El casi perfecto reparto en tres de la torta electoral en las PASO expresa mucho más que la organización de la oferta de candidatos de La Libertad Avanza, Juntos por el Cambio (JxC) y Unión por la Patria. O alrededor de Javier Milei, Sergio Massa y Patricia Bullrich, según los votos obtenidos individualmente. Debajo de esa foto de enorme potencia práctica y simbólica asoma un proceso mucho más profundo de fragmentación, autonomización y reorganización de la dirigencia política y del electorado.
El mapa nacional pintado casi por completo del violeta libertario dificulta la visualización en toda su amplitud de la transformación que se reflejó en las primarias.
Preparativos para un movimiento sísmico
La transversalidad sociodemográfica del voto a Milei es, también, una expresión de la heterogeneidad y del movimiento profundo de estructuras que se está registrando, antes que el anticipo de la construcción de una nueva hegemonía. El anarcocapitalista asoma por ahora más como un vector de la transformación que como un artífice de algún cambio radical.
Las piezas están todavía agitándose y pueden moverse aún más hasta encontrar alguna estabilidad y conformar un nuevo orden. Es más: ni siquiera cabe esperar que la definición de la elección presidencial termine de reorganizar el sistema. Tal vez todavía haya que atravesar un nuevo período de inestabilidad. Mucho más cuando el sustrato económico es tan frágil y tan susceptible a las dinámicas políticas.
Una expresión elocuente del nuevo estado de cosas ha sido el desapego de muchos intendentes y gobernadores por la suerte en las primarias del candidato a presidente de su propio espacio (sobre todo, en el oficialismo). Esa realidad quedó iluminada por el corte de boletas y en el desacople abismal que se registró en numerosos distritos entre los resultados de las elecciones provinciales y las PASO.
“No podemos hacernos los distraídos ni negarlo, en muchos lugares los combos de boletas con candidatos de distintos partidos llegaban a las casas armados y ensobrados hasta por los dirigentes locales para blindar su territorio”, explica un destacado armador peronista bonaerense.
“Eso de que la mayor parte del voto a Milei en bastiones nuestros se debió a que se le cuidó la boleta solo para joder a Juntos por el Cambio es cierto solo en parte. Es más bien una buena excusa para minimizar el desastre nacional y disimular las jugadas para preservarse de muchos de los nuestros. La pésima gestión del Gobierno, la horrible situación económica y el hartazgo con muchos dirigentes nacionales son muy grandes. Y a eso hay que agregar que han quedado muchos heridos por el armado y por la discrecionalidad en el reparto de recursos, que, además, son escasos”, concluye el experto en elecciones del peronismo.
Los relatos de mandatarios locales que reconocen haberse desentendido de la suerte de las boletas principales de UP abundan y no permiten augurar que en la elección general de octubre haya muchos cambios de escenario. Las perspectivas se dividen entre una mínima mejora de la performance de los candidatos oficialistas, con la que sueñan unos pocos, y una posible profundización de la tendencia a votar a favor de Milei o en contra de los candidatos de las dos coaliciones hasta ayer dominantes, a lo que le temen muchos.
“Esta elección ya no es un problema mío”, dijo con desenfado y como restándole importancia un gobernador peronista ante el asombro por tanta sinceridad de un grupo de dirigentes y periodistas poco después de las PASO nacionales. En esa provincia su espacio ya había ratificado el predominio.
En el equipo de mandatarios que trabajaron a reglamento están algunos que ya habían resuelto su situación local y advirtieron que los candidatos presidenciales de su sector no entusiasmaban a buena parte de su electorado. También hay otros que potenciaron el déficit de los postulantes para cobrarse alguna revancha.
Cuando se habla de esta última circunstancia casi todas las miradas van a Tucumán, aunque no es el único distrito donde su mandamás tenía cuentas pendientes con la superestructura y los candidatos nacionales del oficialismo.
La decadencia kirchnerista
La efímera integración del binomio presidencial de UP con Eduardo “Wado” de Pedro y el gobernador Juan Manzur por apenas 24 horas para ser reemplazados literalmente entre gallos y medianoche por Sergio Massa y Agustín Rossi es una herida (narcisista) imposible de cerrar para el mandatario local. Los 14 puntos de caída de participación y la pérdida de la mitad de los votos que sufrió el peronismo entre la elección provincial y las PASO presidenciales en solo dos meses dicen mucho. En la provincia pocos pronostican una remontada épica (o milagrosa) de Massa al estilo de las recuperaciones sobrenaturales que han protagonizado los Rodríguez Saá, en San Luis.
La provincialización de los partidos nacionales parece haber llegado al peronismo. El proceso comenzó en el radicalismo con la debacle de 2001, de la que no ha terminado de recomponerse totalmente a pesar de su recuperación tras la conformación de Cambiemos en 2015. La larga hegemonía kirchnerista y su agotamiento (aparentemente final) se expresan en estas manifestaciones independentistas del peronismo del interior. Sin recursos, organización, capacidad operativa ni voluntad para romper el yugo del kirchnerismo y armar un nuevo polo de poder superador, muchos jefes territoriales han optado por refugiarse en sus bastiones, dejar avanzar la decadencia y, en algunos pocos casos, hacer algún aporte subrepticio para precipitarla a la espera de nuevos tiempos. Ahí están los resultados. Si se produce la derrota en la elección presidencial, habrá cambios profundos.
Riesgo de fractura cambiemita
En Juntos por el Cambio las cosas no son demasiado diferentes. La inacabada sucesión de Mauricio Macri derivó en una lucha fratricida en Pro de la que todavía faltan varios capítulos y cuyo desenlace dependerá en gran medida de la elección presidencial.
“Si Milei gana es muy probable que Pro se parta. Hay una alta posibilidad de que Mauricio y varios de los suyos vayan a tratar de ser parte y darle sustentabilidad a ese gobierno. Pero la mayoría no se va a ir y somos muchos los que vamos a trabajar para que Juntos por el Cambio siga existiendo y Pro se mantenga ahí”, advierte uno de los más altos dirigentes del partido.
Macri es objeto de crítica y motivo de enojo para buena parte de los que llegaron con él a las primeras filas de la política, incluso muchos que hasta hace poco cuestionaban a Horacio Rodríguez Larreta por haberlo desafiado. Aun en el entorno de Patricia Bullrich, donde se refugió el macrismo puro y duro, abunda el malestar por la relación del padre fundador con los libertarios.
La UCR, que nunca recuperó su orden nacional, no está exenta de complicaciones en caso de una derrota. Tanto un triunfo de Milei como la improbable victoria de Massa podrían generar conflictos, escisiones y revisión de alianzas.
El estado de las dos grandes coaliciones parece una reedición corregida y aumentada del magnífico artículo de Juan Carlos Torre titulado “Los huérfanos de la política de partidos. Sobre los alcances y la naturaleza de la crisis de representación partidaria”, publicado tras la crisis de 2001. Fue antes del nacimiento del kirchnerismo y de Pro, que establecieron el orden político de las últimas dos décadas, hoy en cuestión.
“Creemos que la crisis de la representación partidaria expresa el desencuentro entre la vitalidad de las expectativas democráticas y el comportamiento efectivo de los partidos. En otras palabras, no estamos ante un fenómeno de resignada desafección política. El clima de cuestionamiento que rodea a los partidos indica en verdad la distancia entre lo que la oferta partidaria ofrece y las mayores y plurales exigencias de sectores importantes de la ciudadanía”, escribió Torre. Difícil encontrar algo más vigente.
Así, la otra cara del fenómeno es la autonomía adquirida por muchos votantes. Las promesas de un incierto mañana venturoso, los relatos de tiempos mejores demasiado lejanos, la tradición familiar o el mero traslado a los centros de votación ya no resultan incentivos suficientes para votar a un partido o a un candidato.
Si esas son las condiciones subjetivas, en el plano objetivo no es mucho lo que puede hacer una cada vez más oxidada maquinaria partidaria ante la sucesión de gobiernos fallidos, que solo han empeorado la situación de la mayoría de los argentinos en los últimos doce años.
Autonomización del votante
De allí que se registraran combinaciones estrambóticas para hacer convivir en un mismo sobre a candidatos de más de una fuerza antagónica. Elección de muchos niveles.
“En pueblos alejados de La Rioja aparecieron votos para Milei, aunque en las mesas era casi imposible encontrar boletas suyas y, por supuesto, no había fiscales de LLA. Obviamente, los votantes las llevaron de sus casas, y es probable que las hayan traído de otra ciudad donde trabajan, estudian o habían ido de visita”, relataba días pasados un periodista riojano en una reunión con colegas de todo el país. A su relato adherían, con apenas variantes, profesiones de Jujuy, Tucumán, Salta, Chaco y Chubut. La mayoría no recordaba un fenómeno similar.
Similar sorpresa genera el arco sociodemográfico que abarca la adhesión electoral de Milei y la atomización del voto a UP y JxC. La penetración en los sectores más desfavorecidos de los libertarios así como en las geografías más alejadas del centro y del AMBA encuentra otro patrón en el análisis etario, que va de una punta a la otra de la población.
“Algo más de la mitad de los votantes de Milei tienen entre 16 y 30 años, y casi el 20% supera los 65 años”, explica una integrante de los equipos de campaña de JxC. Realidades diferentes que las estructuras tradicionales no contienen. Ocurrió hace 20 años y lo explicó Torre.
También, como advertía hace un año Ariel Wilkis, otro sociólogo, parece darse una conjunción entre sectores en los que domina “el miedo a perder privilegios y la rabia porque no se los tendrá por culpa de otros. El antiperonismo clásico de las clases medias altas urbanas y el antipopulismo popular de los precarizados”.
Con ese contexto, no resulta extraño que en los primeros análisis también se advierta cierta disonancia entre consecuencias y objetivos buscados con el voto.
Para simplificar las cosas, se podría decir que en la decisión que llevó a Milei a ser el candidato con más adhesiones parece haber operado una fuerte pulsión por hacer ganar o (más aún) por hacer perder a un candidato o fuerza política determinados, antes que por la orientación concreta que podría tener un nuevo gobierno, su gobernabilidad y su gobernanza. Cambio o cambio. Terminar con lo que está precede y se impone a construir lo que vendrá. Es más urgente. No solo habilita a asumir el riesgo, sino a expresarlo y promocionarlo. Una decisión emocional y racional, al mismo tiempo. Lo admite hasta Juan Grabois.
“Yo lo voté a Milei, pero la verdad es que no me lo puedo imaginar como presidente ni cómo sería un gobierno suyo. Pero ya probamos con los demás”, confesaba el viernes sobre el final de la tarde una mujer de unos 40 años a un grupo de amigas de clase media alta con las que compartía un café en un bar de Belgrano. Su opinión no era unánime, pero tampoco era rebatida abiertamente por las demás, entre las que había otras votantes del libertario y algunas que no lo había votado ni lo votarían jamás.
Entrevista a Carlos Melconian: “Si la gente entendiera la dolarización, habría una manifestación en Plaza de Mayo”
Una conversación similar se produjo en un club porteño entre cinco hombres en torno de los 50 años, profesionales y pequeños empresarios, que acababan de jugar al tenis. Opiniones repartidas. El enfático argumento de uno de ellos sobre la inviabilidad o las consecuencias negativas de algunas propuestas del anarcocapitalista no hacía mella en dos de sus entusiastas votantes. “Eso ya dijo que no lo va a hacer o que no lo va a hacer al principio. Y con los otros ya probamos y así nos fue”, era uno de los argumentos preferidos para desactivar cuestionamientos. Cada vez se escucha más. Cada votante de Milei tiene su propio Milei.
Autonomía, individuación, disociación. Bronca, ganas de castigar, esperanza, deseos de terminar con una etapa fallida. Aunque duela. La dirigencia y la sociedad comparten un proceso de autonomía y reorganización. Fin de ciclo en muchas dimensiones. Un complejo rompecabezas sin manuales para armarlo.