La Argentina empezará a desandar un camino desconocido. Por primera vez en su historia deberá desembolsar hasta 16.000 millones de dólares -que no tiene- por la arrogancia de sus funcionarios. Había pagado mucho por la mala praxis de sus gobernantes o por la incontinencia al gasto que los llevó a contraer enormes deudas con prestamistas de ceño fruncido. Pero esto es distinto: se trata de poner toneladas de dólares para indemnizar a las víctimas de la soberbia y la prepotencia de Cristina Kirchner, Axel Kicillof, Julio De Vido y Roberto Barata en aquellos días de 2012, cuando entraron a lo guapo a YPF para quedarse con la compañía.
Fue como si entraran a un bazar con un par de elefantes. O mejor, a la torre de la petrolera en Puerto Madero. Fueron advertidos, aconsejados e informados que no se podía entrar y romper. Que había soluciones para entrar con más calma, cosa que después no llegue la factura por los daños. Pero no importó nada; a cada paso, un algo destrozado.
Algo así sucedió en YPF cuando el kirchnerismo se embanderó en la soberanía energética e intervino la petrolera que luego terminó con la estatización del 51% de las acciones de Repsol; ahora toca el turno de terminar de pagar. En el camino, rompió el sistema jurídico, además de un contrato. En Nueva York la jueza Loretta Preska destrozó los argumentos de los abogados argentinos y les dio la razón a los demandantes. No puso el monto, sólo porque no quiso, como para darle una oportunidad a la Argentina de sentarse a une mesa de negociación. Pero de haberlo hecho, de acuerdo a sus argumentos, seguramente estaría cerca del pedido de la contraparte del país, que solicitó que se la indemnice por US$16.000 millones.
Ahora bien, ¿Qué significa ese importe para el país? Si se quiere ser cruelmente gráfico, pues la Argentina, que tiene reservas negativas en el Banco Central, podría ser condenado a llevar 160 toneladas de billetes. Claro que si los negociadores tienen un poco de suerte y pericia lo podrían bajar. Pero a no ilusionarse, de mínima se creen que serán 50 toneladas ya que cada millón de dólares en billetes de 100 pesa 10 kilos).
La sentencia, que, como se dijo, aún no tiene fijado el monto, tiene dos instancias de apelación y nada será inmediato. Pero el tema complicará a cualquier administración futura, algo así como sucedió cuando hubo que negociar con los hold-outs, bonistas que no entraron al canje, en la primera parte del gobierno de Mauricio Macri. Tampoco será fácil para ellos ya que la gran mayoría de los fondos soberanos son inembargables.
En abril de 2012, el trío que conformaba la presidenta Cristina Kirchner junto a sus dos ministros Axel Kicillof y Julio De Vido, este asistido por su secretario Roberto Baratta, jugaban a ser dueños de la petrolera. Llegaron a la torre de Puerto Madero con un decreto de intervención por 30 días. Aún recuerdan varios ejecutivos que no había manera de convencer a Kicillof de que no existía una caja fuerte con millones de dólares guardados que, quizá, el ministro imaginó en alguna trasnoche en su casa porteña de Parque Chas. “Donde está la plata”, repetía.
Ahora, la propia jueza norteamericana recuerda aquellos palabras altisonantes del ahora gobernador bonaerense. “Los tarados son los que piensan que el Estado debe ser estúpido y cumplir lo que dice la propia empresa”, dijo el entonces Ministro de Economía en el Senado. Y pese a que la palabra ha perdido su peso en el país, en Nueva York, 11 años después, Preska rescató esa voz arrogante para condenar a la Argentina en la que podría ser la sentencia condenatoria más grande de su historia. “Kicillof declaró descaradamente que sería ‘estúpido’ cumplir ‘la ley de la propia YPF’ o ‘respetar’ sus estatutos. Posteriormente, la República promulgó la legislación que, supuestamente, le permitió adquirir el control de YPF sin ser ‘estúpido’ y cumplir los estatutos”, indicó la magistrada en su sentencia.
Para entender el asunto es necesario revisar qué se ventiló en el tribunal de Nueva York. Cuando se estatizó YPF, en realidad un porcentaje de las acciones que tenía la española Repsol, el Estado argentino no abrió ninguna negociación con los otros dueños minoritarios de la petrolera. Esos accionistas tenían algunos derechos como socios.
La ley dice que quienes se hacen del control de una compañía deben ofrecer condiciones similares a los otros accionistas. Justamente, la naturaleza jurídica de esta norma radica en que nadie está obligado a asociarse a alguien que no quiera. Por eso, la necesidad de replicar la oferta a todos. Hay otro derecho que es el de privilegio, que significa que los socios pueden igualar la oferta que hace un tercero. Nada de eso se contempló, ni en aquel 2012 ni tampoco cuando el Estado le pagó e indemnizó a Repsol.
De esas conductas surgieron responsabilidades. Así apareció un fondo que maneja carteras de alto riesgo llamado Burford. Chequera en mano, le compraron los derechos a varios de los socios para hacerlos valer. Ese grupo se hizo del 70% -y el manejo del juicio- de los derechos litigiosos a Petersen Energía, la firma que tenía Esquenazi como vehículo para ser dueño de la petrolera. El 30% se lo reservó la familia. Esa empresa, que era una sociedad española, quebró y esa acreencia pasó a ser de titularidad de la quiebra.
Acá un asterisco. Cuando se estatizó, el Grupo Petersen se declaró en quiebra. Un pool de bancos le habían prestado dinero para comprar YPF y cobrarse con los dividendos. Perdido el management a manos, primero de De Vido y Kicillof, y después de Miguel Galuccio, la empresa no pagó más. Pero los argentinos nunca fueron expropiados, por lo tanto, se quedaron con la titularidad de las acciones. Para no tener problemas legales, los Eskenazi entregaron esa tenencia a la quiebra y poco a poco todos los acreedores se cobraron. ¿Por qué el asterisco? Ahora, el titular de ese 30% es la quiebra madrileña. Pero si después de liquidar las pocas deudas que quedan hay un remanente, ese dinero regresará a la familia Eskenazi. Quizá la familia se convierta en una de las fortunas más grandes de la Argentina.
Planteada la controversia en Estados Unidos, se empezó a ventilar un viejo planteo del derecho. La defensa argentina intentó convencer a la jueza Preska de que los estados soberanos tienen facultades como para avanzar patrimonialmente contra una compañía, siempre y cuando después indemnicen al dueño. Ese principio, que viene desde la codificación Napoleónica, es la base de la declaración de la “utilidad pública” y la expropiación.
Pero ese derecho de origen europeo nada tiene que ver con los principios que rigen en la justicia de Estados Unidos. “Pacta sunt servanda” o “lo pactado obliga” repite la doctrina y la jurisprudencia americana. En la Corte del Distrito Sur de Nueva York, los abogados de Burford decían que, más allá de los estatutos de la compañía que obligaban a hacer esa oferta a los otros accionistas, cuando la petrolera decidió cotizar en aquel mercado se sometió a las leyes del distrito.
Pero, además, los defensores argentinos se encontraron con una desprolijidad. El desembarco se hizo con una intervención basada en un decreto de necesidad y urgencia. Solo después de entrar y tomar la compañía se inició un debate legislativo que un tiempo después terminó con la declaración de interés público de las acciones de la petrolera. Un vicio de origen, como dicen los letrados, que se le advirtió en todo momento a los funcionarios kirchneristas. Pero ya se sabe, las formas y la prolijidad jurídica no es el fuerte de aquel grupo de estatizadores.
Otra pelea era lograr que, en caso de condena, la responsabilidad fuese del Estado y no de la empresa petrolera, ya que los activos soberanos son difíciles de embargar mientras que cobrar a la compañía es un juego de niños para estos abogados corporativos. Como ya se sabía, finalmente el condenado es el Estado, mientras que YPF quedó afuera.
Aquel 2012 fue un momento de éxtasis kirchnerista. Por más que fueron advertidos, jugueteaban arriba de aquellos elefantes y destrozaban el bazar.
Pero si algo tienen los capitales de riesgo es paciencia. Compran dos cosas: derechos litigiosos y tiempo. Les ofrecen a los vendedores cobrar una parte y no esperar más. Ellos sí esperan, dentro de mullidas trincheras jurídicas. Ahora son los dueños del ticket para cancelar aquel galope en inconsciente de Cristina Kirchner, De Vido, Baratta y Kicillof en elefante, con la bandera estatizadora en la mano. La soberbia, la irresponsabilidad, el desconocimiento y la arrogancia no salen gratis en un mundo donde la palabra tiene peso y la ley se escribe para cimplirla.