Inundaciones en Libia: la devastación expuso las consecuencias de más de una década de caos, violencia y un país partido en dos

TÚNEZ.- La inusitada fuerza del ciclón Daniel, que ha devastado la costa este de Libia provocando hasta 20.000 muertos, da cuenta de la gravísima amenaza que representa el cambio climático en la región mediterránea. Ahora bien, el grado de destrucción que causó este fenómeno meteorológico no se puede explicar sin hacer referencia a la situación en Libia, un país que lleva más de una década de caos, violencia y desgobierno. Durante todo este tiempo, las autoridades políticas han dedicado la mayor parte de sus energías y recursos a pelear, dejando de lado las tareas más básicas de un gobierno, como el mantenimiento de las infraestructuras.

Desde 2014, el país magrebí se halla escindido en dos regiones con instituciones paralelas, incluidos sus respectivos ejecutivos: en el oeste, el gobierno de Trípoli, reconocido por la comunidad internacional; y en el este, una entidad autónoma controlada por el general Jalifa Hafter. Este veterano militar, que se refugió en Estados Unidos después de enemistarse con el dictador Muammar Khadafy a principios de los noventa, se sublevó contra Trípoli hace casi una década al frente de un proyecto contrarrevolucionario. Desde entonces, gobierna con puño de hierro la provincia históricamente conocida como la Cirenaica.

El sistema político que ha impuesto Hafter allí es una dictadura militar a imagen y semejanza de la existente en Egipto. De hecho, el dictador egipcio, Abdelfattah al-Sisi, es uno de los grandes valedores de Hafter en la escena internacional. Aunque el general libio logró traer un cierto orden a la región bajo su tutela, sobre todo a su capital, Benghazi, el precio fue la perpetración de abusos y violaciones de los derechos humanos sistemáticos. De hecho, esta falta de libertad se ha traducido en una prensa completamente amordazada.

La última ciudad del Este en caer bajo la férula de Hafter fue Derna, una urbe con un historial rebelde, sede de artistas e intelectuales críticos y la que ha concentrado la gran mayoría de las víctimas del ciclón. Esta ciudad, situada en la costa a solo 250 kilómetros de la frontera egipcia, formó parte de la vanguardia en la revuelta contra Khadafy y no estaba dispuesta a someterse al proyecto autoritario de Hafter. Gobernada por una coalición de milicias de tendencia islamista, entre 2015 y 2018 padeció un brutal asedio por parte de las tropas de Hafter que causó la destrucción de muchas infraestructuras, centenares de víctimas civiles y la huida de miles de personas que pasaron a engrosar la larga lista de desplazados internos del país.

La toma de Derna por parte de Hafter suscitó una despiadada represión, y la constitución de un gobierno local dominado por personas de las poblaciones vecinas, más leales al general. “Hafter no confía en la población de Derna. Para él, la población, incluso si está tranquila, contiene el germen de una nueva rebelión como las del pasado”, explica el analista Jalel Harchaoui, investigador del think tank británico RUSI. Esta desconfianza y desprecio explica por qué el gobierno de Hafter ignoró las advertencias sobre la necesidad de invertir en la rehabilitación de los dos embalses que el ciclón Daniel ayudó a colapsar, verdadera causa de la última tragedia que ha asolado Libia. El agua liberada por los embalses en las montañas bajó con una fuerza y velocidad inusitadas y arrasó una cuarta parte de Derna, una urbe que tenía unos 100.000 habitantes.

La ayuda internacional para la devastada ciudad seguía llegando este sábado, mientras las esperanzas de encontrar sobrevivientes entre los miles de desaparecidos se disipan. Por su parte, el fiscal general, Al Sediq al-Sour, anunció que investigará el colapso de las dos represas, que se construyeron en la década de 1970, además de la asignación de fondos para su mantenimiento. Tanto el gobierno actual como los anteriores estarán bajo análisis.

Sin guerra y sin elecciones

La catástrofe llegó cuando parecía que el país empezaba a dejar atrás tantos años de guerra, pues sus líderes se han convencido que no hay una salida militar al conflicto político entre ellos. Más dolor para una sociedad que aún no ha logrado cicatrizar tantos traumas. “En los últimos meses, han habido enfrentamientos entre grupos locales, pero los actores capaces de provocar una gran guerra, como Jalifa Hafter, no tienen ahora apetito para ello. Y tampoco sus benefactores internacionales, y esto es crucial”, sostiene Mary Fitzgerald, experta del Middle East Institute.

Ahora bien, que se aleje la guerra no significa que el país esté más cerca de recuperar su unidad. La comunidad internacional hace años que considera la celebración de elecciones como la piedra angular del proceso de reconciliación nacional. Después de que los comicios presidenciales fijados para el 24 de diciembre de 2021 fueran aplazados sine die por razones políticas y logísticas, el enviado de la ONU, el senegalés Abdoulaye Bathily, se había propuesto organizarlos antes de que terminara este año. No obstante, a medida que se acerca el final del plazo, el enviado de la ONU se muestra más pesimista y señala los problemas de seguridad, sobre todo la persistencia de multitud de grupos armados, como el principal obstáculo.

“No veo que haya ninguna opción de que se celebren elecciones pronto, antes de finales de este año. Y eso es así porque nadie realmente las quiere”, sostiene Harchaoui. Desde hace años, todos los actores políticos libios apuestan en sus declaraciones públicas por la celebración de elecciones como salida al conflicto político. Pero su sinceridad en este asunto es dudosa, ya que solo quieren comicios bajo unas condiciones que conduzcan a su victoria electoral.

Sin elecciones a la vista, ni tampoco una nueva guerra, la consolidación de la división del país en varias áreas de influencia parece ser el escenario más probable en este convulso país.

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