A un año de la muerte de Isabel: el rey Carlos III, entre el homenaje en la intimidad y el último desaire al príncipe Harry

PARIS.- Hace exactamente un año, el 8 de septiembre de 2022, murió la reina Isabel II de Inglaterra en el castillo escocés de Balmoral, rodeada por miembros de su familia. Hoy, el Reino Unido y los países del Commonwealth le rendirán homenaje. Fallecida a los 96 años, la monarca que marcó la historia como la soberana británica con más años de ejercicio dejó detrás suyo una familia desgarrada y un país en crisis divorciado de Europa.

Para conmemorar la fecha, la familia real ha mantenido un auténtico bajo perfil. Ningún anuncio oficial ni grandes ceremonias públicas. Según la prensa británica, serán el príncipe Guillermo y su esposa, Kate Middleton, quienes estarán al frente de los homenajes. Ambos deberían pronunciar un “mensaje a los británicos” para recordar el legado de la difunta soberana y, al mismo tiempo, referirse al futuro de la familia real.

Por su parte, Carlos III parece haber decidido recordar a su madre en la más absoluta intimidad, en el castillo de Balmoral, el lugar donde falleció Isabel II hace 12 meses.

A su vez, el gobierno británico anunció el domingo pasado la intención de erigir un “memorial permanente”, que será inaugurado en 2026, año en el cual Isabel II habría cumplido 100 años. Símbolo suplementario, será Robin Janvrin, ex secretario particular de la reina quien presidirá la comisión encargada del proyecto.

Lejos de esos mesurados gestos protocolares, sería osado decir que, desde la llegada al trono de Carlos III, los miembros de la familia Windsor cambiaron mucho sus respectivos comportamientos.

Por un lado el nuevo monarca anunció su intención de “reducir el perímetro” de la monarquía y, en efecto así lo hizo, retirando ventajas, suntuosos honorarios y residencias gratuitas a todos aquellos miembros de su familia que no cumplían actividades oficiales. Desde su coronación, el núcleo restringido de la familia real está formado por su esposa Camila, la ex duquesa de Cornwall, ahora reina consorte, su primogénito Guillermo y su esposa, que recibieron el título de príncipes de Gales, la princesa Ana, hermana del rey y el príncipe Eduardo, su hermano menor, y su mujer.

Otros prosiguen su travesía del desierto. Entre ellos los rebeldes Harry y Meghan Markle quienes, aunque obtuvieron el rango de príncipes, subiendo en la línea de sucesión, viven en California marginalizados de la familia real, y no dejan pasar ocasión para denunciar “el racismo y los malos tratos” recibidos por los miembros de “La Firma”, como se llaman entre ellos.

Durante este año, Harry y Meghan no solo aceptaron realizar un documental en Netflix, donde cuentan, en seis capítulos, su “horrible” experiencia. El hijo menor de Carlos III también publicó su libro autobiográfico “En la sombra”, a través del cual el planeta pudo enterarse del trauma causado por la muerte de su madre, sus enfrentamientos con su hermano mayor, los desaires recibidos por su esposa por parte de Kate Middleton y sus odiosas relaciones con Camila, “su demoniaca madrasta”.

Esta semana, Harry aterrizó en Gran Bretaña para participar en la entrega de premios de la organización caritativa WellChild, de la cual ha sido presidente durante 15 años. Sin, embargo, aunque su visita coincida con la conmemoración del primer aniversario de su abuela, su padre ha hecho saber que “no tiene tiempo en su agenda” para verlo.

En marzo, Harry y Meghan, que ya no disfrutaban de ningún ingreso real, tuvieron que renunciar a su residencia oficial en Gran Bretaña, Frogmore Cottage. El rey sugirió que la propiedad fuera ocupada por su hermano Andrés. También marginalizado a causa de sus relaciones tumultuosas con el financista pedófilo norteamericano Jeffrey Epstein, el hijo preferido de Isabell II resistió, a pesar de haberse quedado sin sus ingresos oficiales, que ascendían a 500.000 dólares anuales y sin lugar donde vivir.

“Con la mayoría de sus hijos y nueras enemistados, es perfectamente comprensible que Carlos II haya decidido conmemorar el primer año de desaparición de su madre en la más estricta intimidad, en el mismo castillo que aprecia tanto como su madre, lejos de las miradas del público”, analiza el periodista inglés Philip Turtle.

En efecto, este viernes, el soberano recordará la desaparición de su madre retirado en el sitio donde ella murió, exactamente como lo hacía cada año Isabel II en Sandrigham para el aniversario del fallecimiento de su propio padre, el rey Jorge VI.

Por esa razón su bandera flamea esta semana en el castillo de Balmoral donde, respetando la tradición establecida por su difunta madre, ha pasado el verano europeo, recorriendo sus colinas y recibiendo a aquellos miembros de su familia que aún mantienen contacto con él, así como al actual primer ministro, Rishi Sunak, cada miércoles.

Continuidad

Esa es solo una de las numerosas tradiciones que Carlos II ha conservado durante este año, dando pruebas de que —como muchos lo temían— su reino estará marcado por la continuidad en vez de un esperado cambio radical.

Con unos horarios mucho más restrictivos y predecibles que antes de subir al trono, como jefe de Estado, el rey mantiene audiencias semanales con el primer ministro, asiste a eventos nacionales, realiza cantidad de visitas de Estado, recibe a dignatarios extranjeros, sin olvidar todas las ceremonias religiosas y familiares que requieren su presencia.

Un respeto riguroso de la tradición que, en todo caso, ha desilusionado a muchos de sus súbditos, que veían en él al gran reformador que se ocuparía de hacer los cambios que su madre, una mujer del siglo pasado, nunca se decidió a realizar.

“Sin embargo, contrariamente a su heredero, Isabel II fue capaz de aceptar cambios revolucionarios dentro de su familia que nadie hubiera imaginado: como el divorcio de sus hijos, por ejemplo”, advierte el especialista Marc Roche, que nunca creyó demasiado en la voluntad transformadora de Carlos, cuando aún no era rey.

A su juicio, “Carlos III ha optado por la continuidad. Sobre todo después que sus consejeros lo convencieron de que el país, que atraviesa una difícil situación económica y social, no necesita también cambios en una de las instituciones más importantes como la monarquía”. Pero concluye: “Hay que decir que, en las actuales circunstancias, tal vez tenga parte de razón “.

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