Comunicación: el puente para unir al caballo con el jinete

Un profesor de la facultad me enseñó que lo que no podemos definir es porque no lo tenemos suficientemente claro. Así empecé a buscar la definición de “Equitación de Polo”. No encontré alguna y boceté la siguiente: “Reglas de comunicación entre el jinete y el caballo en busca de un objetivo deportivo con el menor desgaste de ambos.”

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Saquemos el polo del medio y ampliemos la visión al resto de las disciplinas. Sigue estando la palabra comunicación en el centro de la escena. Convivimos con los caballos en el planeta Tierra, pero a la vez tenemos mundos muy distintos. Claramente somos nosotros quienes queremos acercarlos y, nobleza obliga, deberíamos ser nosotros también quienes nos pongamos un poco en su lugar. Afortunadamente, contamos con su característica “bonhomía esencial absoluta”: nunca harán algo con mala intención. El concepto de maldad se circunscribe tan solo a la especie humana. Toda aquella reacción distinta a la que buscamos en el caballo está relacionada con sus experiencias anteriores. Esto pareciese complicar las cosas por esa tendencia tan inherente al hombre de poner culpas y responsabilidades en terceros. Pero entenderlo nos muestra tal vez una puerta de entrada en su mundo.

El caballo como presa traduce todo aquello que le sucede como peligroso o no. Si partimos de esa base, su confianza nos es clave. El tema es cómo ganarla. El caballo es sumamente jerárquico en su concepción social y nos da la posibilidad de liderarlo o sea que tendríamos que ir en busca de ello.

Ahora bien, volvamos al tema de comunicación, ya que cualquier cosa que pretendamos enseñarle, tendrá que ser en un idioma que él comprenda. Vamos a dar un ejemplo:

Le ponemos un freno en la boca y pretendemos que entienda que tiene que parar, que no nos sorprenda su mirada socrática de “solo sé que no sé nada”… y quiera escapar. Esto se debe a que el caballo no tiene capacidad deductiva sino asociativa. Se sabe que no es inteligente sino memorioso. Hablamos de memoria y de experiencias de vida y esto nos ubica en el vector tiempo y cuando hablamos de tiempo, nos referimos al suyo. Muchas veces lo confundimos con el nuestro que está lleno de obligaciones ajenas a este caballo. El otro tiempo importante se tutea con su rutina, la cual le da seguridad. Los chicos quieren que les leamos todas las noches el mismo cuento y hasta nos corrigen cualquier alteración ya que les da miedo lo inesperado. A los caballos les pasa lo mismo porque no son amigos de lo impredecible. Y refiriéndonos al tiempo, también tienen los suyos para el aprendizaje, ya que su atención disminuye pasados los 15 o 20 minutos de trabajo. El concepto de ganarle por cansancio es seguir pidiéndole peras, bananas y manzanas al pobre olmo. La forma incorrecta, repetida mil veces y por el tiempo que sea, seguirá siendo inútil.

Ya contamos con algo de conocimiento general sobre el caballo y ahora viene la información particular que nos dará cada uno de ellos.

Podemos decir que la comunicación es el traslado de información y en el caso que nos incumbe la dividiremos en tres: la primera, será pie en tierra, donde con tan solo observarlos, sabremos si es una yegua o un caballo. Su estado nos dirá si está a campo o a box y en training o suelto, sano o enfermo, gordo o flaco, asustado o tranquilo. Tal vez el penacho nos cuente que es potro aún. Hasta el siglo XVI solo se contemplaba una segunda comunicación que era la descendente, o sea del jinete hacia el caballo por medio de órdenes. Estas son las indicaciones que damos mediante las ayudas (manos, cuerpo y piernas principalmente). Con la llegada de Antoine de Pluvinel se suma la comunicación ascendente. Esta refiere a lo que nos transmite el caballo, que nos hace saber lo que puede o no hacer ,lo que lo atemoriza, el resto de aire o energía que tiene aún, etcétera. Alan Alexandre Milne decía que mucha gente habla con sus caballos pero pocos los escuchan. Las nuevas formas de relacionarse con los caballos han dejado en el pasado ese proceso de sumisión relacionado con el miedo. Esta evolución nos obliga a trabajar sobre nuestra paciencia y ansiedad e intelectualizar más nuestro accionar.

No hay un solo librito. Probemos cosas nuevas. No sé qué tan buen jinete habrá sido Albert Einstein pero no se equivocó cuando dijo “no podemos pretender un resultado distinto haciendo las mismas cosas”. En definitiva, estamos haciendo una convención con el caballo. Ante tal acción, esperamos determinada reacción. El tema es hacerlos entender. Ellos son materia dispuesta. Busquémosle la vuelta. Es solo cuestión de comunicación.

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