ROMA.- El 9 de julio pasado, el arzobispo de Córdoba, Ángel Sixto Rossi, se enteró por un feligrés que el papa Francisco lo había designado cardenal. Helado, entonces le dijo al feligrés que se había equivocado, que en verdad el Papa lo había nombrado para participar del inminente sínodo sobre sinodalidad. “Pero fui a la sacristía y había un saludo de los obispos del Chaco y ahí me cayó la ficha: me quedé embalsamado”, contó, en una entrevista con LA NACION.
En vísperas del consistorio solemne en el que este sábado recibirá el anillo, el birrete y el título cardenalicios junto a otros 21 prelados -entre los cuales hay dos compatriotas, otro cordobés como él, el flamante prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe, Víctor Manuel “Tucho” Fernández, y el nonagenario fray capuchino Luis Pascual Dri, confesor en el Santuario de Nuestra Señora de Pompeya (que no estará presente en la ceremonia)-, Rossi explicó el significado de este inesperado nombramiento.
Creador en 1992 de la Fundación Manos Abiertas que brinda ayuda a las personas más pobres y vulnerables en diferentes centros de asistencia social, ubicados en diez ciudades de la Argentina, el arzobispo, de 58 años, tampoco ocultó su preocupación por la difícil situación política que atraviesa el país, polarizado dramáticamente ante las elecciones. Jesuita como el papa Francisco, de quien fue novicio y a quien conoce muy bien ya que compartió 8 años bajo el mismo techo –primero en el Colegio Máximo de San Miguel y luego en la Iglesia de El Salvador-, Rossi lamentó que “todavía hay una Iglesia a la que le gusta ser príncipe”.
-¿Cómo se siente en vísperas de un momento tan importante?
-Sorprendido y desbordado por el nombramiento y por lo que significa todo este despliegue del consistorio…
-¿Siente una presión al ser creado cardenal en este momento, cuando se cumplieron diez años de pontificado y en vísperas de un sínodo sobre sinodalidad que va a revolver las aguas?
-Hay una expresión de Brochero: “estos aperos no son pa’ estas mulas”. La sensación que uno tiene es que es algo que te supera… Pero, por otro lado, tengo la disponibilidad para poder acompañar. Si esto es confirmar o ayudar un poco en lo que el Papa quiere de nosotros, ahí estamos. Y sintonizamos en el espíritu de él, para lo que podamos ayudar. Yo no soy un intelectual, lo mío es pastoral, lo mío es lo de los ejercicios espirituales, lo mío es el conocimiento del clero, eso es lo que uno puede ofrecer…
-¿Cómo ve la situación de la Argentina de cara a las elecciones?
–Muy difícil en todos los casos. La perspectiva de Milei es preocupante porque es imprevisible. Además de esta disposición agresiva casi rondando lo miserable de los comentarios, la falta de respeto de jefe de Estado a jefe de Estado, aunque él no lo es todavía… Una agresividad y una cosa muy dolorosa. No es sólo Milei. La perspectiva no es muy prometedora, aunque la esperanza nunca se pierde. Es muy difícil. Además, toda una campaña muy floja políticamente, casi una pulseada de quién pisa al otro, más que propuestas de poner la mirada en la gente, en el pueblo, en ver qué le ofrecemos a la gente, más que promesas flojitas políticamente. El Papa dice que la política es uno de los modos más altos de la caridad y ciertamente la Argentina en estos tiempos es políticamente muy pobre, no sólo en general. Hay muchas ideas sueltas, pero muy pocas propuestas en función de la gente y creíbles. Está instalado un escepticismo que lo tendremos que superar. No nos está permitido el desencanto consentido se dice, ¿no? Experimentarlo es inevitable, consentirlo es evitable, que no se nos meta en el corazón el desencanto porque si no… Y en eso la Argentina, nuestro pueblo, tiene una paciencia, una especie de tirar las redes de nuevo muy curiosa, muy virtuosa, que a veces no sé si nosotros lo hemos aprendido suficientemente.
-Imagino que su máxima preocupación, sobre todo habiendo creado la fundación Manos abiertas, es la pobreza…
-Por supuesto. Está claro que la pobreza ha crecido y que la perspectiva va a ser años más duros todavía, venga quien venga. La pobreza, la salud, la educación… está todo muy débil.
-¿Cómo interpreta que haya viajado para el consistorio el gobernador electo de Córdoba, Martín Llaryora?
-Es un gesto de respeto y de cariño, hay que verlo positivamente, no es un gesto de campaña porque ya está elegido.
-¿Lo va a ver al Papa?
-Lo va a saludar al Papa, va a ser uno más que lo saluda, no va a tener un encuentro extra con el Papa.
-El otro día hubo una misa de desagravio al Papa en Córdoba por los dichos de Milei. ¿Qué piensa de este tipo de misas? ¿Ayudan o quizás le dan más visibilidad a un candidato controvertido?
-Creo que ayuda. Trato de traducirlo a lo familiar: si maltratan insultando a tu padre o a tu madre, uno tiende a reaccionar, así que yo lo apoyo. En este caso no fui porque estaba acá, pero no me parece mal como manifestación eclesial. Por otro lado, también hay que cuidarse de no caer en la misma de ellos, en la discusión o al mismo nivel.
-En la Argentina las críticas al Papa van más allá de Milei. En este marco ¿cree que es posible una visita el año que viene?
-Yo no lo sé. La gente lo desea, el pueblo tiene ganas. No sé si lo tiene decidido o si está a la espera de los acontecimientos, no lo sé. De todos modos, yo creo que sería bueno que vaya.
-Este va a ser su primer sínodo; ¿cuáles son sus expectativas?
-Al margen de los temas que vengan, el desafío acá va a ser el de escuchar. Y el escuchar siempre apunta al dialogar y dialogar implica morir un poco a sí mismo porque implica la humildad de pensar que quizás el otro tiene algo para decirte distinto a lo tuyo y que puede ser válido. Nos pasa en la política y nos pasa en la Iglesia, si no, son un rejunte de monólogos.
-¿Cuál es para usted el máximo desafío de la Iglesia de hoy?
–Encontrar la palabra en medio de tantas palabras, la palabra significativa para el anuncio del mensaje. La buena nueva está, lo que a veces nos falta es la capacidad de poder trasladarla al corazón de la gente para que le “sirva”, para que nos ayude a ser buenos, a crecer, a ser felices. A veces por culpa nuestra o por falta de credibilidad, o lo que sea, parece que hemos perdido algunos puentes.
-Como cardenal, además de pasar a ser máximo colaborador del Papa, usted pasa a tener la enorme responsabilidad en la elección del sucesor del papa Francisco en el próximo cónclave. Se supone que no elegirán ni a un argentino ni a un jesuita, así que usted se salva…
-En 2000 años seguramente (risas)…
-Pero quería preguntarle si encuentra un clima de virtual pre-cónclave, en el que todos ya se están mirando a ver quiénes son los papables…
-Estoy hace poco en Roma… Pero es claro que a nivel Iglesia hay una línea tradicionalista que se ha agudizado porque el mensaje del Papa es un mensaje que interpela porque, aunque pueda sonar obvio, al ser evangélico, mueve el espíritu. En términos nuestros, “el Papa monta el Evangelio en pelo, no le pone aperos”. Y eso a algunos, a todo un tradicionalismo medio farisaico, ambicioso de poder, le cae muy mal. Y estos cargos que ahora se vienen, no son cargos honoríficos sino de servicio, no es para arriba, sino para abajo, si lo vivimos bien. Como dice el Papa, poder es servir y más poder es más servicio. No somos príncipes, somos servidores o tenemos que serlo. Pero todavía hay una Iglesia a la que le gusta ser príncipe tristemente, todavía hay quien lo fomenta y a quien le gusta… Hay un ejemplo, el otro día fui a buscar mi pilcha (la vestimenta cardenalicia color púrpura) y en la tienda había una mitra llena de decoraciones, casi rayana a lo escandaloso y le pregunté al dueño ‘¿esto es adorno supongo ¿no?’ Y me contestó “no, lo compran, lo buscan”…
-Aún se venden muchos oropeles…
-Sí. Pero ha quedado claro que no es lo normal. En eso, con el Papa, hay un antes y un después. Seguiremos haciendo lo mismo, seguiremos andando en autazos escandalosos, pero vamos a tener que ponerle vidrios oscuros. Al menos ya está claro que esto no es lo que el Señor quiere o que esto no es el Evangelio.