Aunque nadie lo dice en voz alta, Occidente no ve la hora de que se termine la era de Erdogan

PARIS.- En Occidente, nadie lo duda: una victoria de Recep Tayyip Erdogan sería una victoria para Vladimir Putin y para todos los demás autócratas del planeta. Por el contrario, la derrota del presidente saliente turco frente al líder de la oposición, Kemal Kiliçdaroglu, sería una excelente noticia para los occidentales, comenzando por los europeos. Pero en Bruselas, París o Berlín tanto como en Washington, la discreción fue permanente durante toda la campaña, para no suscitar la cólera del “reis” interfiriendo en la justa electoral.

“El resultado de esta elección presidencial es fundamental para Turquía. Si Erdogan gana, el país asumirá una posición 100% autoritaria. Y los derechos humanos, los derechos de las mujeres, el Estado de derecho, que son temas centrales para reactivar las relaciones políticas entre ese país y la UE, serán todavía más violados”, asegura Seda Gurkman, profesora en la universidad holandesa de Leyde.

La hipótesis de una alternancia en Ankara, mucho tiempo ilusoria, fue tomada muy en serio, incluso deseada, a pesar de las dudas persistentes en cuanto a la legalidad de los comicios de este domingo, así como sobre la reacción del líder islamo-conservador en caso de revés en las urnas. La crisis económica caótica del reciente terremoto en el sudeste del país y la fatiga de una parte del electorado hacia un poder cada vez más autoritario daban esperanza a la coalición de oposición conducida por el jefe del Partido Republicano del Pueblo (CHP, kemalista).

“Si los electores turcos llegaran a desalojar a Erdogan de su palacio presidencial, sería un giro geopolítico de primera importancia”, declaraba hace pocos días la ex ministra española de Relaciones Exteriores, Arancha González, decana de la Escuela de Relaciones Internacionales de Sciences Po París.

Si bien Kemal Kiliçdaroglu no piensa sacrificar los lazos económicos con Rusia, ni renunciar a la central de Akkuyu, primera central nuclear turca construida en colaboración con Moscú, el líder progresista pretende “normalizar” sus relaciones con sus socios occidentales. Esa promesa podría ser normal para todo dirigente de un país miembro de la OTAN, del G20 y candidato a la Unión Europea (UE), sumergido en trabajosas negociaciones de adhesión, suspendidas desde 2018 debido a la deriva autocrática del actual presidente. Pero tampoco será nada evidente tras las dos décadas de Erdogan en el poder, durante las cuales el autócrata turco puso a prueba una y otra vez las relaciones con sus homólogos occidentales, yendo hasta calificar a la ex canciller alemana Angela Merkel de “nazi” o a preguntarse sobre la “salud mental” de Emmanuel Macron.

La guerra en Ucrania dio una buena idea del doble juego de la Turquía de Erdogan. En ese conflicto que logró unir a todos los miembros de la OTAN, Ankara condenó la invasión, entregó drones a Kiev y cerró los estrechos hacia el mar Negro a la flota rusa, pero sin aplicar las sanciones adoptadas contra Moscú por las capitales occidentales.

Estas últimas consideran incluso que Turquía se convirtió en el sitio de paso para evitar las medidas tomadas contra Rusia, ya que el intercambio entre ambos países aumentó en forma vertiginosa entre ellos.

Las advertencias se multiplicaron. Los turcos comenzaron a tomar conciencia del problema, pero deben unir los actos a las palabras”, señala un diplomático europeo.

“En la actual situación, lo esencial para los europeos, como para el conjunto de los occidentales, es la relación de Turquía con la OTAN, en relación a las que mantiene con Rusia”, observa Marc Pierini, investigador asociado del Carnegie Europa y ex embajador de la UE en Ankara.

“Dos cuestiones siguen abiertas: ¿Turquía va a aceptar participar en las operaciones de refuerzo del flanco este de la OTAN? ¿Qué hará con los misiles rusos? El envío de Moscú de una batería de misiles S-400 a Erdogan abrió una brecha en la defensa antiaérea de la Alianza Atlántica. En represalia, Ankara fue excluida del programa de aviones furtivos norteamericanos F-35.

Erdogan es uno de los raros dirigentes de la OTAN que no ha tomado ninguna medida para reforzar la seguridad del flanco este de la organización frente a las amenazas rusas. Desde el comienzo de la invasión rusa a Ucrania, se esmeró particularmente en bloquear la adhesión de Suecia a la Alianza. Por el contrario, la oposición turca estaría dispuesta a ratificar lo antes posible esa ampliación, según fuentes suecas.

“Si Erdogan pierde y acepta perder, las cosas podrían cambiar radicalmente. En ese caso, deberíamos reactivar las relaciones con Turquía”, dice una fuente diplomática, expresando su deseo de que la UE adapte su respuesta a la amplitud de la “renovación democrática” anunciada por una oposición preocupada por restaurar el Estado de derecho, después de las derivas de la era Erdogan.

Por el momento, nadie piensa reactivar las negociaciones de adhesión a la UE.

“La integración de Turquía sería necesaria desde una perspectiva geopolítica y posible en el plano económico. Pero es muy difícil en el plano político, debido a la oposición que suscita en ciertos países miembros. Es imposible decir sí o no”, afirma Arancha González.

No obstante, los 27 podrían proponer modernizar la unión aduanera que los une hace mucho tiempo a Turquía para ampliarla a los servicios. Incluso liberalizar las visas y asociar a los turcos a ciertos proyectos energéticos en el mar Mediterráneo, a fin de contribuir a reducir los contenciosos actuales con Grecia. Sin olvidar eventuales cooperaciones en el marco de la Comunidad Política Europea, cuya próxima cumbre, el 1° de junio en Moldavia, será la primera cita después de las elecciones turcas.

En todo caso, no es un secreto para nadie que los occidentales sueñan que esa sea la última vez que tengan que cruzar a Recep Tayyip Erdogan ese día o la primera que acojan a su sucesor, tres días después de una eventual segunda vuelta.

“En este último caso, los temas seguirán siendo difíciles, pero el clima será sereno”, espera Marc Pierini. Sin olvidar de subrayar las dificultades previsibles sobre Siria, ya que la oposición se aprestaría a reconocer el régimen de Bashar Al-Assad contra la opinión de los europeos, con el fin de deshacerse de los millones de refugiados sirios que viven en Turquía.

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