Cayeron los perejiles; zafó el resto. La Justicia condenó al otrora titular del Órgano Contralor de las Concesiones Viales (Occovi), Claudio Uberti, y a cuatro aduaneros, pero zafaron los que importan. Desde la cúpula misma del poder hasta un variopinto abanico de exfuncionarios y agentes de inteligencia. Tanto en la Argentina, como en Venezuela. Una vez más.
Condenaron a Uberti, que más allá de su cargo formal, era el embajador “paralelo” ante el gobierno de Hugo Chávez en Venezuela. Tanto es así -y en parte él lo admitió en la causa “Cuadernos”- que los empresarios lo llamaban “el señor de los peajes”. Pero Uberti era apenas el primer eslabón de una matriz de corrupción que sigue impune.
Zafó Ricardo Echegaray, por entonces al frente de Aduanas y luego titular de la Administración Federal de Ingresos Públicos (AFIP). Zafó porque el fiscal del juicio oral no avanzó contra él; zafó a pesar de testimonios como el del por entonces alto funcionario aduanero, Gustavo Pagano, que declaró ante la Justicia cómo Echegaray “estaba al tanto de todo”.
Zafó Julio de Vido, también, aunque su caso quizá -solo quizá- sea más entendible. Primero, porque este juicio se centró en el intento frustrado de ingresar a escondidas US$790.550 al país -es decir, contrabando de divisas-, pero no ahondó en la diplomacia “paralela” con el chavismo, donde De Vido y otros alfiles, como José María Olazagasti fueron insoslayables. Y segundo, porque en esto, como en tantas otras matrices delictivas de aquellos años, el vínculo de Uberti con Néstor Kirchner era directo, como también lo fue el del secretario de Transporte, Ricardo Jaime, o de Obras Públicas, José López. Por eso, López terminó condenado en el “caso Vialidad” y fue absuelto De Vido. Por la dinámica radial de poder y corrupción de “Lupo”.
Zafó, por supuesto, Néstor Kirchner, quien falleció en 2010, pero que aquella madrugada del 4 de agosto de 2007 recibió a Uberti en la Quinta de Olivos, minutos después del incidente en Aeroparque. Fue allí donde comenzó el operativo para encubrir lo ocurrido, ofreciéndole a Guido Alejandro Antonini Wilson lo que fuera necesario -y más también-, a cambio de su silencio.
Y zafaron, también, otros que quedaron en la banquina de la investigación penal a lo largo de estos 16 años. Desde la entonces secretaria de Uberti, Victoria “Vicky” o “La Rubia” Bereziuk –que si contara todo lo que sabe sacudiría al país-, hasta varios agentes de la entonces Secretaría de Inteligencia (exSIDE) para acallar y apretar testigos. Vaya si lo lograron. Pero no a todos. Entre ellos, al señor embajador ante Venezuela Eduardo Sadous y a su señora, a los que el Estado argentino les adeuda un pedido formal de disculpas.
También honraron su cargo la fiscal María Luz Rivas Diez y sus colaboradores, que desde una modesta fiscalía del fuero en lo penal económico investigaron lo ocurrido. Y avanzaron a pesar de las presiones, el presupuesto escaso, las agachadas de sus superiores, los contubernios de ciertos jueces con la Casa Rosada y muchísimo más que padecieron durante años.
También zafaron, claro, los venezolanos, que jamás se presentaron ante la Justicia local. En el caso de Antonini Wilson, quien continúa en su casa de Key Biscayne, porque estaba convencido de que en Buenos Aires lo usarían de chivo expiatorio o, peor, que intentarían asesinarlo. Y en el caso de Daniel Uzcátegui Specht -el otro pasajero decisivo de aquel vuelo privado que se anunció como de “Presidencia Argentina”-, porque tiene muchísimo para perder si sale de Venezuela, al igual que su padre, Diego Uzcátegui Matheus, ejecutivo clave dentro de Pdvsa, la petrolera estatal venezolana.
Antonini podría haber testificado cómo Olazagasti fue quien lo hizo ingresar en la Casa Rosada, dos días después del decomiso de los dólares, para participar en un acto conjunto de Hugo Chávez y Néstor y Cristina Kirchner. O podría contar todo lo que le ofrecieron por su silencio, US$2 millones y cuotas Hilton de carne, incluidos. O los Uzcátegui podrían relatar cómo lo ocurrido aquella madrugada con lloviznas en Aeroparque fue, en rigor, la punta de un iceberg que incluyó más dólares, más valijas, más vuelos y más países involucrados.
Hoy solo condenaron a los perejiles.