Una joven camina por una calle de Teherán, con el pelo descubierto, los jeans rotos y un poco de su abdomen expuesto al ardiente sol iraní. Una pareja que no se ha casado camina de la mano. Una mujer mantiene la cabeza en alto cuando la antes temida policía de la moral iraní le pide que se ponga el hiyab, y les dice: “¡Púdranse!”.
Estos actos de audaz rebeldía -que me describieron varias personas en Teherán el mes pasado- habrían sido casi impensables para los iraníes hace un año. Pero eso era antes de la muerte, bajo custodia de la policía de moralidad, de Mahsa Amini, de 22 años, acusada de no llevar correctamente su hiyab.
La ley del velo, quebrantada
Las protestas masivas que sacudieron Irán tras su muerte disminuyeron al cabo de unos meses ante la brutal represión, pero la ira que las alimentó no se ha extinguido. Las mujeres han tenido que encontrar nuevas formas de desafiar al régimen.
Un diplomático occidental en Teherán calcula que, en todo el país, un promedio de alrededor del 20% de las mujeres ahora infringen las leyes de la República Islámica saliendo a la calle sin el velo.
“Las cosas han cambiado mucho desde el año pasado”, me dice una estudiante de música de 20 años en Teherán, a la que llamaremos Donya, a través de una red social encriptada.
Ella es una de las muchas mujeres que ahora se niegan a llevar el velo en público. “Todavía no puedo creer las cosas que ahora tengo el valor de hacer. Nos hemos vuelto mucho más audaces y valientes.
“Aunque me muero de miedo cada vez que paso por en frente de la policía de la moral, mantengo la cabeza en alto y hago como si no los hubiera visto”, dice. “Ahora me pongo lo que me gusta cuando salgo”.
Pero añade rápidamente que es mucho lo que está en juego, y que no es imprudente. “No me pondría pantalones cortos. Y siempre llevo un pañuelo en el bolso por si la cosa se pone seria”.
Me cuenta que sabe de mujeres que han sido violadas bajo custodia, y cita informes de una mujer que fue condenada a lavar cadáveres como castigo por no llevar el hiyab.
Todas las mujeres con las que hablé se refirieron a las cámaras de vigilancia que controlan las calles para atrapar y multar a quienes incumplen el código de vestimenta.
El diplomático occidental estima que la proporción de mujeres que se niegan a llevar públicamente el hiyab en los barrios más lujosos del norte de Teherán es incluso superior al 20%. Pero subraya que la rebelión no se limita a la capital.
“Es una cuestión generacional mucho más que geográfica… no se trata sólo de la gente brillante y educada, sino básicamente de cualquier joven con un smartphone… así que también está ocurriendo en los pueblos y en todas partes”.
El diplomático describe las protestas desencadenadas por la muerte de Mahsa Amini como un enorme e irreversible “punto de inflexión” para el régimen, que lleva más de cuatro décadas intentando controlar cómo se visten y se comportan las mujeres.
“(El régimen) se ha convertido en una calle que va en un solo sentido y no tiene salida”, afirma. “Lo único que no sabemos es qué tan larga es la calle”.
El levantamiento, liderado por mujeres, fue el desafío más serio al régimen teocrático de Irán desde la revolución de 1979.
En su aplastamiento, los grupos de derechos humanos afirman que el régimen mató a más de 500 personas. Miles resultaron heridas, algunas cegadas por disparos en la cara.
Al menos 20.000 iraníes fueron detenidos, y sufrieron torturas y violaciones en prisión. Y siete manifestantes fueron ejecutados, uno de ellos colgado públicamente de una grúa. Como estaba previsto, esto tuvo un efecto amedrantador.
El aniversario de Mahsa Amini
En un aparente intento de prevenir nuevos disturbios con motivo del aniversario de la muerte de Mahsa Amini, las autoridades han llevado a cabo otra oleada de detenciones.
Entre las personas encerradas hay activistas por los derechos de las mujeres, periodistas, cantantes y familiares de personas muertas durante las protestas. También se ha despedido de sus trabajos a académicos que se considera que no apoyan al régimen.
Pero los extraordinarios actos de rebeldía silenciosa continúan cada día.
Donya dice que en Teherán la gente sigue estropeando las vallas publicitarias del gobierno y escribiendo “#Mahsa” y “Mujer, vida, libertad” -el grito de guerra de las protestas- en las paredes, sobre todo en el metro.
“El gobierno sigue borrándolos, pero los eslóganes vuelven a aparecer”.
Tanto ella como las demás mujeres con las que hablé hicieron hincapié en que no se trata de una lucha que libren solas, ya que hay muchos hombres dispuestos a apoyarlas.
“Algunos llevan ropa sin mangas y pantalones cortos o se maquillan cuando salen a la calle, porque estas cosas son ilegales para los hombres. Hay hombres que llevan el hiyab obligatorio por la calle para mostrar lo extraño que resulta obligar a alguien a llevar algo que no le gusta”.
La policía de la moral
Las patrullas de la policía de la moral, que se suspendieron temporalmente a raíz de las protestas por la muerte de Mahsa Amini, han vuelto a hacerse visibles en las últimas semanas, aunque Donya afirma que parecen reticentes de provocar enfrentamientos directos por miedo a reavivar las manifestaciones masivas.
Pero las autoridades han intentado imponer el control de otras formas en el último año. Han cerrado cientos de negocios por atender a mujeres sin velo, y han estado poniendo multas y confiscando carros conducidos por mujeres que no llevan el velo.
Actualmente, las mujeres sin velo se arriesgan a una multa de entre 5.000 y 500.000 riales (0,12 y 11,83 dólares) o a una pena de prisión de entre 10 días y dos meses.
“Bahareh”, de 32 años, dice que ya ha recibido tres mensajes de advertencia de las autoridades en su teléfono, tras haber sido grabada por un circuito cerrado de televisión conduciendo sin velo por Teherán. Dice que si la vuelven a pillar podrían confiscarle el auto.
Según la policía, sólo en una provincia -la de Azerbaiyán Oriental- se habían incautado 439 carros hasta el 11 de agosto por infracciones del hiyab.
Quitarse el pañuelo
A Bahareh también le han impedido entrar al metro de la ciudad y a centros comerciales. Lo más duro de todo es que le impidieron asistir a las celebraciones de final de año en el colegio de su hijo.
Pero ella tiene claro que no hay vuelta atrás, y recuerda la emoción que experimentó cuando se quitó el pañuelo por primera vez en público en septiembre del año pasado.
“Mi corazón latía con fuerza. Fue muy emocionante. Sentí que había roto un tabú enorme”.
Ahora está tan acostumbrada que ni siquiera lleva uno consigo.
“No llevarlo es la única herramienta que tengo para mostrar mi desobediencia civil, no sólo contra el hiyab sino contra todas las leyes de la dictadura, todo el sufrimiento que hemos padecido los iraníes en los últimos 43 años. Y lo seguiré haciendo por todas las madres y los padres que tienen que vestir de negro en señal de luto por sus hijos”.
Es imposible saber con exactitud cuánta gente desearía el fin de la República Islámica, pero la furia contra el régimen es generalizada, según la cineasta Mojgan Ilanlou, encarcelada el pasado octubre durante cuatro meses tras quitarse el velo y criticar al líder supremo de Irán.
El mes pasado volvió a ser detenida brevemente en un intento, según ella, de intimidarla.
“Las mujeres de Irán han cruzado el umbral del miedo”, me dice desde su casa en Teherán, aunque admite que la última ronda de represión ha sido tan “espeluznante” que el mes pasado decidió desactivar durante 10 días su cuenta de Instagram, donde publica regularmente fotos suyas sin velo en público.
“Esto es una maratón, no un sprint”, afirma. Y compara este momento con aquel en el que Rosa Parks se negó a ceder su asiento a un hombre blanco en un autobús, dando inicio al movimiento por los derechos civiles en Estados Unidos.
“Negarse a ceder el asiento no se trataba sólo sobre una persona sentada en una silla”, dice.
Cambios de actitud
Ilanlou dice que está funcionando. La actitud de los hombres hacia las mujeres está cambiando, incluso en las zonas más conservadoras del país, según ella. Se está produciendo una revolución social.
“La sociedad no volverá a la época pre-Mahsa”, opina.
“En las calles, en el metro y en los bazares, los hombres ahora admiran a las mujeres y alaban su valentía… Sorprendentemente, incluso en algunas ciudades muy religiosas como Qom, Mashhad e Isfahan, las mujeres ya no llevan velo”.
Ella, al igual que el diplomático residente en Teherán, insiste en que se trata de una rebelión que trasciende las clases sociales.
Describe a las vendedoras ambulantes que se quitan el velo en el metro. Y me cuenta que el año pasado compartió una habitación hacinada e infestada de piojos en la cárcel de Qarchak con una joven empobrecida -que fue madre con sólo 11 años- que también se había negado a llevar el pañuelo en la cabeza.
Y no se trata sólo del hiyab. Ilanlou afirma que las mujeres ahora están haciendo otras exigencias, como la igualdad de derechos en un contrato matrimonial.
Para Elahe Tavokolian -ex directora de una fábrica- y otras mujeres, el sacrificio ha sido grande. Tavokolian extraña mucho a sus hijos gemelos de 10 años.
Desde los suburbios de Milán, donde vive ahora en habitaciones prestadas, los llama siempre que puede.
Mientras habla de ellos, le salen lágrimas de su ojo izquierdo.
A Elahe, que nunca había participado en protestas antes de septiembre del año pasado, le dispararon las fuerzas de seguridad iraníes en Esfarayen, al norte del país.
“Estaba con los niños y acabábamos de comprar útiles para el comienzo del colegio. Quedaron cubiertos de mi sangre”.
Escapando a Turquía, Tavokolian consiguió un visado médico para viajar a Italia, donde los cirujanos le extirparon el ojo derecho y la bala que lo había penetrado.
Todavía necesita otra operación para poder cerrar el párpado sobre su nuevo ojo de cristal.
Y no sabe cuándo será seguro para ella regresar a Esfarayen y volver a ver a sus hijos.
“Siempre que hablamos, hablamos de nuestra esperanza de volver a estar juntos en Irán, en días mejores”.
Por ahora, esos días mejores parecen muy lejanos. Grupos de derechos humanos afirman que ningún funcionario iraní ha rendido cuentas por la muerte de Mahsa Amini y la represión que siguió.
El gobierno “se atrinchera”
Y el régimen no da marcha atrás, sino todo lo contrario.
Un proyecto de ley que actualmente cursa en el Parlamento -el llamado Programa sobre el Hijab y la Castidad- impondría nuevos castigos a las mujeres que no lleven velo, incluidas multas de 500 a 1.000 millones de riales (118 a 23.667 dólares) y penas de prisión de hasta 10 años para “quienes incumplan… de manera organizada o animen a otros a hacerlo”.
Expertos en derechos humanos designados por la ONU lo han calificado como una “forma de apartheid de género”.
Según Jasmin Ramsey, subdirectora de la ONG neoyorquina Centro para los Derechos Humanos de Irán, el gobierno “se ha atrincherado”.
Pero la población iraní se niega a rendirse. “Irán sigue siendo un mechero, listo para prender fuego en cualquier momento”.
Por Caroline Hawley