En Marsella, el papa Francisco denuncia que impedir el rescate de migrantes en el mar es un “gesto de odio”

PARÍS.– Exactamente 490 años después que uno de sus antecesores, Clemente VII, Francisco llegó este viernes a Marsella en una histórica visita de dos días. Colocada bajo el signo del drama migratorio en el mar Mediterráneo, cuestión central en las preocupaciones del papa argentino, la breve estadía también será ocasión para evocar otros temas caros a su pontificado, como el medio ambiente y la búsqueda de la paz.

Recibido por la primera ministra francesa, Elisabeth Borne, en el aeropuerto marsellés de Marignan, Francisco se dirigió después de llegar a la basílica Notre-Dame de la Garde, construida en 1853 en las alturas de la ciudad con el fin de “proteger” a sus habitantes y, sobre todo, a los miles de marinos que llegan y parten de esa gran urbe desde épocas inmemoriales. Allí, el jefe de la Iglesia católica se reunió con el clero para rezar a María, antes de meditar junto a la estela conmemorativa de los perdidos en el mar, la llamada “cruz de Camarga”, un modesto monumento erigido al pie de la basílica.

Tras el mensaje de bienvenida por parte de quien lo invitara a Marsella, el arzobispo metropolitano de la ciudad, monseñor Jean-Marc Aveline, el Papa pronunció un discurso donde, una vez más, lanzó un llamado a todos a “dejarse conmover por la tragedia humana”.

“Frente a nosotros está el mar, fuente de vida. Pero este sitio evoca la tragedia de los naufragios, que provocan la muerte. Estamos aquí reunidos en memoria de aquellos que no sobrevivieron, que no fueron salvados. No nos acostumbremos a considerar los naufragios como noticias y a los muertos como cifras. No. Son nombres y apellidos, son rostros e historias, son vidas quebradas y sueños destrozados. Pienso en los numerosos hermanos y hermanas ahogados en el miedo, junto con las esperanzas que llevaban en el corazón. Frente a semejante drama no sirven las palabras, sino los hechos. Pero antes, hace falta humanidad: silencio, llanto, compasión y oración”, dijo Francisco.

“Dejémonos conmover por sus tragedias”, insistió, invitando a los presentes a un momento de silencio en memoria de todos ellos. Y casi al final de su discurso advirtió que los impedimentos que se ponen a los barcos para rescatar a los migrantes en pateras son “gestos de odio disfrazados de moderación”.

“Me alegra ver a tantos de ustedes aquí yendo al mar para rescatar a los migrantes. Porque se suele decir: al barco le falta esto y aquello. Se trata de gestos de odio hacia los hermanos que se disfrazan de comportamiento moderado. Gracias por lo que hacen”, dijo el Pontífice al dirigirse a los representantes de las organizaciones de rescate presentes en el acto.

Desde su elección en 2013, durante sus múltiples viajes por la región, desde la isla italiana de Lampedusa hasta Marsella, Francisco tomó progresivamente conciencia de la importancia del Mediterráneo, microcosmos -a su juicio- de los desafíos y fracturas del mundo. Eso es precisamente lo que vino a decir a quienes lo recibieron este viernes y sábado en esa gran ciudad portuaria, crisol de nacionalidades, religiones y civilizaciones.

Para el Papa los hombres y mujeres de este siglo enfrentan una encrucijada: “Por una parte, la fraternidad, que fecunda de bien la comunidad humana. Por otra, la indiferencia, que ensangrienta el Mediterráneo. Nos encontramos frente a una encrucijada de civilización”, afirmó, insistiendo en la imposibilidad de resignarse a ver seres humanos “tratados como mercancía de cambio, aprisionados y torturados de manera atroz”.

Entre los colaboradores del Papa, muchos señalan que, si Francisco viajó a Marsella, fue ante todo para dar su visión del Mediterráneo. Para el obispo de Roma, esta zona geográfica no se resume a África del norte y Europa del sur, sino que llega hasta las fronteras turcas o libanesas. Razón por la cual constituye, a su juicio, un concentrado de los desafíos del mundo. Las mismas fuentes afirman que, si bien el mensaje principal de esta visita girará en torno al drama migratorio, Francisco tampoco olvida el medio ambiente, el encuentro intercultural e interreligioso y la necesidad de instaurar la paz.

Sin embargo, en el terreno de la migración, el Papa sabe que sus llamados a una mayor humanidad se estrellan con frecuencia contra las posiciones de los gobiernos europeos que, frente al avance de las extremas derechas, no consiguen adoptar soluciones comunes. A mediados de septiembre, más de 11.000 personas llegaron en pocos días en las playas a la pequeña isla de Lampedusa. El flujo provocó el atascamiento del centro local de recepción y desencadenó una nueva crisis entre gobiernos europeos.

La Unión Europea (UE) discute actualmente un pacto sobre la migración y el asilo, que busca soluciones comunes para administrar los flujos migratorios. El acuerdo prevé reforzar los controles de las fronteras europeas y organizar, en caso de crisis, una repartición de los nuevos llegados, a fin de no dejar a un solo país soportar todo el peso de la gestión. Pero en junio, Polonia y Hungría bloquearon el texto, mientras que la Comisión Europea espera lograr un acuerdo antes de fin de año.

Esos rechazos, así como lo habituales ataques contra el Papa de parte de varios políticos de extrema derecha europeos, no sorprenden a nadie en el Vaticano. Después de la elección de Giorgia Meloni como primera ministra italiana, en septiembre 2022, la Santa Sede debe hacer frente a una coalición que también incluye a la extrema derecha. Los responsables vaticanos, en todo caso, parecen tomar las posiciones anti-migrantes de la jefa del gobierno con un auténtico pragmatismo.

En estos dos días en Marsella, Francisco debe reunirse con personas en situación de precariedad, clausurar los Encuentros Mediterráneos y reunirse en privado con el presidente francés, Emmanuel Macron.

Para los marselleses, el punto central de su visita será su recorrido por la avenida del Prado, este sábado por la mañana, ante la presencia de unas 100.000 personas, y la misa en el estadio Vélodrome, a la cual asistirán más de 50.000 fieles.

La visita papal se desarrolla en una ciudad de fiesta, vestida de amarillo y blanco, los colores de la bandera vaticana, pero prácticamente “acuartelada”, custodiada por unos 5000 policías y gendarmes y unos 1000 agentes privados de seguridad. Según las autoridades, si bien un ataque terrorista es la primera de las preocupaciones, nada permitía este viernes pensar en una real amenaza.

Para esos 900.000 marselleses que habitan en esa exuberante metrópolis, confluencia de comercio e inmigración desde que fue fundada en el año 600 a.C. por los griegos, el Papa trajo un mensaje: “Ustedes son la Marsella del futuro”, dijo. “Sigan adelante sin desanimarse. Para que esta ciudad sea para Francia, para Europa y para el mundo un mosaico de esperanza”.

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