Julio de 2002. Eduardo Duhalde está vestido con calzoncillos, una camisa y una corbata sin anudar colgada del cuello. Está recostado sobre un sillón blanco de la residencia de Olivos y espera con las manos detrás de la nuca. Lo habían despertado temprano para que diera una entrevista, pero antes entra a verlo Alberto Fernández. El Presidente interino de la Nación suelta: “Mirá, Alberto, acá hay cinco posibles candidatos. De esos, hay dos que si ganan me matan; el que a mí me gusta no quiere saber nada y la alternativa que encontré, no mueve el amperímetro. El problema es que el quinto no para de putearme…”.
El “quinto” era Néstor Kirchner, por entonces gobernador de Santa Cruz. Duhalde estaba buscando delfín para las elecciones de 2003 y había descartado arreglar con Carlos Menem y Adolfo Rodríguez Saá -los que lo mataban si ganaban-, había intentado infructuosamente convencer al gobernador de Santa Fe, Carlos Reutemann, y comenzaba a desestimar al cordobés José Manuel De La Sota porque no medía en las encuestas. “Duhalde me dijo que si Néstor paraba de putearlo, cerrábamos un acuerdo, pero que yo tenía que ser el garante”, recordó Alberto Fernández a LA NACION ahora, a más de 20 años de ese encuentro.
Así, en un país todavía sacudido por las réplicas del 2001, Fernández, un legislador porteño que había ocupado cargos de segundo rango como superintendente de Seguros y vicepresidente del Banco Provincia (Bapro), se convertía en artífice del acuerdo político que llevó a Kirchner al gobierno. Fernández sería el jefe de campaña de Néstor y, después, su jefe de gabinete, además de partícipe de un búnker de poder que se completaba únicamente con Cristina Kirchner. Curiosidades de esa primera época: Fernández tenía mejor sintonía con ella que con él. Por lo menos, los “lupines” y “pingüinos” tildaban de “Cristino” a ese abogado capitalino que el gobernador santacruceño había adoptado como mano derecha.
Dos décadas después, Fernández y Cristina Kirchner están en el vértice del Estado -por la fórmula que ella ideó-, pero tienen su vínculo personal hecho polvo por el resentimiento, la bronca y el dolor. Él no la quiere llamar porque sabe que ella ya no lo quiere atender. Y así llegan al tramo final de un gobierno hundido en las encuestas y con mucha dificultad para cerrar una estrategia electoral con expectativa.
A solas con LA NACION, Fernández rememora los pasos previos con Néstor Kirchner antes de llegar al poder y reivindica su rol como fundador del Grupo Calafate y escultor del primer kirchnerismo. Asegura que “el origen de todo” fue cuando el santacruceño, en una caminata por las sierras cordobesas, le dijo que “no podían ser el ala progresista de un partido conservador” como el PJ, le reconoce al expresidente “una condición de jefatura muy fuerte” -algo que contrasta con el presente- y recuerda escenas del pago al FMI en 2006. Evita dar detalles de su renuncia al primer gobierno de Cristina en 2008, pero señala: “Sentí que ya no me iba a poder quedar porque había una lógica de mucha confrontación”.
Desde que llegó a la Casa Rosada y hasta el día de hoy, el Presidente quiere escaparle al mote de “marioneta”. “El problema de fondo de este gobierno fue que Alberto, aunque para afuera a veces sobreactuó kirchnerismo, no la involucró en las decisiones diarias tanto como ella hubiera esperado”, dijo a LA NACION un importante funcionario que estuvo en los primeros mandatos K y que conoce muy bien al Presidente. No de casualidad -cree este dirigente- en una de sus cartas de 2021 la vice contó la cantidad de reuniones que tuvo con el jefe de Estado en Olivos.
Toda la escena actual es muy contrastante con el primer gobierno kirchnerista. “Néstor tenía una condición de jefatura muy fuerte y todos teníamos en claro esa jefatura”, suele reconocer el actual jefe de Estado. En aquella época, Fernández cenaba todos los domingos en Olivos para tomar decisiones y llevarse una hoja de ruta para encarar la semana de trabajo. Un ministro de aquel mandato recordó: “La mesa chica era Néstor, la mesa ampliada era Néstor, Cristina y Alberto”.
La primera cena
Fernández había comenzado a vincularse al matrimonio Kirchner en pleno menemismo, en 1996, cuando en Buenos Aires ni siquiera sabían cómo se escribía Kirchner. El gobernador de Santa Cruz había leído un artículo de Fernández -que se había ido del gobierno de Menem- y le había pedido a un amigo en común, el actual diputado Eduardo Valdés, que los presentara. Valdés organizó la primera cena con Fernández y el matrimonio Kirchner en el restaurant Teatriz, en Riobamba y Juncal. “Fue un poco mágico”, suele decir Fernández. La velada se estiró en una larga sobremesa.
Más adelante, en 1998, Duhalde -que sería candidato a presidente- le pidió a Fernández que armara un grupo con sus “amigos progres” del peronismo. “Hagan algo por contener, que se están yendo todos con el Frepaso”, fue la instrucción. Fernández convocó, entre otros, a Julio Bárbaro, Jorge Argüello, Ignacio Chojo Ortiz, Norberto Ivancich, Miguel Talento, Carlos Kunkel, Alberto Iribarne y Carlos Tomada. Kirchner, que también participaba, le sugirió Fernández que incorporaran a Cristina.
“El día que se sumó Cristina ya habíamos decidido que íbamos a hacer una especie de retiro para debatir con el grupo y que íbamos a invitar a periodistas. Lo que nos faltaba era definir el lugar. Entonces yo voy con el planteo de hacerlo en la colonia de los empleados del Banco Provincia en Tanti, Córdoba. Y Cristina dice: ‘¿Por qué no vamos a El Calafate?’ Nadie sabía bien dónde quedaba porque en esa época no era tan turístico. Aceptamos y Duhalde nos consiguió un avión de la Fuerza Aérea para viajar. Por eso el grupo se llamó Calafate, si no se hubiera llamado Grupo Tanti”, recordó Fernández.
Poco antes de los comicios de 1999, el grupo Calafate hizo su segunda reunión en Tanti con unas 80 personas. Duhalde asistió, pero apenas comenzó a hablar, Kirchner se paró y se fue frente a los ojos de los periodistas. Estaba muy molesto porque percibía que el bonaerense iba a “menemizar” la campaña. Fernández lo siguió para convencerlo de que volviera y evitara el revuelo. “Y ahí Néstor me dijo: ‘Mira Alberto, nosotros no podemos seguir siendo el ala progresista de un partido conservador. Tenemos que crear otra cosa’. Yo le dije que estaba de acuerdo, pero que primero teníamos que pasar los comicios de ese año”, aseguró Fernández a LA NACION. “Creo que ese fue el origen de todo”, agregó. Y recordó: “Después de las elecciones quedamos solo siete u ocho en el grupo. Trabajábamos para el 2004, pero la crisis de 2001 precipitó todo”.
Cuando Kirchner obtuvo la presidencia -con el 22% de los votos y por declinación de Menem-, Fernández lo ayudó a construir su autoridad, a emanciparse de Duhalde y a esculpir su perfil “progre”. Desde el diseño jurídico del recambio de la Corte Suprema menemista -Fernández recomendó a Elena Highton de Nolasco y era muy allegado a Carmen Argibay- hasta la transformación del Salón Blanco de la Casa Rosada en un auditorio por el que desfilaron figuras del rock nacional.
“Alberto era el que tenía la relación con los medios, hablaba mucho con los editorialistas de los domingos. Y tenía influencia sobre todo en las áreas como Educación y Cultura”, dijo a LA NACION un estrecho colaborador de Fernández de esa época. Muchos ministros del gabinete eran, en definitiva, amigos suyos del PJ porteño: Jorge Taiana, Rafael Bielsa, Alberto Iribarne, Carlos Tomada, Ginés González García, Daniel Filmus.
El Presidente, no obstante, hoy dice que Kirchner también lo involucraba en Economía. “En las reuniones con [Roberto] Lavagna, Néstor me metía siempre. Quizás a Lavagna le caía mal mi presencia, pero la verdad es que me sentaba ahí para que entre los dos pudiéramos entender los temas macroeconómicos”, asegura. Descreído las reuniones de equipo, Fernández ejerció la Jefatura de Gabinete con un estilo radial, uno a uno, igual que su jefe.
Cuando Kirchner le pagó la deuda al FMI, Fernández había viajado a España a pedirle fondos a José Luis Rodríguez Zapatero. Pero tuvo que anticipar su regreso cuando en Buenos Aires se enteraron de que Luiz Inácio Lula Da Silva estaba por anunciar su propio saldo con el Fondo. “Yo me vine volando acá. Verificamos que efectivamente teníamos reservas de libre disponibilidad y le pedí a Lula que postergara 48 horas el anuncio así lo hacíamos juntos”, rememoró el jefe de Estado. Postales de otra época. Hoy Fernández, con la soga al cuello por la escasez de dólares, le pide a Lula que Brasil financie las exportaciones argentinas mientras espera con ansiedad que el FMI adelante a junio los desembolsos de este año, en el marco del préstamo que firmó Mauricio Macri y renegoció su gestión.
De lo que sí se desentiende Fernández, a dos décadas de la llegada de Néstor al poder, es del exMinisterio de Planificación Federal. En esa área, que hizo caja para Kirchner, estaban Julio De Vido, José López y Ricardo Jaime, todos funcionarios que terminaron presos. Hoy, el Presidente habla sobre “descuidos éticos graves” en los negocios con Lázaro Báez, una declaración imposible de digerir para Cristina Kirchner, aunque él afirme que ella “no es corrupta”.
Sin causas abiertas en la Justicia, a Fernández lo tocó muy de cerca la denuncia contra la secretaria de Medio Ambiente Romina Picolotti, una funcionaria muy cercana a él, condenada por manejos irregulares de fondos y gastos de lujo.
En ese primer kirchnerismo Fernández tenía incidencia en la estrategia electoral. La idea de que Néstor no fuera por un segundo mandato fue suya, recuerdan testigos de la época. El “masterplan” era de 12 años y la idea era que el santacruceño saliera por la puerta grande de la Casa Rosada, evitara el desgaste del segundo mandato y volviera en 2011.
“Cristina no quería saber nada al principio. Pedía que Alberto se quedara como jefe de Gabinete y que Néstor siguiera cerca”, recordó un exministro de ese primer gobierno. Fernández tejió con Kirchner la transversalidad con el radicalismo que dio a luz el slogan “Cristina Cobos y vos”. Uno de los hombres de confianza de Fernández, Héctor Capaccioli, terminaría procesado por la recaudación de fondos para esa campaña.
Kirchner quería que Fernández asumiera como ministro de Economía, pero finalmente el exjefe de gabinete siguió en su puesto. Un exministro de Kirchner describió: “En esos primeros meses del gobierno de Cristina, Néstor estaba como descolocado, no se adaptaba a quedar afuera. Ya no había entre los tres un funcionamiento tan eficaz. Algo en la dinámica no era tan fluido como antes”.
Fernández duró ocho meses en el primer gobierno de Cristina, un tiempo que estuvo signado de punta a punta por la guerra con el campo. “Semanas antes de que se votara la ley de la 125, Alberto tenía una reunión con la Mesa de Enlace y el nuevo ministro de Economía, Carlos Fernández, en el Palacio de Hacienda -contó un excolaborador de Fernández-. Los del campo habían llevado a una tropa de abogados de los estudios más caros del país. En eso lo llama el secretario de Néstor, Tatú, y le dice a Alberto que se fuera ya mismo de ahí, que no había nada que hablar. Alberto se paró y se fue, y los dejó pagando a todos. Así eran las cosas”.
El jefe de Estado hoy prefiere no hablar de los motivos que lo llevaron a renunciar seis días después del voto “no positivo” de Cobos. “Yo sentí era que se habían roto todas las lógicas de diálogo que habíamos construido en la concertación. Sentí que ya no me iba a poder quedar, porque había una lógica de mucha confrontación que no tenía que ver conmigo”, dijo Fernández a LA NACION.
Un testigo de aquel momento recordó que el día después de la votación, un jueves por la noche, hubo una reunión muy tensa en Olivos entre Kirchner, Cristina, Fernández y Carlos Zannini. “Esa noche los Kirchner decían que querían renunciar y Alberto se agarraba la cabeza. El domingo siguiente los editorialistas esparcieron el rumor y Alberto entró en un cono de sombras. Al miércoles siguiente, renunció”, relató. Dejó el cargo con una carta donde solicitaba la oxigenación del gabinete. La firmó “sinceramente”.
En el llano
Fernández pasó casi toda la década que siguió a su renuncia en el llano, en una pelea con Cristina Kirchner que estuvo a la luz de los reflectores de televisión. De los 20 años de kirchnerismo, la mitad del tiempo estuvo en la vereda de enfrente de la vice. Él la acusó de haberse radicalizado, cuestionó el pacto con Irán, le endilgó negar la pobreza y la responsabilizó por una “deplorable intromisión en la Justicia”.
“Yo ya acompañaba a Néstor Kirchner cuando en el país solo un escueto 2% de argentinos sabían de él“, escribió en una carta que publicó en LA NACION. Ella lo trató de “vocero” del Grupo Clarín.
Tras su salida del gobierno, Fernández reabrió el estudio que tenía con Marcela Losardo (exministra de Justicia) en la Avenida Callao al 1900. Desde allí elaboró un newsletter para empresarios. Trabajó cerca del Frente Renovador de Sergio Massa y luego, en 2017, como jefe de campaña de Florencio Randazzo.
Ya ese año Fernández apuntaba que era dañino que el kirchnerismo armara las listas electorales “entre cuatro paredes”. Esos comicios legislativos encontraron al peronismo opositor dividido, porque Cristina Kirchner participó con su propio sello, Unidad Ciudadana, para competir como candidata a senadora por Buenos Aires.
Los intendentes que habían quedado bajo el sello del PJ, encolumnados detrás de Randazzo y de Fernández en la alianza “Cumplir”, fueron emigrando poco a poco para volver a cobijarse bajo el ala de Cristina. Randazzo obtuvo 5,3% en las elecciones generales y Cristina perdió ante Esteban Bullrich. Massa sacó 11,3% con el Frente Renovador. Con esos resultados sobre la mesa, Fernández comenzó a acuñar la frase “con Cristina no alcanza y sin Cristina no se puede”.
Reconciliación y segunda pelea
Tras la derrota de 2017, Fernández convocó a sus oficinas de la avenida Callao a un grupo de dirigentes sub 50. Les manifestó que soñaba con replicar el espíritu del Grupo Calafate y les dijo era indispensable la unidad del PJ. Pero para poder materializar su deseo era necesario que él se reencontrara con Cristina. Esa vez, la incomunicación entre los dos se había extendido por más de nueve años. El promotor del reencuentro de “los Fernández” fue el actual ministro de Ambiente y Desarrollo Sostenible, Juan Cabandié. La reunión fue una tarde de lluvia de diciembre en el Instituto Patria. “Veía las caras de los que estaban en el Patria y era como si hubieran visto a un fantasma”, recordó Fernández a LA NACION en 2019. A pocas cuadras se debatía la reforma jubilatoria impulsada por la gestión de Macri.
Ese día, Fernández y Cristina pusieron sobre la mesa todo lo que habían dicho uno del otro en los últimos años. Él se posicionó una vez más como un operador político y jefe de campaña, convencido de que Cristina sería candidata a presidenta dos años después. Pero en mayo de 2019, Cristina convocó a Fernández al departamento de Florencia Kirchner en Constitución y, sin testigos (ni celulares sobre la mesa) le propuso que fuera candidato a presidente, con ella como compañera de fórmula.
Los chispazos entre Fernández y Cristina comenzaron en la mismísima campaña presidencial, según reconocería la vice en su última entrevista televisiva, cuando dijo que entre las PASO y las generales “hubo un cambio en la conducción de campaña del Frente de Todos y se perdieron puntos y diputados”. “Primero nos reuníamos semanalmente en el Instituto Patria y después comenzaron a tallar otras voces”, agregó.
Alguien que participó de esa campaña apuntó: “Se dejó de planificar y coordinar. Quizás en ese momento Alberto empezó a pensar cómo quería gobernar. Cuál era su propio proyecto, porque el presidente iba a ser él. Capaz imaginó que dándole cargos al kirchnerismo los iba a poder conducir”.
Fernández armó un primer gabinete con ministros de su riñón y le dio a la gente de la vicepresidenta puestos estratégicos en términos de caja y de política, como el ministerio de Interior, el área de Energía, el PAMI y la Anses. Prohibió a los propios que fomentaran el “albertismo” y sacrificó a funcionarios en pos de sostener la unidad con Cristina. Losardo (Justicia) y Matías Kulfas (Desarrollo Productivo) se fueron del gobierno producto de esa interna.
Con la Justicia, Fernández pasó de sostener su espíritu “reformista” -diseñó una reforma judicial que quedó cajoneada en el Congreso sin impulso de su propio bloque- a declararle la guerra a la Corte Suprema con un pedido de juicio político destinado a fracasar por la falta de votos. El pliego del procurador general que propuso desde que asumió jamás avanzó, también por bloqueo del kirchnerismo.
La vice comenzó a despegarse de la gestión de Fernández desde su primera carta, de octubre de 2020, en la que habló de “funcionarios que no funcionan”. Las derrota en las elecciones de 2021 provocaron el primer cimbronazo interno, con la renuncia masiva de funcionarios K. El acuerdo con el FMI significó un punto de no retorno del Presidente con el líder de La Cámpora, Máximo Kirchner.
El Presidente renunció a ir por la reelección, muy aislado en el poder, sin armado propio, a la sombra de la alianza estratégica que tejió el kirchnerismo con Sergio Massa, cuyo futuro está por verse. La última trinchera que le queda al jefe de Estado es pelear para que las candidaturas del peronismo se diriman en una PASO, algo que aún está en duda.
Esta segunda pelea con la vice difícilmente encuentre a futuro un motivo de reconciliación. En el acto por los 20 años de kirchnerismo en la Plaza de Mayo, a metros de la Casa Rosada, Fernández no estará presente. La fecha, de todas formas, es por demás significativa para él: en todas las fotos que tiene en su despacho, Fernández está solo con Néstor Kirchner.