Inflación de dos dígitos, un viaje en el tiempo que agita el fantasma más temido

El gobierno de Alberto Fernández y Cristina Kirchner podrá anotarse desde hoy un nuevo hito en su olvidable legado: haber alcanzado una inflación de dos dígitos mensuales. Los argentinos deberán escarbar en la memoria para toparse con cifras de ese calibre –abril de 2002 había sido la última, con 10,4%-, que conectan el presente con los episodios más críticos de la historia económica de los últimos 50 años.

Los más jóvenes serán arrastrados a territorio desconocido, el mismo que a otros les resultará, en cambio, insoportablemente familiar. Años de crisis convirtieron a muchos argentinos en expertos en sismología: saben que primero se retira la ola (la devaluación) y luego solo es cuestión de tiempo para que llegue el tsunami (la inflación). Y la ola llegó, como atestigua el 12,4% de agosto.

Un dato pinta la gravedad del nivel alcanzado hoy por el índice de precios al consumidor (IPC): el grado de deterioro económico y político actual hace que la situación se emparente más con episodios como la implosión de la tablita de Martínez de Hoz, en 1981; la del plan Austral, en 1987; la del plan Primavera, en 1989, o de la convertibilidad, en el verano de 2002, que al escenario post-PASO de 2019, aunque siempre con un denominador común: una marcada debilidad política en los gobiernos de turno.

Mientras que en 2019 el IPC trepaba del 2,2% en julio al 5,9% de septiembre y ya resultaba traumático, en los 80 y a principios de este siglo, los saltos post-devaluatorios fueron mucho más bruscos: del 8,9% de enero del 89 al 17% de marzo de ese año y del 3,1% en febrero de 2002 al 10,4% de abril de ese año, por poner solo dos ejemplos.

No sorprende entonces que el debate haya empezado en la academia e inevitablemente continúe en los medios y en la calle: ¿existe el riesgo de que la situación se espiralice y se llegue a la hiperinflación? Hay argumentos técnicos a favor y en contra de que el fantasma se materialice, pero el disparador de las crisis de esa envergadura siempre es político. Es en parte lo que explica que haya una sociedad en vilo y variables económicas en suspenso ante las elecciones del próximo mes. Las híper tienen la mala costumbre de no avisar con demasiado tiempo y, luego, de acelerarse en su dinámica infernal. En el otoño-invierno de 1989, por caso, apenas se necesitó un cuatrimestre para llegar a un IPC mensual de 197%. De las expectativas que genere el próximo gobierno, o de lo que haga o deje de hacer, dependerá si se logra conjurar la tormenta o si se escribe otra página negra en la historia del país.

Fue en septiembre también, pero de hace cuatro años. Alberto Fernández, que tras arrasar en las PASO del mes anterior ya se sentía presidente, hizo el crudo balance del moribundo gobierno de Mauricio Macri. “Vinieron a terminar con el cepo y nos dejan el cepo, vinieron a terminar con el default y nos dejan en default, vinieron a llenar las reservas y se van con las reservas vacías, vinieron a acabar con la inflación y dejan el doble de inflación”, disparó desde el escenario en un acto en Salta. Y, en un tono exaltado que, tras años de intervenciones televisivas, era desconocido para la mayoría, soltó una frase ya célebre: “Lo que nos dejan es tierra arrasada”.

Lejos estaba el entonces candidato de imaginarse este final de mandato tan dramático, con un empeoramiento de prácticamente todas las variables económicas que por entonces enumeró el hoy presidente testimonial. Si había tierra arrasada, aún se podía quemar el subsuelo.

De las consignas que los militantes enarbolaban en sus carteles según las crónicas del mitín –“No al FMI”, “Con Fernández-Fernández vuelve la alegría”, “Fuerza Cristina”- Alberto solo podrá irse cumpliendo con una: “Vuelve la primavera”.

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