Hay quienes se remontan a la Segunda Guerra Mundial y a la reticencia del gobierno de entonces a encolumnarse con los Aliados para encontrar el punto de quiebre a partir del cual “se jodió la Argentina”. Con esa óptica, el debate acerca de la conveniencia de que el país pase a ser socio pleno de los Brics (el grupo que integran Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) recién empieza y está destinado a convertirse en un eje bien polémico durante la campaña y después.
Más si, como consigna The Economist en su última edición, China parece haber ingresado en una etapa en la que “la autocracia perjudica a la economía”, por lo que, tras cuatro décadas de rápido crecimiento, “está entrando en un período de decepción”.
Sin embargo, los alineamientos políticos de la Argentina explican solo una parte de la historia. La clave es el grado de apertura del país al comercio mundial, que se define por acuerdos que no tienen nada que ver con instituciones como los Brics y, sobre todo, por políticas internas que estimulan o hunden la competitividad de su economía.
Hay un hilo conductor en la historia que arranca después de la Segunda Guerra Mundial, y es la caída secular de la participación de las exportaciones del país en el mercado global, con la excepción del período que va de 1990 a 2011, en el que, no casualmente, la Argentina también recuperó parte del terreno perdido en términos de crecimiento.
Pero, después de la irrupción de los cepos en 2011, y como en el juego de la oca, los datos del presente muestran que hemos retrocedido a los registros de 1990 tanto en inserción en el comercio mundial como en el producto bruto interno (PBI) por habitante (medido en relación con la misma variable de los Estados Unidos).
Valores por el piso
En perspectiva histórica, ambos indicadores se encuentran en el piso de la serie estadística que arranca en 1953, ilustrando lo dramático del escenario.
Una forma simple de evaluar la trayectoria de los países llamados “emergentes” es comparar, para cada momento, la evolución de su PBI por habitante con relación al de Estados Unidos.
Los datos son contundentes. Desde 1953, para tomar los últimos setenta años, el resultado es que el PBI por habitante de la Argentina pasó de ser el equivalente al 63,3% del PBI por habitante de los Estados Unidos a un 34,7% en 2022. En igual período, las exportaciones argentinas pasaron de capturar el 1,34% del mercado mundial a solo el 0,36% en el presente. Así, tomando como base 1953, a una contracción del market share de 73,5% de las exportaciones made in Argentina le correspondió una merma de 45,3% en el PBI por habitante del país relativo al de los Estados Unidos.
El poder explicativo de la pérdida de market share sobre la variable PBI por habitante no tiene que ver con el tradicional concepto de la “restricción externa”. Se trata, en realidad, de la diferencia en la forma en la que se organiza una economía cuando está o no expuesta a la competencia global.
Después de la Segunda Guerra Mundial, los países que se lograron acercar a la categoría de “desarrollados”, viniendo de “emergentes”, tuvieron una característica en común, que fue la de haber logrado un cambio cualitativo en su inserción en el mercado mundial.
Los casos de nuevos desarrollados incluyen países como Corea e Israel, pasando por Nueva Zelanda, Irlanda y España, entre otros.
Han sido países en los que se registraron avances sostenidos de productividad, por haber logrado sus empresas escalas de producción adecuadas, por la incorporación de tecnología en forma continua y la especialización, que les ha permitido capturar nichos de mercado.
No hubo conflicto entre exportaciones y mercado interno porque los incentivos se coordinaron a favor de una creciente formalidad laboral y capacitación de recursos humanos, con lo que esto implica en términos de remuneraciones, demanda por servicios educativos de calidad y una mejor distribución del ingreso.
El retroceso de la Argentina en términos de inserción mundial apagó motores genuinos de crecimiento, llevando a los gobiernos de turno a usar el gasto público como sustituto. Justo la receta contraindicada si se piensa el desarrollo como sinónimo de competitividad y estabilidad.
Por supuesto, esta dinámica agregó “capas geológicas” a la defensa del statu quo, haciendo más compleja la salida. Sin embargo, las crisis, cada vez más recurrentes y profundas, abrieron oportunidades para salir del pantano, no siempre bien aprovechadas.
La larga marcha de los últimos 70 años reconoce distintos hitos. Uno de los más notorios fue el Rodrigazo de 1975, luego de dos décadas en las que se había logrado sostener el PBI por habitante con base en la sustitución de importaciones, pero hasta el punto de hacer colapsar el modelo.
Esa crisis no fue un punto de inflexión, más bien lo contrario, acentuando la pendiente del tobogán. La caída subsiguiente del PBI por habitante ocurrió en el contexto de un trágico deterioro institucional, que hizo muy pesada la mochila/herencia de la que se hizo cargo el retorno de la democracia.
Distinto fue el caso de la crisis hiperinflacionaria de 1989, que después de un par de años de elevada incertidumbre abrió espacio a una etapa en la que se combinaron años de estabilidad, reformas estructurales (algunas de las cuales luego se revirtieron), recuperación parcial de la inserción externa, incluso un corto ciclo de superávits gemelos (fiscal y externo), y también “suerte” en el último tramo, por el ascenso de los precios de las commodities.
Entre 1990 y 2011, las exportaciones ganaron participación, de 0,35% a 0,45% del mercado mundial, y el PBI per cápita de la Argentina con relación al de los Estados Unidos mejoró de 34,3% a 44,3%.
Desde 2011, cuando arranca la era de los cepos cambiarios, tanto el market share de las exportaciones argentinas como el PBI por habitante involucionan, hasta llegar actualmente a los niveles de 1990, en el piso de la serie histórica.
Por la aceleración de la inflación, la crisis social y la fragilidad macro, la actual encrucijada tiene todo para ser un hito, como lo fueron 1975 y 1989. Es de esperar que la salida se parezca mucho más al segundo caso que al primero, para lo cual se necesita pensar en el futuro aprendiendo del pasado.