Aprender liviano: claves y métodos para llegar al status de “amateur experto”

A la hora de aprender una habilidad, un deporte, un pasatiempo o lo que sea, hay una noticia mala y dos buenas. Empecemos por la mala: la curva de aprendizaje arranca con una pendiente tan escarpada (un “muro de frustración”) que se traduce en que nueve de cada diez personas que lo intentan, abandonan. Por ejemplo, se estima que solo un 5% de quienes alguna vez tuvieron en sus manos un cubo Rubik (el “cubo mágico”) lo armaron con éxito.

Pero hay buenas noticias también. Una es que muchos de los escollos con los que nos topamos en la subida al primer muro de frustración tienen que ver con fantasías y trampas mentales, más que con nuestra capacidad real de avanzar. Un maestro que de chicos nos dijo que no somos buenos en matemática, padres poco entusiastas para acompañar el aprendizaje, o simplemente autoboicots: barreras que nos decimos y construimos alrededor de nosotros mismos. La otra buena noticia es que quienes estudian en detalle el “metaaprendizaje” (cómo aprendemos) remarcan que hay métodos y secretos para superar esta muralla inicial.

El premio es grande y no se trata de convertirse en un especialista, sino de llegar a un punto tal en el que disfrutemos el proceso de seguir mejorando. Volverse lo que el pedagogo David Perkins llama “un amateur experto”.

En su libro Educar para un mundo cambiante, Perkins dice: “La educación hoy debería apuntar a un amateurismo experto más que a la especialización. El amateur experto es alguien que entiende los aspectos básicos de alguna disciplina y los aplica con seguridad, corrección y flexibilidad”.

El autor escribió eso antes del boom de ChatGPT, pero está claro que el método para aprender nuevas habilidades se volvió aún más crucial para los seres humanos en esta era de expansión de la inteligencia artificial generativa.

“El amateur experto es alguien que entiende los aspectos básicos de alguna disciplina y los aplica con seguridad, corrección y flexibilidad”

La bióloga y especialista en temas de educación Melina Furman citó a Perkins en una presentación sobre “aprender liviano”, que hizo semanas atrás en el ciclo “Aprender de grandes”, que dirige desde hace siete años Gerry Garbulsky. Ante 500 personas en el C3, Furman contó cómo durante su licencia médica aprendió a tejer crochet e invitó al auditorio a practicar los movimientos básicos de la técnica.

La idea disparó una conversación en redes. “El objetivo no es convertirnos en profesionales de eso nuevo que aprendemos, sino capturar su esencia. Y eso nos permite participar, disfrutar y entender una parte del mundo que antes nos era ajena”, comentó Garbulsky, quien también advirtió que hace mucho que no “aprende liviano”. “Antes lo hacía más –contó–; entre los 25 y los 30 años aprendí malabarismo muy básico, fotografía en blanco y negro y los rudimentos de la navegación a vela. Pero tengo menos ejemplos recientes”.

Walter Sosa Escudero, economista y colaborador frecuente de esta sección, es un fanático en esto de encarar caminos hasta volverse un “amateur experto”.

“Aprender liviano es aprender porque sí: nos nutre, nos permite asomarnos a mundos nuevos porque nos ayuda a ampliar nuestro universo. Es como jugar por jugar. No nos importa hacerlo perfecto; nos enfocamos en el disfrute del proceso y no en llegar a un destino”, dice Sosa Escudero. En los últimos años el economista aprendió fotografía, caligrafía, física, geografía, cocina, geometría diferencial, estructuras con compás y regla, yoyó, etcétera. Juega muy bien al yoyó, escribe bien y rápido en letra gótica, arma cosas “muy raras” con regla y compás y lleva recorridos cientos de ríos con Google Earth. Pasó todas las mañanas de enero en el mismo café leyendo un libro de álgebra, y pronto quiere hacer lo mismo con uno sobre teoría de los números. “Estoy todo el tiempo estudiando cosas en forma sistemática y jamás (lo subraya) me pregunto para qué me sirven”.

Años atrás, el divulgador estrella Malcolm Gladwell popularizó el concepto de las “10.000 horas” supuestamente necesarias para volverse un experto en algo: ajedrez, violín, lo que sea.

“La economía del comportamiento tiene estudios que muestran que los seres humanos somos muy malos para predecir qué nos va a hacer felices”

Para el escritor Josh Kaufman hace falta mucho menos tiempo para convertirse en un entusiasta y disfrutar de una nueva disciplina. La clave, para él, está en seguir algunos pasos muy concretos, que pueden parecer obvios pero que, a menudo, no se tienen en cuenta.

Su libro sobre el tema se llama Las primeras 20 horas. El autor había escrito antes otra obra muy vendida, El MBA personal. Las primeras 20 horas, que estuvo tres meses primera en los rankings de ventas en la categoría de autosuperación en los Estados Unidos, encierra una promesa irresistible para personas de mediana edad y con poco tiempo y una lista larga de cosas “que les gustaría saber hacer algún día”: que la gran mayoría de las habilidades –a las que Kaufman distingue del “conocimiento”– pueden adquirirse en un nivel aceptable –tal que sean disfrutables y se empiecen a ejecutar en forma más “automática”– con 20 horas de práctica, si se siguen determinados principios.

La planificación y la investigación previa, elegir un proyecto que apasione, no encarar dos aprendizajes a la vez y adquirir el mejor equipo posible son parte del decálogo sugerido por Kaufman.

Otras recomendaciones: si parece muy complejo el desafío, deconstruir la habilidad en sub-habilidades y encararlas una por una; eliminar distracciones y barreras a la práctica, asegurarse un feedback del rendimiento para motivarse, practicar focalizando en bloques de media hora (la “técnica pomodoro”), y establecer una agenda de entrenamiento y estudio para respetarla a rajatabla.

La propuesta de las 20 horas puede sonar a un opuesto de “la regla de las 10.000 horas” de Gladwell, que establece que en actividades cognitivamente demandantes los que logran la excelencia no son necesariamente los más talentosos, sino quienes tienen la disciplina para completar 10.000 horas de práctica o más. Pero Kaufman aclara que aquí no se trata de volverse un experto en nada, sino de disfrutar de un nuevo idioma, instrumento o deporte. Para su libro, el autor encaró el aprendizaje de programación, de yoga, de go (el milenario juego de tablero chino), de ukelele y de windsurf.

Kaufman habla de la “barrera de la frustración” que se da entre la quinta y la décima hora de aprendizaje, en la que los errores nos llevan a abandonar, y que hay que superar con determinación.

Una nota el pie: la economía del comportamiento tiene decenas de estudios que muestran que los seres humanos somos muy malos para predecir qué nos va a hacer felices. Esa es más bien una idea petrificada por creencias, comentarios de la infancia, la cultura, etcétera. Por lo tanto, tiene mucho sentido también encarar aprendizajes livianos de cosas que creemos que no nos gustan, o en las que creemos que somos malos. Cuantos más billetes de lotería, más chances de encontrar una pasión que nos permita disfrutarla al máximo.

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