Nunca imaginó Argentino Cipolatti, hoy con 93 años, que ese chascarrillo, que hizo cuando era niño junto a sus hermanos mayores Olindo e Italo, en el campo donde vivían, sería tiempo después el origen de un gran emprendimiento propio.
Los Cipolatti son una familia de descendientes italianos del norte que se instalaron en la zona rural cerca de Sunchales, provincia de Santa Fe. Los primeros que llegaron de Europa se dedicaron a dar servicios de trilla y cosecha en el centro oeste de la provincia.
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Todos los fines de semana, en el campo, los hermanos esperaban con ansias la visita de sus parientes del pueblo. Pensando siempre qué hacer para divertirse y pasar el rato, un día, allá por los años 30, Olindo, el mayor de ellos, fabricó un electrificador con una bobina de Ford T para ponerlo en el picaporte de la puerta de su casa para que cuando lleguen las visitas, al tocarlo para abrir, les genere una corriente eléctrica.
Era cosa de chicos, por eso nunca lo tomaron como un negocio a futuro, a pesar de que los productores de los campos vecinos se entusiasmaron con ese ingenio. Es así que cuando crecieron los tres decidieron poner un bar en la ciudad que funcionó varios años. Tras cerrarlo, con mucho esfuerzo pusieron en marcha una fábrica de cartón corrugado llamada “Facca”, que hacía falta en la zona y que la tuvieron casi 30 años.
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Tras sufrir dos incendios en el molino harinero donde se había instalado, decidieron dar un paso al costado. Con esas ganas de nunca dejar de emprender, el más chico de los Cipolatti comenzó con la construcción de un hotel, “un sueño que tenía de chico”. Inquieto como pocos, mientras se levantaban las paredes del edificio, Argentino decidió asociarse con Sergio, hijo de Olindo e ingeniero electrónico, que estaba armando un taller de automatización industrial.
Un día, en 1986, llegó al lugar un productor que necesitaba que le arreglen un electrificador mecánico para su campo. Enseguida Argentino recordó la anécdota de la broma en el campo y se preguntó por qué no desarrollar un equipo ellos mismos para luego comercializarlo. Diseñaron los prototipos a batería y a 220 pero las complejidades del taller los dejaría olvidados en el depósito.
Ya por 1988 y con el hotel listo para inaugurar, entendió que era tiempo de abrirse de su sobrino y, como no había nada para llevarse del negocio, se acordó de los prototipos de los boyeros y fue al depósito en busca de ellos para quedárselos.
“Jamás olvidé aquel descubrimiento de Olindo. Le puse de nombre Peón, porque era el que iba a reemplazar muchas tareas de aquel trabajador rural. Peón nació en ese taller de electrónica y en mi alejamiento me llevé bajo el brazo un equipo, un prototipo que ya se había probado con éxito”, cuenta Argentino a LA NACION.
Contrató un técnico para que replique en serie ese electrificador y, junto a sus dos hijos, Carlos y Sonia, inició un nuevo emprendimiento familiar en una habitación de 3×3 en el fondo de la casa de Sonia. Se pasaba de “un electrificador de cinco kilos a uno de 1,5 kilos con un menor consumo electrónico”.
Tras registrar la empresa en 1990, en un principio, los primeros equipos eran ofrecidos a productores de la zona de manera gratuita para ver cómo funcionaban y cuáles eran las cuestiones a mejorar. Mientras tanto, su yerno era el encargado de diseñar el logo, el gabinete del equipo y los folletos; Carlos en los números y su hija en la administración. Argentino, en tanto, se convertió en viajante, recorriendo el país junto a su mujer Inés, para ofrecer el producto en cooperativas y veterinarias de los pueblos del interior.
“Peón, significó un antes y un después en mi vida empresarial. Significó integrar toda la familia a este proyecto. Hoy trascendió a todo el país y en más de 14 países de América Latina a donde exportamos”, detalló.
La rueda comenzó a rodar y enseguida aparecieron representantes en todo el país, queriendo vender sus productos. Estar en las exposiciones, rondas de negocios y demostraciones y charlas junto al INTA en todo el país se convirtió en un boom. Hasta se llegó a Brasil, donde se dio la posibilidad de poner una fábrica junto a un socio productor que se interesó en el electrificador. Con Carlos a la cabeza del proyecto en el vecino país, en 1997 y por una década, Peón se instaló en Campo Grande, en el estado de Mato Grosso do Sul.
“También hubo momentos difíciles en donde se tuvo que ajustar y reinventarse, como fue la crisis del 2001, cuando los tambos se cerraban de a decenas. La venta bajó considerablemente por lo que empezamos a diversificar la clientela y comercializar cercos perimetrales para casas de familias y countries. También desarrollamos equipos más económicos para que los productores tengan la posibilidad de acceder a un electrificador un poco menos costoso”, indica Sonia.
Aunque la empresa crece año a año, los Cipolatti tienen una premisa como mandato familiar. “Cada temporada nos pusimos como meta incorporar dos productos nuevos o al menos agregarle innovación a los que ya existen. Ahora la idea es abrirnos al mercado internacional que nos genera más recursos. Pronto estamos por abrir una sucursal en Paraguay, donde es más factible desarrollarse porque la presión impositiva es menor”, describe la empresaria.
A pesar de las más de nueve décadas que tiene bajo sus espaldas, todas las mañanas Don Argentino llega a la fábrica ubicada en el centro de Sunchales. Aunque solo pudo asistir a la escuela rural hasta 6º grado por problemas económicos, continúa realizando los costos de la empresa. Si bien dejó que sus hijos tomen las riendas del negocio, de lejos los observa.
Para Sonia, la empresa es un enorme orgullo familiar. Disfrutar día a día del trabajo junto a su padre y su hermano es una bendición. “Peón es mi zona de confort, es mi vida, es como un hijo más. Acompañar a un emprendedor innato como lo es mi padre, que aun mantiene su instinto creativo, nos incentiva a seguir para adelante siempre”, finaliza.