Massa hace rechinar los dientes, no es fácil. La fórmula presidencial necesita ser la más votada individualmente para no quedar rezagada en la disputa entre fuerzas partidarias, en la que las encuestas pronostican (hoy) que JxC será la que reunirá más votos.
Antes esas circunstancias, el ministro candidato está dispuesto a ir tan lejos como las circunstancias lo demanden, aun a riesgo de quedar pegado hasta a los casos de corrupción del kirchnerismo más emblemáticos y más repudiados socialmente.
¿Negativa o sucia?
A pesar de que les dice a propios y extraños que no le cambiará la vida si pierde la elección general, Massa también les demuestra a diario que está dispuesto a dejar al menos buena parte de esa vida en el intento. Incluidos algunos viejos lazos afectivos.
“Si Horacio (Rodríguez Larreta) hace campaña en el convento al que José López llevó los bolsos llenos de dólares, yo voy a ir la semana que viene al acto por los 100 años del nacimiento de René Favaloro y voy a decir que otros no pueden estar ahí”, dijo a varios interlocutores el viernes último, mientras se jactaba de haber (literalmente) apretado con información reservada a los empresarios del transporte a los que acusaba de haber propiciado el paro de colectiveros. Que quede claro: todo vale.
Para Rodríguez Larreta, cualquier vinculación con el suicidio del héroe contemporáneo de la medicina argentina es una de las acusaciones más inaceptables y más dañinas que se le pueden hacer de su paso por la alta dirección del PAMI a fines de los años 90 y de su carrera política en general.
Massa lo sabe y sabe, por lo tanto, dónde golpea al sacarlo a relucir. Es amigo del jefe de gobierno porteño desde aquella época en la que el duhaldismo los cobijaba. Pero en campaña electoral el concepto de fair play tiene significados muy particulares para el precandidato de UP. Esa es la línea por la que van a correr los próximos meses.
Ayuditas de los cambiemitas
También es cierto que los creativos de UP no necesitan hacer demasiado esfuerzo para concretar su tarea de demonización de los adversarios y sus proyectos para un próximo gobierno.
Como si no les sobraran entrenamiento y predisposición a los principales referentes del perokirchnerismo a la hora de hacerse cargo de los roles de chicos malos que actúan de párvulos inocentes para mostrar que los malos son los otros, la oposición cambiemita les facilita aún más el trabajo.
En muchos casos, los precandidatos del kirchnerismo solo tienen que ponerle música a la letra que ya escribieron y difundieron en la interna de Juntos por el Cambio.
Es lo que hicieron anteayer dos halcones sin frenos del oficialismo como Axel Kicillof y Gildo Insfrán cuando dramatizaron sobre la llegada de un eventual gobierno de la actual oposición y pronosticaron “asesinatos” y “derramamiento de sangre”.
Lilita Carrió ya había anunciado algo muy similar hace exactamente un mes cuando, para abortar un acercamiento de Mauricio Macri y Patricia Bullrich a Javier Milei, había dicho que eso llevaría a un programa de “ajuste muy brutal sobre las clases medias” y a imponer “un orden en el que hay que reprimir hasta matar si es necesario, violando los derechos humanos”.
A juzgar por los resultados, Carrió parece haber sido mucho más escuchada por los kirchneristas que por sus adversarios cambiemitas, a los que les dirigió el anatema.
Sin lugar para tibiezas
Los flamantes spots de Bullrich refuerzan su identidad y perfil tanto como alimentan prejuicios ajenos.
Con ejes claros en el orden, la fuerza y el coraje, la narrativa plantea primero con quiénes no se puede dialogar antes que con quiénes va a construir.
Entre los excluidos y criticados no solo están quienes representan al oficialismo. También es muy fácil advertir como contradestinatario de su planteo a su rival Rodríguez Larreta y quienes lo representan en las listas.
Así rechaza o relativiza el consenso como herramienta para terminar con los problemas más profundos del país, “porque no estamos viviendo en un país normal”, y se propone maximalismos sin matices. “Si no es todo, es nada”, concluye después de decir que “el cambio va a tener que defenderse más en la calle que en la teoría económica”. De acuerdos parlamentarios o políticos no hay mención. Ella acelera a fondo y avanza vertiginosamente en línea recta, como se la muestra sobre un auto deportivo en otro de los spots lanzados ayer.
Para Bullrich, toda su agenda y sus energías se concentran en el 13 de agosto, cuando dirimirá en las urnas la disputa con Larreta, a la que le ha dedicado casi todo su foco en el último año y medio. Eso la llevó a emparejarlo o superarlo en las preferencias de los votantes (según quién mida), después de haber arrancado en manifiesta desventaja contra quien hace apenas 18 meses aparecía como el presidente más probable. Los últimos sondeos son motivo de inquietud y mucho trabajo para el equipo del jefe de gobierno porteño y de cierta euforia para la exministra de Seguridad de Mauricio Macri.
Por eso, la campaña de esta refuerza su nítido perfil de dureza. De ahí no se bajará. Muchos menos de cara a las PASO. Es su distintivo y su activo.
Hace un año, el consultor Patricio Hernández empezó a medir dirigentes en función de cuán nítida era su identidad, para lo cual definía “que un político tiene un elevado nivel de nitidez cuando podemos agrupar las sensaciones o emociones que provoca en el electorado en pocas etiquetas”. Es decir, una forma fácil de clasificarlos y elegirlos, que era lo que parecían privilegiar los votantes.
En esas mediciones los políticos “más nítidos eran (y son) Cristina Kirchner, Mauricio Macri, Patricia Bullrich, Javier Milei y Axel Kicillof”.
En un segundo escalón, en cuanto a nitidez, quedaban aquellos para los cuales los consultados necesitaban entre cinco y diez etiquetas para definirlos.
Ahí aparecían Massa y Larreta. Ambos compartían la etiqueta “ambiguo”, aunque el cambiemita sumaba a ese calificativo tres etiquetas positivas y una neutra, mientras que el ministro candidato reunía dos neutras y dos negativas, señala Hernández. De todas maneras, el ministro de Economía empezó a sumar puntos en una etiqueta clave como la de “presidente”, que en su caso supera a la de “ventajita”, aunque por poco.
A Larreta la falta de nitidez; sin embargo, no parece haberle modificado la orientación de su campaña, al menos en el lanzamiento. Su mira sigue pareciendo más posada en el 22 de octubre, fecha de la elección presidencial, que en la interna, aunque su equipo sigue buscando cómo hacer pie para la eliminatoria del 13 de agosto.
Así, reafirma la idea de ampliación de la base de sustentación más allá del núcleo duro de Pro y de los halcones de Juntos por el Cambio, como lo expresó en la conformación del binomio presidencial con Gerardo Morales y en la conformación de las listas de candidatos, en las que ubicó en lugares claves tanto a liberales, como José Luis Espert, como a peronistas, como Miguel Pichetto.
Al mismo tiempo, Larreta endurece su discurso frente al oficialismo y el populismo en general, aun a riesgo de resultar forzado y de subrayar la falta de nitidez de su figura.
Su desafío será lograr que la amplitud sea más valorada que la dureza. Sin margen para el error. Y en un contexto que tiende a endurecerse.
Por ahora, el comienzo oficial del proceso electoral muestra que la campaña negativa (y hasta sucia) es más potente que la propositiva. Ahí el oficialismo arrancó con ventaja.